MARTÍN OLMOS MEDINA

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Carl Panzram, que sin embargo era humano

In Vilezas on 27 de junio de 2014 at 23:41

Dijo: “No creo en el hombre, ni en Dios ni en el diablo”

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“La maldad no necesita razones, le basta con un pretexto”
GOETHE

Esta es la atroz historia del nefando Carl Panzram el asesino de niños, el sodomita, el incendiario de iglesias, el ladrón y el pirata, que la noche antes de morir colgado por el cuello en la prisión de Leavenworth, en Kansas, el cinco de septiembre de 1930, cantó una canción procaz y escupió al verdugo manifestando la tenuidad de su arrepentimiento. Carl Panzram sofocó la voracidad de los cocodrilos de Angola alimentándolos con los cuerpos de seis negros a los que mató a tiros, le robó al presidente de los Estados Unidos William Taft un revólver del calibre cuarenta y cinco y le lisiaron un huevo en la enfermería del penal de Dannemora, en Nueva York, mientras le operaban para apañarle las dos piernas rotas y cuando fue capaz de volver a caminar, lo celebró  rompiéndole el culo a otro preso. Tuvo en común con el diablo las marcas y los planes desmesurados. Las marcas fueron: un ancla en el antebrazo izquierdo, la cabeza de un chino en el antebrazo derecho y dos águilas en el pecho. Los planes desmesurados fueron: envenenar con arsénico un río, volar una estación de metro y hundir un barco inglés anclado en el puerto de Nueva York para provocar una guerra entre su país y Gran Bretaña. Como el diablo, usó de otros nombres en la consecución de sus iniquidades, que fueron: Carl Baldwin, Jefferson Rhodes, John King, Copper John y el capitán O´Leary. Como el diablo, no tuvo interés en perpetuar su faz y las únicas fotografías que de él se conservan se las hicieron en los penales. Además era impuntual, pronunciaba el nombre de Dios en vano y no observó regularidad en su aseo personal. Sin embargo, no frecuentó las distinciones y dijo: “Odio a la raza human entera, incluyéndome a mí”.

Carl Panzram nació en el condado de Polk, en los Grand Forks de Minnesota, el 28 de junio de 1891, en una familia de granjeros austrohúngaros que apenas le robaban a la tierra un manojo de nabos para quitarse el hambre. Su padre se llamaba Johann y era un hombre sin voluntad que, una vez que la juntó toda, se largó de casa dejando a su mujer a que se las viese para sacar adelante a siete mocosos. A Carl le arrestaron por primera vez a los ocho años por embriaguez y a los doce le mandaron al reformatorio del estado por mangar en la casa de unos vecinos. Allí le mataron a palos y un celador le metió un dedo en el culo y le enseñó el rudimento de la maniobra de la masturbación. En el reformatorio estatal de Minnesota, además de promover la gimnasia,  enseñaban la Biblia a correazos y a uno de sus barracones le decían la Casa de la Pintura, porque los chavales entraban en él con la piel en blanco y la sacaban pintada de cardenales a las puras hostias. Panzram quemó la Casa de la Pintura pero no le descubrieron y salió al de dos años grande, aprendido y villano. Frecuentó brevemente la escuela hasta que le echaron por intentar asesinar a un maestro y con catorce años se escapó de casa para ver mundo colándose en los trenes en marcha. En uno de ellos conoció a una banda de vagabundos que le prometieron ropa limpia y un café y le violaron tumultuosamente y en melé. Durante dos años mangó al descuido y mendigó la calle hasta que le volvieron a enchironar en Montana y en el trullo le abrió la cabeza a un guardia con un tablón. Se fugó al año siguiente y se dedicó a quemar iglesias hasta que se alistó en la Armada mintiendo sobre su edad. Hizo la quinta borracho y le condenaron a tres años de trabajos forzados por robar intendencia y pulirla de matute. Cumplió en un secarral de Missouri picando pedruscos durante diez horas al día y soportando una bola de veinticinco kilos mordida en el tobillo. Potenció sus músculos, talló casi dos metros, se dejó un bigote negro y retrocedió su piedad. Se convirtió en un hombre malo, grande y duro.

