MARTÍN OLMOS MEDINA

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El rey golfo

In El cañí on 3 de noviembre de 2015 at 21:02

 


 ILUSTRACION ALFONSO XIII

Alfonso XIII financió el precedente del cine de suecas de José Frade y tuvo cinco hijos bastardos.

“La biografía de don Alfonso XIII está todavía oscurecida por la pasión”

FERNANDO DÍAZ-PLAJA

Alfonso XIII fue rey borbón, fumador y putero que hacía trampas en las apuestas de los galgos y tenía halitosis y el barman Emile del Hotel París de Montecarlo le puso su nombre a un cóctel hecho con ginebra y dubonet. Alfonso XIII financió pelis porno con putas del barrio chino de Barcelona que eran medio pandorgas y bigotudas y fue buen tirador de pichón y de pájara. Por lo demás, era prognato, su labio inferior obedecía a la gravedad, le barruntaba el hocico y tendía a perder dientes. Lo que le gustaba era hacer bastardos con las suripantas, jugar mal al bridge y ponerse uniformes de coracero como si fuera el káiser Guillermo mandando tropas en una guerra bonita y colonial. Alfonso XIII tuvo su guerra colonial en el moro, pero no le salió bonita porque se le llenó de muertos capaos y se la protestaron en casa y cuando los quintos morían en los blocaos del Rif él estaba en las playas de Deauville, jodiendo modistas. Apreció, sin embargo, que le dijeran el Africano, como a Escipión, igual porque le pareció postizo de reconquista en comparación con el Piernitas, que era como le llamaba el popular por enclenque. Su madre María Cristina, que te quiere gobernar, le decía Bubi, que tampoco es nombre de Miura. Alfonso XIII intuyó, en cambio, la campechanía borbónica y pensó que reinar era bajar al castizo, comerse un cocido con un simple y contarle dos chistes verdes, pero juraba la constitución por la mañana y por la tarde consentía la dictadura de Primo de Rivera. Al rey Manuel II de Portugal le aconsejó salir en los ecos de sociedad y meterse a sus súbditos en el bolsillo porque “en nuestros reinos no se reina por la tradición, sino por la simpatía y los actos personales del soberano”. Alfonso XIII fue simpático de oficio, pero sus actos personales eran los de un señorito un poco calavera que salía de noche al cañí a rendir una juerga de peleón y putas y esencialmente se conducía con el sentido de la superioridad natural de quien ha sido rey desde la niñez. Gregorio Marañón dijo que era un botarate educado entre faldas y sotanas y le vio hacer apuestas de mil duros por disparo en el tiro al pichón. Una tarde ganó sesenta mil pesetas porque no era mal tirador y en una cacería en Santa Cruz de Mudela, en Ciudad Real, cobró 450 perdices, 130 conejos y 40 liebres.

Alfonso XIII fue a buscarse novia al extranjero y le arreglaron una cita con la princesa Patricia de Connaught, que le rechazó por feo (según el historiador Juan Balansó) y porque le apestaba el pico a retrete por la halitosis y el rey se trajo a casa a Victoria Eugenia de Battenberg de trofeo de consolación, que era pechugona y rubia. La casó y le atinó siete aciertos que culminaron con irregular suerte y casi no perpetuó la estirpe porque le salieron dos hijos hemofílicos y uno sordo, pero enseguida le perdió el interés y se puso a merendar fuera de casa. Dejó preñadas a dos institutrices de los infantes, una de ellas era escocesa y sabía tocar el piano, y tuvo dos hijos con la actriz Carmen Ruiz Moragas y otro con Mélanie de Vilmorin que cuando creció se hizo botánico. Carmen Ruiz Moragas debutó en el María Guerrero y estuvo casada seis meses con el torero Rodolfo Gaona, el Califa de León, y el rey le puso un chalet en la avenida del Valle. La leyenda quiere que cuando murió en 1936 de cáncer de útero, se untó los labios de canela y el rey se los besó como el príncipe necrófilo de la Bella Durmiente, pero para entonces ya estaba casada con el periodista comunista Juan Chabás y se había hecho republicana. El rey brioso adornó su lista de queridas con abundamiento y pudo presumir entretenimientos con Celia Gámez y con la Bella Otero, con la marquesa de Craymayel, con Beatriz de Sajonia Coburgo, con la viuda del duque de Fernán Núñez y con la bailarina Carmen de Faya, que en un concurso hípico en San Sebastián le regaló sus zapatos de raso en un arranque de fetichismo y él le devolvió flores. Cuando se iba de putas usaba el nombre de Monsieur Lamy y le gustaban merinas y a medio lavar y encomendó al conde de Romanones la misión de encargarles a los hermanos Baños, propietarios de la productora Royal Films, el rodaje de pelis porno con rameras del barrio chino de Barcelona que salían enseñando los parruses selváticos y sin peinar y tocándole la flauta a un cura. El clero debió apreciarlas, en todo caso, porque tres de ellas (las películas, no las golfas) aparecieron sesenta años después en el monasterio de Moncada y hoy se conservan en la Filmoteca Valenciana.

