Con la masacre de Puerto Hurraco volvió la España negra.
“Volverán las oscuras golondrinas”
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Recién le cogimos la costumbre a votar las democracias como si fuéramos ingleses, empezamos a orear el vino en un decantador en vez de beberlo directamente del porrón y nos olvidamos de que veníamos de la miseria y de Caín. Recién le cogimos la costumbre a votar las democracias como si fuéramos ingleses, se cargaron a los marqueses de Urquijo en un crimen como de juego del Cluedo con mayordomo marica, sangre azul y chalet en Somosaguas, cocinera negra y novio americano, y encaminamos, dichosos, la modernez pensando que habíamos dejado atrás el gasógeno y el piojo verde, la navaja de virola y el estacazo y la foto del Lute con el brazo brechado y la carita de mangaburras. Con su escolta de par de picoletos de cuernos de charol que parecían recién desertados de la vendimia por la capa y el camino que, de repente, nos parecieron de color sepia y nos pusimos a encomendarnos a la Interpol con sus pasmas de gabardina que chanaban pitinglís. Contaba Umbral en el setenta y cinco que volvieron los piojos a colonizar los tiestos de los chavales de los colegios de Madrid, como en los años cuarenta, y le vio a la cosa inclinación retro derivada del estreno de “El Gran Gatsby” (Jack Clayton, 1974). En el retorno de los piojos también quiso ver Umbral la vuelta del irracionalismo, del pasado de la humanidad, del misterio y de la mugre después de una era de electrodomésticos y biodetergentes. El español es un poco puta redimida que le predica a la vecina porque enseña la natividad del canalillo y enseguida olvida que antes ponía ella todo el género en el mostrador cuando caían los viajantes por el salón. La memoria del español no es frágil, sino maleable como el hierro caliente, y la usa a su conveniencia y el lunes está haciendo cola en la Plaza de Oriente para velar al General y el martes dice que lo mató él porque una tarde escuchó la Radio Pirenaica debajo de una manta y se acaba creyendo que es Mateo Morral. Recién liquidaron a los Urquijo (agosto de 1980), al español, que andaba quitándose del puterío, se le olvidaron los Lutes, los Tempranillos y el Tío Camuñas y se pensó que todo el pasto era Agatha Christie.
Menos de un año después se organizó una sanjurjada de falla valenciana con un picoleto de cuernos de charol y cara de huirle a la vendimia que se puso a disparar al techo como Pancho Villa y el español aprendió aquella noche la palabra Hemiciclo, pero no vio a los piojos en la puerta porque empezó la era de los electrodomésticos y los biodetergentes. El español, que además de puta es tauromáquico, no escuchó bien el aviso de la presidencia de la plaza porque encaminó la década de Almodóvar, de Cesepe y de Bernardo Bonezzi y pensó que lo suyo era seguir oreando el vino para bebérselo a la temperatura de la habitación, en vez de refrescarlo en el pozo dentro de una bota con pitorro de cuerno.