El animal
Durante los años siguientes vagó Kansas y Texas y espantó manadas, quemó cosechas y robó y violó a cualquier hombre con el que se cruzó. Sodomizó a un vigilante ferroviario en un tren que iba a Oregón y luego le tiró en marcha y se hizo el baranda de la trena en el penal de Deer Lodge, en el que agrupó a una corte de queridos que se sometían por el puro terror que inspiraba CARL PANZRAMsu ferocidad. Panzram no era necesariamente homosexual y usaba su chisme como un ariete de punición y es probable que nunca disfrutase de una mujer. Sus acometidas llevaban más resentimiento que lujuria. En 1920 entró en la casa del ex presidente  William Taft en New Haven, en Connecticut, y le robó tres mil dólares y un revólver Colt del cuarenta y cinco. Con el botín se compró un yate y practicó la piratería sin consolidar tripulación. En los puertos reclutaba marineros y a bordo les rompía la bullanga y les tiraba al mar con una piedra atada al cuello. En 1921 se embarcó en un mercante con rumbo a Angola, en donde trabajó brevemente en una compañía petrolífera, pero no se hizo al horario y reclutó a seis negros para una expedición de caza y en la selva los mató a tiros y los dio de merienda a los cocodrilos. En Lobito Bay violó a un niño de once años y le aplastó la cabeza con una piedra. Volvió a América e intentó iniciar carrera de asesino a sueldo, mató y violó a otro chaval de doce años en Salem, Massachusetts, y a otro más en New Haven; le sacó un rendimiento a su violencia empleándose como rompehuelgas, robó un barco, se hizo llamar el capitán O´Leary, se mancilló la piel con tatuajes de anclas marinas y se enroló en un barco con rumbo a China pero no llegó a embarcar porque la noche anterior se mezcló en una pelea. Conoció prisiones y le metieron palizas de muerte y planeó envenenar un río y volar una estación de metro para vengarse de la humanidad. En la cárcel de Dannemora intentó fugarse escalando un muro de diez metros y se rompió las dos piernas, los dos tobillos y se hizo puré la espina dorsal. Le devolvieron a su celda roto y sin aspirinas y nadie se preocupó de enmendarle las fracturas hasta que fue inevitable operarle catorce meses después y perdió un testículo. Se quedó en medio capón. Se recuperó, no obstante,  y violó a otro preso. Le trasladaron al penal de Leavenworth. Les dijo a los guardias que no le tocasen el cojón. El oficial Robert Warnkle se lo tocó. Panzram le sorprendió en la lavandería y le mató a golpes con una barra metálica. Le condenaron a morir en la horca y Panzram recién escuchó la sentencia se rió como un orate. Nunca le dieron nada y devolvió el doble.

La noche anterior a su ejecución se la pasó cantando una canción obscena que él mismo había compuesto y maldijo a su propia madre. Rompiendo las seis de la mañana del cinco de septiembre de 1930 le sacaron de la celda y le condujeron al patíbulo. Se estaba quedando calvo, vestía la sarga del presidiario y ostentaba el número 31614. Era un medio cojo de treinta y nueve años y ni una semana de honradez. Subió los trece escalones del cadalso y escupió al verdugo que quiso cubrirle la cara con un trapo negro. El verdugo le acomodó el nudo cuidadosamente y Panzram le metió prisa y le insultó. La trampilla se abrió pasando tres minutos de las seis y Panzram se precipitó en una caída de un metro y sesenta centímetros y se rompió el cuello. Había confesado haber matado a veinte hombres. Había dicho que su madre no le enseñó nada que mereciese la pena. Dijo haber asesinado a cuatro marineros con el revólver del presidente Taft. Dejó ese imponderable para la gloria de la nación. A las seis y trece un médico certificó su muerte. Se fue al infierno a dar por el culo al diablo, resentidamente. A las seis y catorce, un periodista pidió pincharle los pies con una aguja para comprobar que era cierto.

MARTÍN OLMOS

Rameras del Parque Paraíso y príncipes de los Cinco Puntos

In Matones y camorristas on 23 de junio de 2014 at 0:24

En el antiguo Manhattan Woody Allen no hubiese durado ni un minuto de una pieza

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“Viviendas atroces que deben su reputación al robo y al asesinato. Todo lo inmundo, lo decadente y lo corrupto se halla en los Five Points”
 CHARLES DICKENS

La fatua Manhattan surgió sobre la tierra apenas firme con la que cegaron el lago Collector para que no propagase el cólera. Los holandeses le llamaron Kalchhook y los ingleses el Estanque de Agua Dulce (Fresh Water Pond), pero le acabaron diciendo el Colector y en el centro asomaba una isla en la que colgaron a los negros que se rebelaron en 1714. El Colector tenía pesca copiosa que alimentaba a los indios algonquinos hasta que los cristianos la extinguieron usando redes, que debieron ser prohibidas en 1732. En las orillas del Colector levantaron una cervecería, dos mataderos, varias curtidurías y una fábrica de goma y el lago se convirtió en un vertedero que difundió el tifus y la pestilencia. En 1802 lo drenaron y lo rellenaron de tierra sobre la que, diez años después, se levantó el dédalo de callejones en los que asentó la chusma. Las calles Cross, Anthony, Orange, Little Water y Mulberry convergían en los Cinco Puntos (The Five Points), un terrado de cuatro mil metros cuadrados en cuyo epicentro se levantó el Parque Paraíso, cercado por unas verjas en las que las mujeres colgaban la ropa a secar vigilada por sus hijos armados de trozos de ladrillos. En los Cinco Puntos, cerca de la calle Mulberry, en la explanada de Bunker Hill, los carniceros soltaban toros y les echaban detrás los perros para que los atormentasen antes de acuchillarlos y en el mentidero del Sportsman´s Hall del infame Kit Burns se celebraban peleas de perros terrier contra ratas negras de la cloaca grandes como gatos. Un sobrino de Burns al que llamaban Jack el Rata arrancaba a mordiscos la cabeza de un ratón por diez centavos y por veinticinco se comía a una rata gris. En los Cinco Puntos proliferaron los bailaderos de cerveza y los hombrones se peleaban a muerte por los favores de las Niñas del Maíz, que vendían a la voz mazorcas asadas que llevaban en baldes de madera de cedro, se abrigaban con chales escoceses e iban descalzas. Los hombres que las casaban vivían después de su industria inventando una intersección entre la venta ambulante y el proxenetismo y el más bravo de ellos fue Edward Coleman, que libró una docena de luchas a muerte para conseguir a la más hermosa de ellas, a la que asesinó posteriormente porque consideró que no le rendía lo suficiente y fue ahorcado en enero de 1839 en la cárcel de Tombs, que era una réplica de un mausoleo egipcio.