En 1929 se mezcló en un asunto feo de galgos y mangantes y engordó la cartera con sus acciones de la sociedad la Liebre Mecánica, que recibía los réditos de las apuestas de las carreras de galgos organizadas por el Club Deportivo Galguero Español, una sociedad sin ánimo de lucro cuyos beneficios debían ir al fomento del galgo español y a la beneficencia en vez de al bolsillo de los jetas. Cuando se proclamó la República en 1931, el rey quemó su colección de fotos de chavalas en cueros, dejó a la familia en la cama, recibiendo pedradas y guardada por veinticinco alabarderos, y se escapó del Palacio Real por una puerta de retaguardia que daba al Campo del Moro. Se montó en un Hispano Suiza y llegó a Cartagena, se embarcó en el “Príncipe Alfonso”, al mando del capitán Manuel Fernández Piña, y puso rumbo a Marsella, donde llegó a las tres de la mañana y se quejó de que estuviesen cerradas las casas de putas. Valle Inclán dijo que el pueblo le echó por ladrón. Alfonso XIII hizo un exilio decadente de hoteles, casinos, safaris en Sudán y viajes a Hollywood con Douglas Fairbanks, al que le pidió que le presentase a Fatty Arbuckle, su cómico favorito, y cuando le dijo que no era una compañía conveniente desde que se le había muerto una corista de una peritonitis provocada por la introducción de una botella de champán por la escotilla, le contestó que eso le podía haber pasado a cualquiera. Encontró que el exilio engordaba y la libertad le pareció una lata porque tenía que bajar a por el periódico. Se compró un Bugatti y lo guiaba a ciento veinte por hora y en Viena mató a un peatón y se apostaba cien libras por mano en las mesas de Deauville jugando al chemin, una variante del bacarrá. Murió el 28 de febrero de 1941 en el Gran Hotel de Roma, de una angina de pecho, atendido por el doctor Frugoni y por sor Inés, una monja navarra del valle de Echauri, abrazado al manto de la Virgen del Pilar y diciendo según unos: “¡Dios mío, España!”, y según otros pidiendo agua fría. Baroja le encontró esencialmente cursi y dijo que tenía los gustos de un señorito de la burguesía y que sus andanzas de colchón no tenían mérito porque eran facilísimas por su posición de sultán, y que “anduvo con una cupletista tonta que en Cuba, según dicen, estuvo liada hasta con los negros”. La inclusión de los negros cimarrones en la ecuación de don Pío igual le confundió y tenía en la cabeza al príncipe Alfonso de Borbón y Battembreg, el primogénito del rey, que renunció a sus derechos sucesorios para casarse con la cubana Edelmira Sampedro, que le decían la Puchunga, de la que se divorció para reincidir en el Caribe y volverse a casar con la modelo Marta Rocafort, natural de La Havana, con la que solo duró seis meses. Don Alfonso se consoló en Miami con una cigarrera de un boliche de alterne que se llamaba Mildred Gaydon y le decían la Alegre y a la que pidió casorio que no llegó a celebrar porque se mató, el pobre, estampándose en coche contra una cabina.

MARTÍN OLMOS

El cura Galeote y su sobrina doña Tránsito

In La cruz y la media luna on 17 de octubre de 2015 at 13:01

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

Al obispo de Madrid le mató un cura por una misa de dieciocho reales.

 

“Galeote parece una fiera enjaulada, balanceándose con un movimiento semejante al de los cuadrúpedos aprisionados”

BENITO PÉREZ GALDÓS

El 18 de abril de 1886, cuando iba a decir la misa del Domingo de Ramos en la catedral de San Isidro, a monseñor Narciso Martínez Izquierdo, obispo de Madrid, le mató de tres tiros a bocajarro el cura Cayetano Galeote y Cotilla, que era malagueño, sordo y follador. Al cura Cayetano Galeote y Cotilla le venía la vesania de familia y estaba teniente porque de chaval le curó mal una otitis. El cura Cayetano Galeote y Cotilla tenía tres hermanos locos y uno en la Guardia Civil. El cura Cayetano Galeote y Cotilla tenía muy mala herencia, el pobre, e irritable cualidad. Llevaba revólver desde que estuvo en Puerto Rico, evangelizando a los taínos de Loíza, y era un poco tartamudo. Por lo demás, jodía con su gobernanta, doña Tránsito Durdal y Cortés, y era mirón con las pesetas, hambrón, malasombra, prognato y raquítico de cráneo. El cura Cayetano Galeote y Cotilla era clérigo de necesidad, de olla negra y poca, y lo que quería era ser portero de finca y dejarse de hostias, pero no le atendieron y acabó diciendo misas a medio duro en la iglesia de la Encarnación. Decía las homilías de aliño, por cumplir, tardándolas por tartaja, y los feligreses se iban a casa sin el Espíritu Santo. El cura Cayetano Galeote y Cotilla no podía confesar porque, como era sordo como una pared, no entendía las faltas y dictaba las penitencias a ojo, calibrándole la pinta al pecador. El cura Cayetano Galeote y Cotilla era lombrosiano sin saberlo y quería ser portero de finca, darse al alivio con doña Tránsito Durdal y Cortés y ponerle jamón al cocido viudo.