Posta y linde
Los piojos regresaron, inevitablemente, diez años después. Regresaron (quizá porque nunca se fueron) en pareja de dos paletos con escopetas de posta de montería y mala sangre que les dijeron a sus hermanas feas y de luto que se iban a cazar tórtolas cuando lo que llevaron fue la intención de matar demografía. La matanza de Puerto Hurraco tuvo música de chicharras y fresca de atardecer con sillas de tijera en el zaguán, y tuvo viejas de luto y lindes antiguas y braseros de carbón y horda y tuvo Badajoz y agosto y no tuvo mayordomo, ni Miss Marple ni té de las cinco. En Puerto Hurraco hubo rencor, pretérito y tribu y la tragedia principió con clasicismo agrario de predio rústico y minifundio extremeño en 1963, cuando el desacuerdo por la linde de un pasto echó a reñir al clan de los Izquierdo, que les decían los Pataspelás, con el de los Cabanillas, que les decían los Amadeos. En el prólogo del drama hubo también Romeos y Julietas y en 1967 Amadeo Cabanillas sedujo a Luciana Izquierdo y después la abandonó y salió, como siempre, la navaja a lavar el honor. El mayor de los Pataspelás, Jerónimo Izquierdo, atenuó el despecho matando a puñaladas al galán y echó quince años de sombra en la cárcel de Badajoz. En 1984 se incendió la casa familiar de los Izquierdo con la madre dentro y comentaron en la fuente que los hijos salvaron primero la tele. Los Pataspelás, sin embargo, dijeron que los Cabanillas lo provocaron en desquite por la muerte de Amadeo y salió Jerónimo de la penitencia, acuchilló sin suerte a Antonio Cabanillas y se fue a morir en una loquería. Los cuatro hermanos Izquierdo se trasladaron a Monterrubio de la Serena y vivieron en celibato y en endogamia social: las dos mujeres sin apearse del luto y los dos hombres apacentando mil ovejas y cazando al pase la codorniz con escopetas del doce. Las dos mujeres, Ángela y Luciana, se negaron el color y el estampado y prometieron por las noches ataúdes y los dos hombres, Emilio, el mayor, que era mandón, y Antonio, el pequeño, que le decían el Tuerto porque cuando niño le sacó un ojo un gallo de un picotazo, se quedaron de quinteros solterones, cinegéticos y feos.
El 26 de agosto de 1990 volvieron los piojos al país que preparaba la Expo y desafinaron y pintaron al fresco un crimen de secarral castuerano y de pliego de cordel con ciego y acordeón. Salieron los dos varones Izquierdo cruzados de cananas y con dos repetidoras Franchi de cinco cargas y puestos de chaquetas que pesaban sus buenos cincuenta kilos de lastre de cartuchos cebados cada uno de nueve perdigones de plomo. Eligieron agosto y la calor porque Emilio era friolero y el fresco le ponía el dedo yerto para tirar. En el labriego abunda el hombre con escopeta para la liebre que le evita andar con el procurador y con manca en una taba que le dice la meteorología. Entraron en Puerto Hurraco por la calle Carrera a las diez de la noche y dispararon a los rivales y al pueblo entero y dejaron nueve muertos para el cura. Se echaron al monte después de la matanza y les cogieron los picoletos en batida, que ya no llevaban cuernos de charol porque los habían cambiado por la gorra teresiana y, sin embargo, tuvieron que alumbrar la noche oscura de sierra con linternas de petaca que tiraban la luz justa para mirarse los pies. El cabo Vicente Salguero, de Feria de Badajoz y huérfano desde los once años, detuvo al Tuerto y salió en las fotos de guardia bigotudo prendiendo del brazo al paleto criminal que iba de cazador de conejos. A Emilio Izquierdo le localizó a la mañana siguiente un helicóptero escondido en un zarzal. Echaron en el parte de la tele a las hermanas Izquierdo huyéndole a la lincha en un tren y vestiditas de luto renegrido como dos brujas de Macbeth escritas por un Shakespeare de aceitunero y pocilga y el español volvió aquella noche a Caín y a la miseria y al Duelo a Garrotazos de Goya. Las viejas la diñaron en el psiquiátrico de Mérida y los dos hermanos Izquierdo en la trena, uno por lo natural y el otro se colgó. Aquella noche de calor y Badajoz dejamos los españoles la ilusión de ser modernos y de cantar crímenes de Agatha Christie con parterres y vicarios y volvimos a tener piojos y ahora que se nos han quitado está volviendo la tuberculosis y nos vamos a morir como Bécquer. Como no había ciegos a mano, ni acordeones, la matanza de Puerto Hurraco la dijeron los raperos de Def Con Dos: “Veraneo en Puerto Hurraco. España ya no es roja, España no es azul, España ahora y siempre es negra como el betún”.
MARTÍN OLMOS