Policarpo Díaz sigue sumando arrestos y mojadas que adornan su biografía previsible
“El boxeo es terrible. He conocido muchos púgiles que han ganado dinero y ninguno que lo haya mantenido”
MANUEL ALCÁNTARA
Enseñando en los papeles el lomo ultrajado y la tocha quebrantada le toca ahora mismo al Poli escribir el cuento trágico del boxeo, que es de mucha retórica y se repite cada cierto tiempo como los misterios del rosario. El Poli dice que le zurró la pasma y que le dejaron en cueros en una celda de la comisaría del Puente de Vallecas después de detenerle en el Parque Azorín por dar bronca a los maderos, por hacer como que sacaba un pincho y por intentar mangarles una cacharra. Andaban los bofias viendo de dar grillete a un chorizo de bugas y se cruzó el Potro a hombrear (11-08-2014) porque últimamente va dando cancha para que le escribamos las crónicas fáciles del fracaso que te solucionan una columna que queda entre el noir y el tremendismo y que suele salir agradecida y tiene su público. Estos cuentos de boxers que salen de la canina, arrumacan la gloria y se derrumban en la cuesta abajo, son como las versiones del diluvio que son comunes en casi todas las religiones y al final son siempre la misma historia que se repite en cada generación como los misterios del rosario. El Poli Díaz salió del barrio arrabalero y de tango y se abrió la vía a hostias y conoció los langostinos y fue derrotando al barrio otra vez sin remedio haciéndose una biografía presentida de perico y violencia doméstica para que le acaben diciendo de juguete roto, que es una metáfora afortunada que se inventaron Manuel Summers y Tico Medina (“Juguetes rotos”, 1966). La mención al muñeco roto y tuerto de un ojo de cristal, enseñando las entrañas de trapo y con el que ya no quiere jugar nadie, le viene al Poli como un chaleco a la medida porque principió su carrera haciendo de adorno del liberalismo divine que sacaba los codos para hacerse la foto con el pony violento y plebeyo y bajar a la arena meada del reñidero con la titi de zapatos de tacón. Cuando le peleó al francés Roland Leclerq en Madrid, en febrero de 1988, era el pupilo de Enrique Sarasola, el empresario de Felipe González, le presentó el combate Ramoncín, el Rey del Pollo Frito, y salió con dos jamonas, vestido de batín rojo iluminado por un cañón de luz bailando la música de “Rocky”. El Potro tenía veinte añitos y le fueron a ver disputar el torero Jaime Ostos repeinao, el marqués de Griñón y el de Cubas con su parienta Marta Chávarri un año antes de enseñar el parrús, Luis García Berlanga y Alaska y los Pegamoides. El potrito de la barriada de Palomeras que una vez mangó un pernil del Museo del Jamón y cazó un pato del Retiro para llenar la cazuela se acabó retratando con Inés Sastre y con Almodóvar y con el rey, y acabó mordiendo de los cajeros sacadas de a diez mil duros para invitar a putas a los colegas y acabó pensando que le valía con sus pelotas y nada más. Y nada menos.
El boxeo en España lo entendieron Vadillo, Alcántara y Eduardo Arroyo y lo entendió el difunto Umbral sin cañones de luz ni música de “Rocky”. Umbral intuyó el boxeo español de raza delgada que solo daba chicarrones en el norte, el boxeo del hambre que salía de los talleres y de la construcción: el boxeo universitario, snob, fue una rareza inglesa que aquí no se ha conocido nunca, dijo. Luis Folledo vino de la fundición y Fred Galiana de la obra, y el Zurdo de Cuatro Caminos Young Martín era afilador y el negro Legrá limpiabotas. El potro vallecano vino de mangar jamones y de robar patos y su historia es la de tantos, con una variación o dos, que es la de uno que le huye a la jai a bofetadas y arrumaca la gloria y se distrae con las luces brillantes y lo tumba la vida, que es muy perra, y le devuelve a su lugar. Es la historia que se repite una y otra vez como los misterios del rosario, padrenuestroqueestásenloscielos, y se parece, por decir de una como se podía decir de otra, a la de Luis Folledo, que salió de la fundición como un vulcanito pobre del barrio de Las Ventas y a tortazos se llegó a comprar zapatos de dos mil duros. A Luis Folledo le fueron a ver pelear contra Laszlo Papp el príncipe Juan Carlos y su primo Alfonso de Borbón, cinco ministros del Régimen, el tasquero Chicote (que aún no le decían restaurador), Di Stéfano, Jean Paul Belmondo y Luis Miguel Dominguín y Luis Folledo, cuando se desprendió de la gloria, puso un mesón que quebró y acabó ganándose dos chavos, contaba Julio César Iglesias, jugando a los chinos, sacando tres con la tuya.
Rise and fall
El Poli vino de mangar jamones y de robar un pato en el Retiro y con el tiempo se ha ido inventando una infancia de prados verdes en Usánsolo, donde consiguió su padre tajo en la soldadura, en la que quiere recordar que no iba al pupitre y se pasaba el día corriendo el monte y dice que una vez se encontró un zulo de la ETA. De vuelta en Vallecas se puso tartamudo y sorteó el jaco, que se le llevó a algún compadre, y le pegó a un menda tres puñaladas en el culo porque le despeinó un tupé de gomina. Fue un zorzal medio quinqui que derivó en el box sin técnica, en “un boxeo pobre y con afición dura y no muy entendida, que aplaude la clásica torta castellana, y pare usted de contar” (Umbral). Peleó con huevos inconscientes igual en el peso gallo, que en el pluma o en el ligero y anduvo bailando el gramo porque era joven y combatía para que le llevaran a Canarias y le diesen de comer carne en vez de sopas de pan duro. El Poli Díaz llegó a campeón de Europa con sus pelotas nada más, y nada menos, peleando un boxeo ágrafo como de asaltante de bancos y se hizo fotos con los sarasolas, con los ramones y con las alaskas y fundió los duros con la colegada, convidándoles a zorras y a perico, como un indiano que no tuvo que navegar. Se hizo la corte de los gorrones y los cobistas -y esta ronda la paga él- y se fue a pelearle al negro americano la corona del mundo entero. Le hicimos la vigilia aquella noche que perdió porque fue al combate pasado de peso y sin empollarse al contrario (con sus pelotas nada más, y nada menos) y palmó, claro, y lo demás fue cuesta abajo. Al principio fue la feria: salió en un Torrente y en tres pelis guarras con Nacho Vidal, juergueó con Mickey Rourke en Oviedo y acabó a hostias en un boliche y soltó la caña para ver si le encerraban en el Gran Hermano. Después fue el perico y el jaco y su mujer tirándose por la ventana de puro miedo, una paliza a su padre y una mojada que le pegaron en el pecho por vete a saber qué razón. Después fue la kunda para llevar a los zombis a la Cañada y una puñalada de destornillador que le metió a un moroso por un cañón de cinco bolos. Y ahora al Poli no se le arriman los ramones ni las alaskas y le arriman un par de hostias los maderos por ponerse peso gallo y enseña en los papeles el culo cardenal y la cara de pringao del que una vez fue el baranda de la barriada. Al Poli le queda biografía y le queda o la redención o diñarla en chándal en una campa, como un gorrión con las alas mojadas, para que digamos que ya se veía venir porque estas historias del ring suelen salir presentidas como los misterios del rosario, padrenuestroqueestásenloscielos, y te sale una columna agradecidita, que le dicen los ingleses de rise and fall, y que tiene su público.
MARTÍN OLMOS