El cura Cayetano Galeote y Cotilla nació en Vélez Málaga alrededor de 1840, padeció una otitis bilateral que le dejó como una tapia y como no servía para la milicia, abrazó el hábito sin vocación. Culminó los estudios en Madrid y transitó por varias parroquias hasta que se fue a las colonias y pasó un tiempo de cura castrense en Fernando Poo y cinco años de misionero en Puerto Rico, donde le compró un revólver de seis tiros a un tropical. Regresó a Madrid en 1880 padeciendo derrames de sangre que le volvían peleador y en una barbería a poco que tiró a un tío por la ventana porque le porfió. Cambió de parroquia frecuentemente buscando la misa rentable y dijo el culto en la Encarnación por medio duro, en la capilla de los Irlandeses por tres pesetas y en el Cristo de la Salud de Atocha por dieciocho reales. Vivía mudando de una pensión a otra y en cuatro años estuvo en la calle de La Abada, en la del Reloj, en la Calle Mayor y en el Arco de Triunfo y se trajo para que le gobernase a doña Tránsito Durdal y Cortés, carnuda de hechura, en los treinta y pocos, hocicona de morro, morena y natural de Marbella, con la que postraba en amancebamiento y decía que era su sobrina. Doña Tránsito Durdal y Cortés decía que al cura Galeote le daban ratos de furia que se los calmaba jodiendo. El cura Cayetano Galeote y Cotilla miraba la peseta y puso un anuncio en “El Progreso” pretendiendo una portería, pero no le atendieron y le pegó un sablazo de cincuenta duros al padre Vizcaíno, capellán del Cristo de la Salud, para socorrer a su familia cuando el terremoto de Málaga de 1884. El cura Cayetano Galeote y Cotilla tenía en gran estima a su honor y lo cuidaba de los ultrajes contestando follón. El honor sin duros es difícil de guardar, comprendía, y comía cocido de asilo sin jamón y vivía de pensión. Doña Tránsito Durdal y Cortés, bendita sea, le sosegaba a jodiendas.

El cura Cayetano Galeote y Cotilla erró en desorden y se dejó crecer la barba y en cada esquina interpretaba una afrenta que respondía riñendo, hasta que el padre Vizcaíno recomendó al rectorado que le apartase de la parroquia del Cristo de la Salud. El cura Galeote se vio tocado de honor y de los dieciocho reales de cada misa y elevó una plegaria al obispo Narciso Martínez Izquierdo para que dispusiera la devolución de su ministerio amenazándole, de lo contrario, con celebrar de espontaneo y dar escándalo. Monseñor Martínez Izquierdo era doctor en teología y catedrático de griego, medio carlista, alcarreño y antiguo senador por Valladolid. Martínez Izquierdo era eclesiástico vocacional que socorrió con limosnas a los enfermos de cólera de la epidemia de 1885 y combatía al clero sopista de misa de medio duro y los frailes tumbaollas le miraban del revés. El obispo no contestó y el cura Galeote se vio agraviado y el Domingo de Ramos de 1886 le pegó tres tiros a bocajarro en las escaleras de la catedral de San Isidro. Se abrió paso entre la concurrencia y le metió tres balazos con su revólver tropical que le atravesaron el hígado, la médula y el muslo derecho. Después intentó volarse la cabeza pero los fieles le dieron una zurra de palos y le entregaron a los guardias, que le llevaron detenido a la comisaría de la calle de Juanelo primero y después a la cárcel Modelo porque se juntó feligresía que le quería linchar. El cura Galeote se negó a comer y se bebió una docena de tazas de café y pretendió una celda de pago a costa de empeñar la sotana, pero le metieron en una de oficio. A la mañana siguiente murió el obispo después de recibir la visita del presidente Cánovas y una bendición de León XIII.

Al cura Cayetano Galeote y Cotilla, presbítero sordo y jodedor, le dieron juicio con concurrencia en el que fue clamoreado por el popular el testimonio de doña Tránsito Durdal y Cortés, que dijo que sosegaba al señor a tumbadas. Doña Ana Galeote y Cotilla, hermana del reo, compareció vestida de luto y explicó que tenía tres hermanos epilépticos y dos locos de atar, pero que Cayetano era hombre desprendido que entregó a la familia cuarenta mil duros que se trajo de Puerto Rico. Benito Pérez Galdós visitó al cura Galeote en el brete y le escribió de soberbio y depravado y le pareció un cuadrúpedo encerrado. El cura Cayetano Galeote y Cotilla lloró insistentemente y dijo que Dios le había negado la virtud del mártir. Se libró del garrote porque el doctor Luis Simarro, frenólogo, valenciano y masón, le midió la cocorota y determinó que tenía el cráneo raquítico propio de los idiotas. Le vio también tenacidad en las minucias, memoria desmesurada, sordera, tartamudez, estrechura de pupilas y prognatismo. El doctor Escuder, por refrendar a su colega, efectuó un estudio genealógico de la estirpe de los Galeote y Cotilla en Vélez Málaga y concluyó que la mayor parte de la familia presentaba cuadros de histeria y apoplejía o eran sangrones y medio tuberculosos, además de fecundos jodedores que despachaban de quince a veinte hijos por cada consorcio. Descubrió, además, que el cura Galeote tenía una prima que creció en confusión y meando de pie contra la pared hasta que comprendió que era una mujer cuando le llamaron a quintas y no pudo demostrar prenda. A partir de la revelación, meó en cuclillas como es de Dios. Al cura Cayetano Galeote y Cotilla, mosén de revólver boricua, follador, tapia y malagueño, lombrosiano involuntario, trabuco y recitador de Dios por medio duro, le encerraron en el manicomio de Leganés en donde murió el tres de abril de 1922 de pura vejez y amén. Pueden ir en paz.