Los Cinco Puntos y el Bowery cercano lo colonizaron los emigrantes irlandeses que le huyeron a La Gran Hambruna, los italianos, los chinos del opio y los americanos de nacimiento que no tenían donde caerse muertos y levantaron cortijos de putas, coimas y cajones de peristas. Se multiplicaron las tambarrias ilegales en las que no se conocían las jarras y los mejunjes se bebían directamente desde un barril por medio de un tubo de goma a tres centavos la succión dejando la cantidad a la capacidad del chupador. Cada nación se juntó a los suyos y se agruparon bandas salvajes que disputaban a muerte sus desacuerdos. La Guardia Americana Nativa peleó contra la milicia irlandesa de los Guardias de O´Conell el domingo 21 de junio de 1835 en la encrucijada de la calle Pearl con Cross. Los Nativos dijeron que un irlandés tumbó a patadas el tenderete de UN CALLEJON DE LOS FIVE POINTSfruta de un norteamericano y los de O´Conell dijeron que los nativos insultaron a un borracho irlandés. El prosaísmo mandó a los hombres a la tángana mortal. La pelea duró tres días y participaron más de mil contendientes con palos y cuchillos y dejaron catorce muertos, el primero de ellos el doctor William McCaffrey por un ladrillazo en la cara en Grand Street y el último un fabricante de pianos. Las bandas desembocaron inevitablemente en el crimen y nacieron en las verdulerías como la de Rosanna Peers, en la calle Center, en la que exhibía en el exterior frutas podridas y en la trastienda vendía whisky de ganga que era puro alcohol metílico. De aquellos antros surgieron los Guardias de Roach, católicos irlandeses que pelearon contra los Chicos del Bowery, contrarios al Papa de Roma; los Conejos Muertos, que fueron una escisión de los Roach que entraban en combate con un conejo muerto clavado en el extremo de sus estacas; los Camisas Largas y los Feos del Sombrero, que rellenaban de trapos sus chisteras para que les atenuasen los estacazos, y los Chicos del Amanecer, una banda de piratas del río East y del Hudson que fueron capitaneados por los granujas Nicholas Saul y William Howlett, notorios asesinos. Saul y Howlett fueron colgados en la prisión de Tombs la mañana del 28 de enero de 1853 y más de doscientos espectadores hicieron cola para estrecharles la mano antes de que sucumbieran en el nudo.

Rol de bestias
Entre aquellas huestes violentas hombres salvajes y hembras arrebatadas destacaron por su barbarie. Los hombres fueron Billy Poole el Carnicero, conocido arrancaojos; Sloberry Jim, que acuchilló y pateó a Patsy el Barbero hasta matarlo en un antro llamado el Boquete en la Pared que pertenecía a Charley Monell el Manco; Ludwig el Sanguijuela, que bebía sangre humana; Brian Boru, que una noche se emborrachó y se fue a dormirla al puerto y le devoró una manada de ratas; el Dandy Johnny Dolan, el líder indiscutido de la banda de los Whyos, que escondía en el taco de sus botas la sección de un hacha afilada, y Monk Eastman, que disputó contra Paul Kelly una pelea durante más de dos horas por dominar el predio de los Cinco Puntos que quedó a la par. Las hembras fueron la negra Sue la Grande, que también le decían la Tortuga, pesaba ciento cincuenta kilos y alcahueteaba un burdel en Arch Block; Maggie la Gata del Infierno, que luchó al lado de los Conejos Muertos, tenía los incisivos limados en punta y llevaba uñas postizas de cobre con las que arrancaba ojos;  Mag la Tirantes, la gigantesca tumbaborrachos del Boquete de la Pared, que llevaba una porra atada a su muñeca y arrancaba las orejas de sus enemigos a mordiscos y las metía dentro de una jarra de vinagre, y Sadie la Cabra, que embestía con la cabeza y saqueó barcazas en el río Hudson con la Banda de la calle Charlton. Mag la Tirantes le arrancó una oreja a Sadie la Cabra, pero un tiempo después se reconciliaron y se la devolvió porque la conservaba en la jarra y Sadie se la hizo engarzar en un colgante con el que se adornó el cuello.