MARTÍN OLMOS

El león y el sacamuelas

In Bichos on 27 de septiembre de 2015 at 23:00

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

Apuntes sobre la caza deportiva o ¿a quién le cae bien un dentista?

 

“Ganarse la vida arrancando los dientes a la gente es buscarse problemas”

LARRY McMURTRY

 

Un sacamuelas de Minnesota se cargó a un simba en Zimbabue y se armó un cristo. Lo que hubiese sido raro en Zimbabue es cargarse a un oso polar. Resulta que el simba tenía crédito y al sacamuelas le pasó lo que a Tartarín de Tarascón, que mató a un león ciego del convento de Mohammed y casi le pudren en un silo después de darle un consejo de guerra (tuvo suerte, sin embargo, y como lo cazó en territorio civil, se libró con una multa de dos mil quinientos francos que le impuso el Tribunal de Comercio de Orleansville, en el norte de Argelia). El león que mató el sacamuelas se llamaba Cecilio, el pobre, y resulta que era la atracción del parque Hwange. El difunto Cecilio era león célebre, de guedeja negra, de unos trece años y padre de familia. Se lo montó de baranda de la manada después de derrotar en una pelea a muerte al macho Mpofu, al que dejó cojo y tuvieron que sacrificar, y engendró veinticuatro cachorros, meritoriamente, preñando a seis hembras distintas como si fuera Brigham Young, el profeta de los cien lechos. Cecilio era león funcionario del Ministerio de Turismo, próximo a la jubilación, y llevaba hendido un localizador con GPS en el cuello para prevenirle del absentismo laboral. Rugía con complacencia, para el respetable; rugía de nueve a cinco, aquiescente con su deber, y le fue a joder la vida un sacamuelas de Minnesota que quería ser Allan Quatermain y se quedó en serpiente de verano.

En el periodismo clásico, la figura de la Serpiente de Verano era generalmente un escocés borracho como un obispo que una tarde de agosto veía al Monstruo del Lago Ness y se refrendaba tirándole una foto al cabo de una tubería asomando de un charco sucio que daba para dos o tres páginas en laborable y para una doble en el dominical, si se conseguía administrar manejando las expectativas. Sin embargo, hoy el Monstruo del Lago Ness no sería capaz de sostener ni un suelto y para que una noticia lo sea tiene que guardar distintos niveles de lectura para que la tertulien en la tele una dietista, el tonto del pueblo, un mariquita y un sociólogo, todos ciudadanos dueños de opiniones sólidas. La muerte del león Cecilio, felino funcionario y mormón, contiene los meandros suficientes para que se interprete a convenio y marida al gusto. A la muerte triste del león Cecilio se le puede hacer la demagógica, la antiimperialista, la ecológica y la de las barricadas y las aguanta todas, con lo que uno concluye, avisado de la complaciente idiosincrasia del difunto, que se dejó matar para darnos coloquio de sobremesa en este estío sin bicicletas.

Al león Cecilio le mató el dentista Walter James Palmer a principios de julio, después de apartarle con un cebo de carroña fuera de la protección del parque Hwange, donde está prohibida la caza. Palmer le metió un flechazo que le hirió de muerte y Cecilio vagó desangrándose durante dos días hasta que fue localizado por la partida y rematado a tiros. Después le desollaron la gabardina para hacerse una alfombra de mortaja, le decapitaron y le intentaron quitar el localizador sacándoselo del cuello con un puñal. Se armó el cristo y hubo un prólogo confuso en el que se aventuró que el cazador era un furtivo español y alguien por acá dijo: Majestad, ¿otra vez? El león Cecilio, cordial y polígamo, ascendió a mártir y resultó que era una celebridad nacional de la que más de la mitad de los paisanos de Zimbabue no habían oído hablar. Los niños en el occidente lloraron porque creyeron que habían vuelto a matar a Mufasa y los niños del sur siguieron llorando de hambre. La derivación demagógica propuesta en la frase anterior puso de acuerdo a la dietista y al sociólogo, ambos ciudadanos dueños de opiniones sólidas a la vez que acreditados conocedores de la política internacional (rama África de color), que se apresuraron a distraer el coloquio hacia la denuncia del gobierno en satrapía de Robert Mugabe, viejo y negro como la sarna y matón orillero que liquida a la oposición. El discurso acabó, con la aquiescencia del popular, con la ponderación comparativa entre la muerte del pobre Cecilio, león funcionario, con la de los cimarrones de las pateras.