Los políticos del Tammamy Hall (la crisálida del Partido Demócrata) les vieron la ganancia a las bandas bárbaras y las usaron para conducir a las urnas a los renuentes con el voto ensayado. Se suele estimar, pavo arriba o abajo, que el Tammamy birló unos doscientos millones de dólares de los fondos municipales entre 1865 y 1871. Las bandas duraron el siglo diecinueve y rompiendo el veinte se les unieron hombres como Capone y Johnnie Torrio, que fueron derivando del estacazo en el callejón al crimen en régimen de sociedad limitada.  A los héroes de los Cinco Puntos les hizo el inventario Herbert Asbury, un periodista veterano de las trincheras de Francia que iba para predicador metodista hasta que se cruzó con las rameras. A un frágil cieguito que se llamaba Borges le fascinaron las biografías de aquellas hordas porque le fascinaba el coraje y las posibilidades poéticas de la  violencia física, a pesar de que nunca se batió. En 1999 los arqueólogos excavaron en lo que fueron los Cinco Puntos, que ahora son parte del Chinatown, y encontraron  huesos de niños en lo que determinaron que fue el sótano de un antiguo prostíbulo y refrendaron que la fatua Manhattan de los tíos que van al psicoanalista se asentó sobre un lago de cólera y sobre los hijos muertos de las putas.

MARTÍN OLMOS

Las aventuras extraordinarias de Alexander Selkirk

In Con buena letra on 11 de junio de 2014 at 13:29

…que inspiraron a Defoe el personaje de Robinson Crusoe

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“Lo que Robinson añora, lo que le falta, lo que ya nunca llegará es…otro naufragio”
 FERNANDO SAVATER

Alexander Selcraig nació en 1676 en Lower Largo, al norte del estuario del río Forth, en Escocia, y cuando tuvo edad de entendimiento aprendió a blasfemar y pronunció juramentos renegados dentro de la iglesia y fue reprendido por los ancianos. Fue el séptimo hijo de la camada extensa de varones de Euphan Mackie y su marido John, zapatero de profesión, presbiteriano y hombre temeroso de Dios. Alexander Selcraig sorteó el pupitre para vagar el muelle y se juntó con los bribones y antes de los veinte años robó el sagrado en una iglesia presbiteriana y para huirle a la consecuencia se hizo a la mar a bordo de un barco holandés de la Compañía de Escocia con rumbo a las Indias Occidentales. Regresó al de seis años con una magra fortuna consistente en una pistola de segunda mano y el cabo de una vela. Durante los dos años que pasó en tierra no empeñó un solo día en el rendimiento de un trabajo honrado, contó historias de la mar cuando le inspiraba la jarra y estuvo a punto de matar a su hermano Andrew, que era mongólico, pegándole en la cabeza con un bastón, por lo que riñó con su padre y decidió abandonar Lower Largo y ganar al puerto de Londres para embarcarse en una de las expediciones del capitán William Dampier en busca del oro abundante de los  galeones españoles. Nadie en Lower Largo, al norte del estuario del río Forth, demoró un gramo de cordialidad cuando vieron la espalda de Alexander Selcraig y, sin embargo, ciento ochenta años después le perpetuaron en una estatua que colocaron en una hornacina de la finca que se levantó sobre lo que un día fue su casa. La estatua es de piedra gris y la verdeó el aire de la mar y la sufragó mister David Gillies, fabricante de redes.

El capitán William Dampier besó una vez la mano del rey Guillermo y era un notable botánico y, sin embargo, era un bucanero y un granuja que había sido sometido a un consejo de guerra por azotar a un grumete de catorce años al que dejó los huesos a la inclemencia a puros trallazos. En 1702 consiguió financiación particular para navegar en corso prometiendo a sus valedores el oro español de Perú y en septiembre del año siguiente partió del puerto de Kinsale, en Irlanda, en una expedición formada por los galeones St George, de 26 cañones y una tripulación de ciento veinte hombres, y el Cinque Ports, de dieciséis cañones y tripulación de sesenta y tres.  A bordo del segundo sentó plaza de piloto Alexander Selcraig, que disimuló su apellido por el de Selkirk para no adornarlo con el oprobio de la piratería. Un año después había reñido con Dampier y le había dudado la navegación a su inmediato superior, el teniente Thomas Stradling, y comandó un motín de cuarenta hombres que fue sofocado con la promesa del oro. En septiembre de 1704 el Cinque Ports, después de combatir al viento cruzando el cabo de Hornos,  arribó en el islote Más a Tierra, en el archipiélago de Juan Fernández, a 670 kilómetros de Valparaíso, para reparar la arboladura y proveerse de agua potable y Alexander Selkirk cuestionó la seguridad del barco y exigió quedarse en tierra pensando que le iban a seguir cincuenta partidarios que a la última rajaron y prefirieron quedarse a bordo. Selkirk fue arriado en un lanchón y abandonado a su suerte en el islote con unas mantas, una tetera, una pipa y unas pocas libras de tabaco, un hacha, un cuchillo, un trozo de pedernal de yesca, un fusil de chispa, munición y una bolsa de pólvora y una Biblia. Vestía una camisa de lino, zahones de marinero, unas medias largas de lana y un par de zapatos de hebilla. Recién desembarcó en la playa se arrepintió y clamó porque le regresaran pero el teniente Thomas Stradling se burló de él desde el puente y ordenó izar el ancla. El Cinque Ports, sin embargo, encalló unos meses después en la costa de Colombia cuando iba rumbo a Panamá y su tripulación fue capturada por el español. Al teniente Thomas Stradling le dieron presidio en Lima.