El discurso ecológico se desarrolló por los cauces habituales cargando las tintas en el dibujo de un león moroso que casi jugaba con los niños soslayando su parentesco con los del Tsavo, que se merendaron a la mano de obra hindú que trabajaba en la construcción de la línea del ferrocarril entre Kenia y Uganda. Ortega y Gasset culpaba del ecologismo al pueblo inglés, del que admiraba su histórica dureza en contra de sus “amanerados enternecimientos de última hora”, desde que supo de una vieja británica que pretendió sufragar una flota de ambulancias para perros durante la Guerra Civil Española. Ortega escribió: “Es inconcebible que no se haya hecho ningún estudio, desde el punto de vista ético, sobre la Sociedad Protectora de Animales, analizando sus normas e intervenciones. ¡Vaya usted a saber si la zoofilia inglesa no tiene una de sus raíces en cierta secreta antipatía del inglés hacia todo lo humano que no sea inglés o griego!”. Ortega consideraba que la caza fotográfica era un amaneramiento y no un refinamiento. Ortega señaló en su ensayo sobre la caza el privilegio de la misma y sostuvo que una de las causas de la Revolución Francesa fue la irritación de los campesinos porque no se les dejaba cazar. “En toda revolución –escribió- lo primero que ha hecho siempre el pueblo fue saltar las vallas de los cotos o demolerlas y en nombre de la justicia social perseguir la liebre y la perdiz”. El dentista Walter James Palmer de Minnesota pagó cincuenta mil machacantes por matar al león Cecilio, lo que convirtió su hazaña en un capricho pijo tan desnudo de épica como el golf o un curso de enología. Lo que conduce inevitablemente a cribar al elenco y se concluye que un león fiero lo puede cazar Hemingway o Tarzán y no alguien cuyo oficio sea el de rey de España o un dentista de Minnesota que te cambia un riñón por ponerte un puente. También queremos disparar a un bicho los que andamos justos a mitad de mes e irnos a Zimbabue a jugar a las Memorias de África o a la India, a encontrarnos a nosotros mismos (te lo juro, tía, ya no soy la misma, allí todo es tan oriental).

El carácter principal de la muerte triste del león Cecilio es la personalidad de su verdugo, el doctor Walter J. Palmer, que ha regalado a la mitología un villano de pies a cabeza: Palmer es yanqui de Minnesota y además dentista, un wasp con jeta de calvinista y duraderos dólares de la Unión y un chulo de segunda que alardeaba de poder atravesar un naipe de un tiro a noventa metros. A Walter J. Palmer le sacaron los rubores por matón y resultó que había tenido problemas por cazar a un oso en Wisconsin y una empleada suya le acusó de tocarle el culo en su consulta, por lo que tuvo que pagarle una satisfacción de ciento treinta mil pavos. Al doctor Palmer le destrozaron su casa de verano en Florida y le pintaron amenazas en su consulta de Bloomington y se lamentó de lo mal que lo estaba pasando su hija sintiéndose acosada mientras que a los veinticuatro hijos de Cecilio se los comió el león Jericó, que le heredó la manada y no quiso perpetuar su estirpe. Al doctor Palmer lo que le pasa, amén de ser yanqui imperialista, wasp ricachón y un poco pulpo, es que es dentista y, dejando para otra ocasión a Ortega, al que conviene repetir es al capitán Augustus McRae, antiguo cazador de comanches en Texas y copropietario de la Hat Creek Cattle Company, que cuando vio a su amigo Jake Spoon, amante de los caballos alazanes, llegar montado sobre un penco rijoso le preguntó la razón de su prisa y Spoon le dijo que había tenido que salir pitando de Fort Smith, Arkansas, porque le querían ahorcar por disparar a un dentista y McRae le contestó: eso no me lo trago, Jake, ni siquiera en Arkansas te cuelgan por matar a un dentista.

P.D. Al final de agosto de 2015, un mes después de la muerte de Cecilio, un león de su manada del parque Hganwe llamado Nxaha se merendó a un guía.

MARTÍN OLMOS

 

Al infierno sobre una Biblia

In Ejecuciones y linchamientos on 15 de septiembre de 2015 at 0:04

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

Electrocutaron a un niño de catorce años en Carolina del Sur.

“Los culpables es mejor elegirlos que buscarlos”

MARCEL PAGNOL

 

 

El miércoles 17 de diciembre de 2014, la juez Carmen T. Mullen de Carolina del Sur exoneró a George Stinney Jr. de los asesinatos de las niñas Betty June Binnicker, de once años, y Mary Emma Thames, de siete, al considerar que durante el proceso en el que se le condenó se vulneraron sus derechos constitucionales. George Stinney Jr. recogió el veredicto con una ligera displicencia y continuó con sus asuntos aunque, ab imo pectore, su nuevo régimen jurídico le importó más bien la mitad de una mierda porque llevaba setenta años muerto. Los muertos razonan en metáfora porque se manejan en un paisaje intangible y George Stinney Jr. pensó que la justicia a destiempo tiene la consistencia de un pedo en el medio de un huracán. George Stinney Jr. era negro, tenía catorce años, cuarenta kilos de peso y metro y medio de estatura y para freírle el cerebro con una oleada de 2.400 voltios de electricidad le tuvieron que sentar encima de una Biblia para que llegase al casco de los electrodos. George Stinney Jr. era el negro que hubo a mano para arrimarle el marrón. En el aspecto funcional, los negros, los tontos y los forasteros siempre están a mano, bajo la lluvia, como los perros mojados, para que les arrimen el marrón. En el aspecto funcional, jamás una Biblia cumplió con tanta competencia el acercamiento de un mortal a Dios. A George Stinney Jr. le dieron ochenta días de desamparo y un picapleitos con sus propios asuntos en la cabeza y muchos favores que devolver. Le dieron un juicio para apaciguar a la vainilla protestante y un helado, no se sabe de qué sabor, y le dieron tres calambrazos en la mollera que recibió perplejo y sentado sobre una Biblia. Si George Stinney Jr. alguna vez pecó Dios le perdonó, porque ese es su trabajo, y de la justicia de los hombres recogió setenta años después una exoneración que abrazó con una ligera displicencia y siguió con sus asuntos de niño muerto, sean cuales fueren, y pensó que a buenas horas, mangas verdes.

Estallidos de mayo

En Alcolu, en el condado de Clarendon, en Carolina del Sur, se vivía de los aserraderos, no se tomaba café con leche y las chabolas de los negros y las casas de los blancos estaban separadas por las vías del ferrocarril. En las veredas crecían las pasionarias, que las llaman las flores de los Clavos de Cristo. En Carolina del Sur a las flores pasionarias también las llamaban los Estallidos de Mayo en una gracia más bien antojadiza teniendo en cuenta que florecen de julio a octubre. Los negros trabajaban acarreando la escoria de la madera y se mantenían en su lado de la vía y las niñas blancas Betty June Binnicker, de once años, y Mary Emma Thames, de siete, salieron en sus bicis el 23 de marzo de 1944 para recoger flores pasionarias y no regresaron vivas. Un piquete de búsqueda las encontró a la mañana siguiente muertas en una zanja, con las cabezas destrozadas a golpes. El forense Charles Moses Thigpen determinó que les habían roto los cráneos por cinco partes a contundentes estacazos con un objeto parecido a una maza y que habían hurgado en los genitales de Betty June Binnicker, la mayor de las dos niñas. Los polis paletos de Alcolu iniciaron las pesquisas y detuvieron a George Stinney Jr. por la razón de que fue la última persona que las vio vivas cuando las dos chavalas detuvieron sus bicis frente a su casa y le preguntaron por un lugar donde creciesen las pasionarias. Los pasmas paletos de Alcolu se encontraron delante de un buen negro para un marrón, le metieron en una habitación sin abogados y, a cambio de un cono de helado, le sacaron una confesión, que nadie se ocupó de escribir, en la que decía que pretendió la doncellez de Betty June Binnicker y cuando las niñas se defendieron las terminó a palos con una traviesa de ferrocarril que pesaba veinte kilos. Al día siguiente, al padre de George Stinney Jr. le despidieron del aserradero y tuvo que correr la comarca porque un piquete le quiso pegar fuego a la chabola y linchar al resto de su familia. Los negros se quedaron en su lado de la vía. Quedaban dos meses para que estallase mayo en flores de pasión. George Stinney Jr. se quedó desamparado en la cárcel del rostro pálido y le juzgaron conforme a la ley de Carolina del Sur, que determinaba que un chaval de catorce años podía ser evaluado como un adulto, y conforme a la convicción luterana de que los mandingas enhiestan precoces por su proximidad con el mono. No hubo más conos de helado para George Stinney Jr. y le pusieron un picapleitos de cuarta ocupado en sus propios asuntos. Se libró la justicia del dividendo porque todo cristo debía favores.

 GEORGE STINNEY JR.

Se formó un jurado de blancos y a Charles Plowden le tocó defender al negro. Plowden tenía treinta años, era comisionista de impuestos y aspiraba a un cargo en la concejalía para el que necesitaba los votos de los blancos. El juicio empezó el 24 de abril de 1944 un poco después del mediodía en la corte del condado de Clarendon y mil quinientos palurdos sureños se tundieron a codazos para presenciar la ordalía del demonio negrito. Comentaron que a Stinney Jr. le decían el Torito porque se mezclaba constantemente en peleas y que era un mal bicho pardo y lascivo como un gorila. Las niñas blancas Sadie Duke y Violeta Freeman juraron que un día antes de los asesinatos las amenazó de muerte al lado de una iglesia y los palurdos prepararon las hogueras. Las niñas blancas Sadie Duke y Violeta Freeman disfrutaron de sus regalías de atención y recogieron la conmiseración por mártires en tentativa. Todo el mundo andaba buscando su tajada. Charles Plowden rindió una defensa más tibia que el pedo de una monja poniendo un ojo en los futuros sufragios y no se le ocurrió presentar testigos ni mencionar que cualquier patán con un conocimiento instintivo de la física podía concluir que un chavalín de cuarenta kilos no podía blandir con solvencia una traviesa de ferrocarril de la mitad de su peso corporal y golpear con ella con la suficiente violencia como para partir un cráneo en cuatro trozos. Tampoco consideró necesario argüir que la hermana de Stinney Jr. afirmó que el chaval estuvo con ella durante toda la jornada de los asesinatos, ni que no existía refrendo gráfico de la confesión. No ponderó siquiera el precio de mercado de un cono de helado. El resto de los mendas de la corte –el juez Philip H. Stoll, el sheriff Gamble, el forense Charles Moses Thigpen y el gobernador Olin D.T. Johnston- también eran blancos electos para la función pública cuyos traseros debían su confortabilidad a los votos de sus paisanos, con lo que liquidaron la vista en menos de cinco horas y en diez minutos el jurado dictó veredicto y a George Stinney Jr. le condenaron a morir en la silla eléctrica.