Soledad
Alexander Selkirk pasó en soledad cuatro años y cuatro meses en la isla Más a Tierra. Durante las primeras semanas hirvió mariscos y comió tortugas, hizo fuego con ramas de pimentero y no se alejó de la playa y sucumbió a la enfermedad de la melancolía que le condujo a acariciar la idea de quitarse la vida. Con el tiempo, en cambio, exploró el interior y leyó la Biblia y aprendió a cazar a los feroces leones marinos, cuya carne encontró tan sabrosa como el cordero inglés y su grasa óptima para usarla como mantequilla, reunió un rebaño de cabras silvestres y a algunas las amputó una pata para guardarlas para el porvenir (a otras les hizo una marca en la oreja y treinta años después las encontró el comodoro George Anson cuando recaló en Más a Tierra durante un crucero alrededor del mundo), se construyó un refugio y combatió una plaga de ratas amaestrando gatos salvajes. Descubrió que la isla daba calabazas, berros y nabos y una especie de pimienta que se llamaba malagita que resultaba excelente para ventear las digestiones. Por las noches cantaba salmos a voz en grito y bailaba con sus gatos melodías que tenía en su cabeza y solo Dios sabe por qué no enloqueció.

En enero de 1709, los buques Duke y Duchess, al mando del capitán Woodes Rogers, le encontraron vestido con pieles de cabra cosidas con trozos de tripa y desnudo de pies cuyas plantas eran tan duras como el cuero. Selkirk contó su peripecia a duras ESTATUA DE SELKIRK EN LOWER LARGOpenas porque había perdido vocabulario por no pronunciarlo y se apostó con el capitán a que podía correr más velozmente que su perro bullgdog detrás de una cabra. Selkirk se embarcó en el Duke y eludió el ron pero no volvió a ver Inglaterra hasta octubre de 1711 y mientras tanto participó en corso en el saqueo  de Guayaquil, en Perú, obteniendo 800 libras de botín y fue ascendido a piloto de una nave capturada a la que pusieron de nombre  Batchelor. En Londres, Alexander Selkirk, el Gobernador de Juan Fernández, se hizo notable al difundirse su historia en las bitácoras del capitán Rogers y en el periódico The Englishman, editado por el parlamentario sir Richard Steele, y le invitaron a beber jerez en los salones. Volvió Selkirk al ron y a las peleas y en 1714 regresó a Lower Largo vestido con una levita con adornos de oro y como era domingo visitó la iglesia. Vivió en la casa de su hermano pero prefirió los paseos en soledad y amaestrar gatos, quizás añoró la isla, y en una ocasión apaleó a un vecino. Dos años después se escapó a Londres con Sophia Bruce, sobrina de un ministro presbiteriano, pero no la casó y vivió con ella en un apartamento del Pall Mall. Se volvió a embarcar en el H.M.S. Enterprise y cuando regresó en 1719 se encontró con que Daniel Defoe le había otorgado veinticinco años más de soledad en su isla, un loro y un criado negro en “La vida y aventuras extrañas y sorprendentes de Robinson Crusoe, de York, marino”, que se publicó un año antes en un volumen en octavo. Defoe conoció la picota y siempre le debió dinero a alguien y de él dijeron sus enemigos que era “una vil y mercenaria prostituta, un charlatán estatal, escritor de alquiler, pluma escandalosa, mestizo malhablado, autor que escribe para vivir y vive de la difamación”. No se sabe si Selkirk leyó la novela pero se sabe que se volvió a embarcar en el H.M.S. Weymouth con grado de teniente, que en una escala en Plymouth olvidó a Sophia Bruce, se emborrachó y se casó con la viuda Frances Candish, propietaria de una taberna, y que murió de la fiebre amarilla en la costa occidental de África el 13 de diciembre de 1720 dejando de herencia un fusil de chispa con una foca grabada en la culata y para la posteridad un poema de Borges que dice: “Cinco años padecí mirando eternas cosas de soledad y de infinito, que ahora son esa historia que repito, ya como una obsesión, en las tabernas. Dios me ha devuelto al mundo de los hombres, a espejos, puertas, números y nombres, y ya no soy aquel que eternamente miraba el mar y su profunda estepa”.

MARTÍN OLMOS

La honorable esgrima del sable

In El cañí, Timadores y burlangas on 6 de junio de 2014 at 10:49

El gorroneo es profesión vinculada a las letras que permite tomar el vermú de mogollón

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“…y les parece que debemos andar como solicitadores o hechos estudiantes capigorristas, enlutados y con gualdrapas”  
MATEO ALEMÁN