Desde su detención hasta la tarde en la que le pusieron en manos de Dios, George Stinney Jr. pasó ochenta días de desamparo, desabrigado en la mazmorra de los bwanas en completa orfandad. En un ciclo igual rindió Phileas Fogg una vuelta al mundo. Charles Plowden, cumplidor con sus intereses, renunció a presentar apelación y el gobernador Johnston no contestó a las plegarias de las iglesias locales ni a la Asociación para el Progreso de las Personas de Color (NAACP). A George Stinney Jr. le sacaron de su celda de la Penitenciaría del Estado de Carolina del Sur en Columbia a las siete y media de la tarde del 16 de junio de 1944, cuando estaban a punto de estallar las pasionarias, y le sentaron en la silla usando de alza una Biblia para que llegase a los electrodos y le metieron una descarga de 2.400 voltios que le hizo perder la máscara facial porque le quedaba grande. Oh, Dios lo sabe, la Biblia estuvo a la altura de las circunstancias, como los tacones de un enano. Le dieron otras dos acometidas y en cuatro minutos la diñó y se puso a esperar setenta años, fue perdiendo el interés y al final como que le que le importó media mierda que le remendasen la reputación.

MARTÍN OLMOS

Langosta a la ginebra con guarnición de plomo

In Los raros on 31 de agosto de 2015 at 21:16

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

Grady Stiles tenía pinzas en vez de manos, mató a su futuro yerno y murió de tres tiros en la cabeza.

“Soy el hombre sin brazos del circo”

JAVIER GURRUCHAGA

 

La Mujer Electrificada se casó con el Hombre Langosta, que tenía la índole torcida y las curdas beligerantes, y como recibió perra vida le abandonó y se casó con el Enano Humano, pero le pareció poco (es un juego de palabras). La Mujer Electrificada plantó al Enano Humano y volvió con el Hombre Langosta, que la deslomó a palos y le dio un Niño Langosta y una niña del montón. Al Hombre Langosta le gustaba, no necesariamente por este orden, soplar ginebra Seagram´s, usar sus pinzas de crustáceo como arietes sexuales, los pitillos Pall Mall sin filtro y amargar la vida a los cercanos. Por lo demás, había matado al novio de su hija. La Mujer Electrificada se cansó de que el Hombre Langosta la intentase asfixiar con una almohada y de que le amenazase poniéndole la hoja de un cuchillo de cocina al pelo de la garganta y le dio mil quinientos machacantes a un menda de diecisiete años para que le pegase tres tiros. El chaval se llamaba Chris Wyant y tenía un tatuaje de un león en el hombro izquierdo, una imperiosa necesidad de mil quinientos pavos y ninguna previsión de las consecuencias. Chris Wyant entró en la caravana del Hombre Langosta y le sorprendió en calzoncillos, viendo una película por la tele, fumando Pall Malls sin filtro y honrando su segundo latigazo doble de Seagram´s y le pegó tres tiros en la cabeza. No se encontró ni a una sola persona que se ofreciese a cargar el ataúd del Hombre Langosta porque era un miserable hijo de puta.

Los monstruos no existían cuando no había piedad y la naturaleza hacía su trabajo e imponía su inexorable selección. En el cuento “La ley de la vida”, de Jack London, el viejo Koskoosh es abandonado en la nevada con un puño de astillas para hacer lumbre porque ya no puede seguir el viaje de la tribu y cuando se consume la última escoria de su hoguera intuye los hocicos fríos de los lobos con resignación. Los hombres fuimos derivando hacia la piedad (que vino del excedente alimenticio y del usufructo) y dejamos vivir a los viejos que no podían seguir el viaje de la tribu para darles una esquina y la invisibilidad y dejamos vivir a los monstruos a los que la naturaleza incapacitó para procurarse pero les dimos a cambio el circo para ir a verlos cuando tenemos un mal día y practicar la compasión. La compasión es el tío que es más tonto que nosotros y nos admira del que hablaba Boileau y es un ejercicio de vanidad que queda muy lejos de la misericordia. La compasión se practica las mañanas de los domingos o cuando no tenemos otra cosa mejor que hacer. A los monstruos les toca la farándula y el circo y a los demás nos toca el asombro, pasar por caja y darles nuestra compasión bendita, que una vez derramada nos inclina a un sueño sereno. Los monstruos le gustaban al Bosco, a Tod Browning y a Fellini y le gustan a Javier Gurruchaga y le gustan a usted, sombrío pecador, porque le sirven para mirarlos comparativamente y hacerse la ilusión de que su vida no es tan perra. De la exhibición de los monstruos hicieron industria Tom Norman y Phineas Barnum, charlatanes que provenían del trile. Norman enseñó al Hombre Elefante Joseph Merryck y Barnum al enano Tom Thumb, el General Más Pequeño del Mundo, que llegó a bailar delante del presidente Lincoln. Desde entonces hasta los lanzamientos de enanos en las tascas de Australia hemos tenido a mano monstruos para que nos consuelen; pasen y vean a los errores de Dios y dejen la pasta en el sombrero.