Al sablista hay que tener la precaución de saludarle desde lejos, como a la mujer bigotuda, y prevenirle el discurso de cercanía como si tuviera halitosis, porque en cinco minutos te enreda y te toca la petaca. El sablazo es cañí como un par de castañuelas y es industria de estudiantes y de periodistas que no hay que confundir con la comisión, que es manejo de sujetos menos imaginativos y de más elevación social que han derivado en la trapaza por enchufe y sin vocación. El comisionista vil prospera sin mérito porque ceba la bolsa sin sudarla y le llueve del cielo el matute que va aparejado al cargo, al que ha trepado doblando la bisagra delante de la gerencia y poniéndose a los pies de su señora. El sablista, en cambio, está obligado a procurarse la ganancia inventándose un hilo argumental, con lo que por lo menos es narrativo, y es neoclásico porque procede de la tradición picaresca del Siglo de Oro. Los antiguos estudiantes de Salamanca vestían de capa negra y gorro del mismo color, que embozaba más la mierda,  y como siempre andaban a la cuarta pregunta comían de mogollón colándose en los bautizos y Quevedo les escribió de “susto de los banquetes y cáncer de las ollas”. Les llamaban capigorristas o capigorrones y lo fueron Tácito y Andronio en la comedia “El laberinto de amor” de Cervantes. El presbítero José María Sharbi y Osuna sostenía que la cuarta pregunta a la que estaban los carpantas, que la decían también la última, era la que terminaba la serie de inquisiciones que les hacían los estudiantes a sus nuevos camaradas para descubrir si tenían salud, talento, amores y posibles. Como eran bachilleres las decían en latín: “¿Salutem habemus? ¿ingenium habemus? ¿amores habemus? ¿pecunian habemus?”. Los novicios asentían las tres primeras pero enseñaban la bolsa pelona para negar la cuarta y arrimarse a la cofradía de los gorreros y aprenderse los pesebres del puntapié donde almorzar al trote.

La diferencia entre el sablista y el gorrón es que el primero acecha rapaz, industria por barrios triangulándolos como predios de caza observando la precaución de agostarlos por temporadas para no yermarlos y después pergeña y procede con determinación porque es, en el fondo, un hombre de acción, mientras que el segundo es pasivo y oportunista, parasitario, y su mérito procede del estoicismo y de la paciencia para esperar que el rumboso pague la ronda de gambas inmutable como una esfinge, como el que otorga callando. Al gorrón le dicen también guagüero y sopista, y le dicen rozavillón y tifus, y tiene el estómago elástico, como el de los calés. Un sablista legendario fue el poeta Pedro Luis de Gálvez, anarquista y escritor de sonetos, que llegó a pasear por los cafés a un hijo que le nació muerto metido dentro de una caja de zapatos para arrimarse los duros del supuesto entierro y escribió el tratado “El sable. Arte y modos de sablear”, en el que incluyó un listado de primaveras entre los que anotó al torero Nicanor Villalta, a Carlos Arniches y a don Jacinto Benavente, que, a lo que parece, eran rotos de petaca. A veces alquilaba la lista a otros sablistas por diez pesetas y una comisión sobre el resultante. Pedro Luis de Gálvez llegó a hacerse pasar por muerto para sacarle diez duros al cura que fue a darle la extremaunción y una vez empeñó a su gato en el Monte de Piedad y en 1940 le fusilaron los vencedores de la guerra en la cárcel de Porlier acusándole de haber asesinado a doce monjas.

Fondas del sopapo y cafés de poetas
El gorrón desprecia a la hormiga de Samaniego y es fumador de petaca ajena (a veces pone la lumbre) y en la primera mitad del siglo del cambalache frecuentó las pensiones y los cafés, y como siempre andaba sin una gorda no podía aliviarse en el putañal y se tumbaba lo que podía. El guionista Rafael Azcona contaba que se alojó una temporada en una pensión de la calle del Carmen colonizada por opositores a Correos cuyo dueño era un marica que se llamaba Paquito y en la que trabajaban una cocinera calva y una criada enana que siempre andaba en hospitales curándose los desgarros de vagina que le producían los estudiantes cuando se ponían belicosos por la contemplación de unas modistas que vivían en el piso de abajo. Azcona mantenía que los cafés se llenaban porque en las casas no había calefacción central y él frecuentó el Varela, en cuyos servicios se afeitaban los habituales porque había agua caliente y un otorrino pasaba consulta en una mesa. En el Varela se celebraban veladas poéticas y cuando uno participaba en ellas conseguía el derecho de sentarse en una mesa sin consumir y hasta le daban una jarra de agua. La pluma y el sable son parientes y antes de que en el periodismo se pusiesen de moda las tertulias y las columnas con foto, el de gacetillero era un oficio en el que había que ir saltando la mata y previniéndose de la autoridad municipal. Alejandro Sawa, que inspiró a Valle su Max Estrella, tenía por costumbre sacarle a Alfredo Vicenti, director de El Liberal, cinco duros de adelanto por artículos que no había escrito (ni pensaba hacerlo) y Felipe Navarro, Yale, pensó que se podía escribir sin comer pero se equivocó y alternó el oficio con el estraperlo de tabaco y la venta de condones. A Yale le echaron de la pensión y dormía sobre un colchón entre dos coches en un garaje, una vez robó un reloj en una piscina y lo mercó por quince duros que se gastó en comer una paella de doce pesetas con guarnición de moscas y le pretextaba entrevistas a la actriz Ana Mariscal para que le invitara a pastas en el Hotel Gran Vía. Frecuentaba la Bodega Bohemia en la que recitaba en un tablao el romance “El hijo de la Volantes” para que le convidasen a un café con leche y a una ensaimada y en una ocasión iba tan tieso que no tenía ni las tres pesetas que costaba un menú de caldo, tripas de gallina y una mandarina que daban en un restaurante de la calle Wifredo y aún así cenó, se levantó y najó sin abonar andando despacito porque era poliomelítico, pero se arrugó recién salió y se metió en un portal, y como el sereno no le vio, cerró con llave y tuvo que rendir la noche en la escalera hasta que le sacaron a las siete de la mañana del día siguiente. Hoy el periodista es un intelectual que a veces llega a fin de mes y se puede enseñar la cartera en el bolsillo culero del pantalón cuando se entra en una redacción y con suerte salir con ella (hay casos documentados).

Un sablista del profesional fue el dibujante Manolo Vázquez, el creador del agente secreto Anacleto, las hermanas Gilda y la familia Cebolleta. Vázquez era putero y anarquista, decía que su abuelo había sido el sastre de la Familia Real y tuvo once hijos con siete mujeres distintas. Era moroso por devoción y mató a su padre dos veces para conseguir adelantos para el entierro y EL TÍO VÁZQUEZquiere la leyenda que fuese el inquilino de la buhardilla de la 13 rue del Percebe, de Ibáñez, que hacía que su mujer sacase un loro al alfeizar de la ventana para avisarle de que había acreedores en la puerta. Vázquez trabajó en régimen de galeote para la editorial Bruguera en unos tiempos en los que los dibujantes de tebeos  no conservaban los derechos de sus personajes y ganaban dos gordas (Josep Coll dejó el lápiz porque le rentaba más ser albañil de obra y se suicidó en la bañera con un secador de pelo) y estuvo tres veces en el trullo, dos por deudas y una por bigamia. Fue un sablista artístico que descubrió que el truhán cae simpático y acabó dibujándose a sí mismo huyendo de los sastres en la serie “Los cuentos del tío Vázquez”. Sostenía don Camilo José Cela que hay tres cosas que un hombre no debe negar: un sopapo a un impertinente, un revolcón a una señora que lo demande y un pitillo a un mendicante.

MARTÍN OLMOS

Un hombre tocando la gaita en una playa de Normandía

In Hazañas bélicas on 1 de junio de 2014 at 18:21

Bill Millin, gaitero personal de Lord Lovat, vigésimo cuarto jefe del clan Fraser, desembarcó en Sword Beach en el Día D tocando “The road to the isles»

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“Con el agua hasta la cintura, Millin se llevó el soplete a los labios, y mientras chapoteaba en el oleaje se oyó el plañidero sonido de la gaita”  
CORNELIUS RYAN

Después de perder la batalla de Bannockburn contra los escoceses de Robert Bruce (1314), los ingleses de la Pérfida Albión tomaron la costumbre de salir a reñir detrás de un regimiento de gaiteros de las Highlands para que les quedasen guerras vistosas con lores, casacas rojas y vigorosos poemas de Kipling. “Cuando te hieran y te abandonen en las llanuras de Afganistán,/ y las mujeres vengan a cortar en pedazos lo que queda de ti,/ solo toma el fusil y vuélate los sesos/ para ir donde tu dios como un soldado,/ ir, ir, ir como un soldado/ como un soldado de la Reina” (El joven soldado británico). La gaita bélica es una excentricidad tan inglesa como llevar sombreros raros al hipódromo,  porque no se toca como el tambor, para marcar el paso, ni como la trompeta, para emitir órdenes, y además los gaiteros se presentan a reñir sueltos de huevada debajo de sus faldas de cuadros y vestidos de montañeros aunque combatan en el valle. Cuando en 1809 el legendario Regimiento nº 71 de Highlanders fue incorporado como primer batallón de la Infantería Ligera del ejército británico, el general William Wynyard autorizó a la tropa a conservar sus gaitas, “así como la indumentaria de las Tierras Altas para los gaiteros y, por supuesto, les será permitido usar capas”. En 1840 la reina Victoria influyó en la decisión del Ministerio de la Guerra de que cada batallón escocés tuviera un gaitero mayor y cinco gaiteros más, que podían ampliarse fuera del presupuesto sostenidos por el fondo del comedor de oficiales.  En los tiempos de la artillería, en cambio, un hombre abriendo el frente de batalla sujetando debajo del sobaco una tripa de piel de oveja sobre la que crecen  tres roncones de hueso, que además hacía ruido para delatar su posición, enseñaba las rodillas y generalmente era pelirrojo, por lo menos ofrecía un blanco vistoso y le acababan acertando, si no era a la primera, seguro que a la segunda. Durante la Primera Guerra Mundial cayeron tantos gaiteros bajo el fuego enemigo que el alto mando inglés abandonó en 1915 la costumbre de conducirse detrás de ellos. Sin embargo, durante la batalla de Somme, un año después, James Richardson, un escocés de veinte años enrolado en un batallón de infantería de la 16ª Fuerza Expedicionaria del ejército canadiense guió el asalto a un foso erizado de alambre de espino tocando la gaita. El batallón ocupó la posición y Richardson perdió la gaita, pidió permiso a su sargento mayor para recuperarla y fue abatido por el enemigo para que le condecoraran póstumamente con la Cruz de la Victoria.

En la Segunda Guerra Mundial hubo gaiteros con Montgomery en El Alemein y en el desembarco de Dieppe. El Loco Jack Churchill, que combatía al alemán con un arco de madera de tejo español y una espada escocesa “claymore” de doble filo, dos kilos de peso y metro y medio de longitud, tocó con su gaita “La marcha de los hombres de Cameron” antes de asaltar la fortaleza de la isla de Maaloy, en Noruega, y fue hecho prisionero en Yugoslavia cuando le tiraron una granada mientras tocaba “No volverás otra vez”. Jack Churchill nació en Surrey en 1906, sirvió en Birmania en la Primera Guerra Mundial, salió haciendo de arquero en la película “El ladrón de Bagdad” con Douglas Fairbanks y representó a Inglaterra en el Campeonato Mundial de Tiro con Arco en Oslo, en 1939. Inmediatamente después de la invasión de Polonia se alistó en el regimiento Manchester de la Armada Británica y en mayo de 1940 fue el único combatiente de la Segunda Guerra Mundial que abatió a un enemigo de un flechazo. Fue en L´Epinette, en Francia, y le atravesó a un sargento alemán el cuello con una flecha disparada a treinta metros. A Churchill le dijeron el Loco y el Peleón, participó en la evacuación de Dunkerque y en operaciones de comando en Noruega, se escapó dos veces del campo de concentración de Sachsenhausen, ganó dos cruces militares, capturó a ciento treinta prisioneros en Piegoletti armado solo con su espada “claymore” y le pareció que la guerra acabó demasiado pronto. Se lo estaba pasando en grande y dijo: “Si esos malditos yanquis no se hubieran metido en la guerra, podríamos haberla alargado unos diez años más”. Después sirvió en Palestina en una unidad de paracaidistas de la Seaforth Highlanders y participó en la evacuación de ochocientos judíos después de la masacre de Hadassah. Se licenció del ejército en 1959 con el grado de teniente coronel, se hizo surfista y sus vecinos de Surrey le denunciaron por tocar la gaita a las tres de la mañana la víspera de una jornada de labor.

El gaitero Bill Millin
Es tradición del british tomarse la guerra como sport en vez de vivirla en tragedia y los que se van a reñir como quien se va a cazar al zorro tienden al anacronismo y a la laxitud en la uniformidad y se marchan de campaña en mocasines y pantalones de golf como quien va a volver a cenar a casa. Es incómodo, pero adorna las biografías. Simon Fraser, decimoséptimo lord Lovat y vigésimo cuarto jefe del clan Fraser, empezó la Segunda Guerra Mundial de capitán de un regimiento de su propiedad, los Lovat Scouts, creado por su padre a principios de siglo para combatir al boer y formado por paisanos de las Scottish Lowlands acostumbrados a la caza. Después se incorporó a una unidad de comandos y desembarcó en las playas de Normandía como general de brigada al mando de 2.000 efectivos llevando consigo a su gaitero personal Billy Millin, de los Cameron Highlanders, y despreciando el casco reglamentario y el fusil de campaña por una boina escocesa y un rifle Winchester 45-70 de caza mayor. El gaitero Billy Mullin, escocés nacido en Canadá e hijo de un poli,  encaró Sword Beach, entre Ouistreham y Saint-Aubin-sur-Mer,  en la proa del buque de desembarco que transportaba a la 1ª Brigada de Servicio Especial tocando “The road to the isles”. Las tripulaciones de los destructores que les acompañaban se contagiaron y emprendieron por los altavoces ESTATUA DE BILLY MILLIN“A-hunting we will go” y “La Marsellesa”. Billy Mullin desembarcó vestido con su falda “kilt” y armado únicamente con su cuchillo de caza escocés sgian dubh de mango de roble negro metido en el calcetín y, mientras avanzaba esforzadamente a través de las olas rompiendo, tocó con su gaita “Highland Laddie”, la canción tradicional de la Guardia Escocesa. Cuando ganó la playa, Lord Lovat le ordenó que la recorriese de arriba abajo tocando “The road of the isles” para acompañar el desembarco del resto de las unidades. Millin le recordó que era contrario a las ordenanzas tocar la gaita en combate y Lovat le respondió que podía ignorar las leyes inglesas por ser escocés. Billy Millin y su gaita desfilaron varias veces a través de los ocho kilómetros de Sword Beach y los francotiradores alemanes no le dispararon porque le tomaron por un loco. Anthony Beevor reconoce que elevó la moral de la tropa, si bien desquició a un par o tres de soldados heridos que esperaban a un médico en lugar de a un gaitero. Billy Millin siguió a Lord Lovat en su avance hacia los puentes de Bénouville tocando “Blue bonnets over the border” mientras su jefe ordenaba recuperar los cuerpos de los nazis que abatía con su Winchester 45-70 como si fueran trofeos de caza. Un tercio de la brigada de Lord Lovat cayó en combate y él mismo fue herido de gravedad quince días después del desembarco quedando inútil para el servicio. Después de la guerra, el gaitero Billy Millin trabajó en las fincas de su señor y después se ganó la vida de enfermero en un psiquiátrico. Una de sus gaitas se exhibe en el Museo Conmemorativo del Puente Pegasus en Ranville, Francia, y en el año 2013 más de quinientos gaiteros tocaron en la inauguración de una estatua en su honor esculpida por Gaetan Ader que se levantó en Coleville, al lado de Sword Beach. Billy Millin no la llegó a ver porque murió diez años antes de un derrame cerebral en el hospital de Torbay a los 88 años.

MARTÍN OLMOS

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