Vean para alimentar su vanidad a Sara Baartman, la Venus Hotentote, y su culo excesivo producto de la esteatopigia cuyos genitales se enseñaron disecados en el Museo del Hombre de París hasta que Nelson Mandela los recuperó para enterrarlos a la orilla del río Gamtoos, en Puerto Isabel. Vean a Ella Harper, la Mujer Camello, que podía doblar sus rodillas hacia atrás, y al gitano portugués Juan Baptista dos Santos, que tenía tres piernas y dos penes operativos que se ponían firmes a la vez. Juan Baptista dos Santos, artillero de dos pistolas, tuvo amoríos durante una gira por Francia con la mulata Blanche Dumas, que tenía dos vaginas y se dedicaba al oficio adelantándose a las ofertas de dos por el precio de uno. Vean a Unzie el Albino y a Isaac Sprague, el Hombre Esqueleto, que pesaba veinte kilos. Vean al pobre Schlitzie Surtees, que sufrió de microcefalia y entendió la vida a través del cerebro de un niño de tres años y, sin embargo, fue feliz en el circo y aprendió a contar hasta diez.

Vean al Hombre Langosta, el desgraciado hijo de puta que mató al novio de su hija y era un borrachuzo inmundo de ginebra Seagram´s que apoyaba los trinchantes de cocina sobre el pescuezo de la Mujer Electrificada y fue tan miserable que nadie quiso cargarle en su funeral. Grady Stiles contradijo el cuento de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont que sostiene que la belleza de la Bestia está en el interior y se dedicó toda su vida a enseñarse igual de feo por dentro que por fuera. Grady Stiles nació el 18 de julio de 1937 en Pittsburgh y provenía de una estirpe de langostas. Antes que él, su abuelo y su padre sufrieron de ectrodactilia, una enfermedad que se manifiesta en la ausencia de dedos completos en las extremidades que hacen que las manos y los pies parezcan pinzas de langosta. Grady Stiles tenía las manos de crustáceo, fuertes como dos tenazas, y las piernas le acababan en las rodillas, de modo que no podía andar y se conducía sobre un carro de ruedas y apoyándose sobre los brazos, que se le pusieron pelotudos. Stiles se dedicó al circo y a la violencia doméstica, a la ginebra y a esconder su índole detrás de la desgracia para cobrar en capital deGRADY STILES compasión. Grady tenía éxito en la feria porque parecía un mutante de los tebeos de la Marvel con sus brazos musculosos terminados en pinzas de bogavante pero era un putero priápico que hacía espeleología con ellas dentro de las simas de las rameras. Grady se casó tres veces con dos mujeres: una vez con Barbara Browning y dos con Theresa Herzog, la Mujer Electrificada, que provenía del circo en donde tenía un número en el que la electrocutaban y la metían en una caja en la que le clavaban sables. Grady tuvo cuatro hijos, dos de ellos con pinzas y dos del montón y a todos les dio palizas de campeonato por el medio de bascular sobre sus brazos y zurrarles con la cabeza. Theresa Herzog, la Mujer Electrificada se separó de él cansada de recibir y se lió con un enano (con el que tuvo un hijo llamado Glenn Newman que tuvo un número en el que se presentaba como el Tonto Humano y clavaba un clavo con la nariz), pero volvió a Grady y pusieron caravana en Gibsonton, en Florida, donde pasaban el invierno de temporada baja los feriantes y era una comunidad adaptada para los artistas que tenía la única oficina de correos del país con cancelas adaptadas para los enanos. Donna, una de sus hijas del montón, se echó novio y puso fecha de casamiento sin el consentimiento de su padre y el Hombre Langosta se las arregló para matar a su futuro yerno de un tiro de escopeta. Fue juzgado y le dieron quince años de libertad provisional porque no encontraron ningún presidio adaptado a su naturaleza peculiar. Grady se creyó poderoso porque manejaba su desgracia para cobrar en misericordia y expandió su brutalidad. Instauró el miedo en su caravana hasta que la Mujer Electrificada le ofreció a Chris Wyant mil quinientos machacantes por volarle la cabeza a su marido. Wyant le compró a su colega Dennis Cowell una pistola Colt del 32 y en la tarde del 29 de noviembre de 1992 entró en la caravana del Hombre Langosta y le sorprendió soplando en calzoncillos y viendo por la tele la película “Ruby”, en la que Danny Aiello hacía del asesino de Lee Harvey Oswald. Los vecinos escucharon los tres disparos pero pensaron que provenían de la tele. Grady Stiles la diñó en el sofá como un centollo boca arriba y a Chris Wyant le metieron 27 años por asesinato en segundo grado y a Dennis Cowell tres por venderle la pipa. A la Mujer Electrificada y a su hijo, el Tonto Humano, les condenaron por conspiración para asesinar y ningún vecino prestó su hombro para llevar al miserable Hombre Langosta a su tumba en el cementerio de Tampa, sobre la que alguien tuvo la presencia de ánimo de esculpir al relieve dos manos humanas unidas en actitud de rezar.

MARTÍN OLMOS

Que muerto tan bonito

In Lunáticos on 17 de agosto de 2015 at 11:36

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

A Charles Manson le salió una novia que quería disecarle.

“Lo malo de morirse es lo que se descojonan de ti los que se quedan vivos”

CAMILO JOSÉ CELA

 

Al infame Charles Manson se le está acabando el crédito de tenorio de jais y se está quedando, el pobrecito, para muerto de salón que se pone en el recibidor, al lado del paragüero, y se enseña a las visitas, ay que muerto más bonito. Un muerto en el recibidor entretiene mucho a los niños, que le ponen sombreros y echan el rato.

   -Uy que muerto más sociable.

   -Y ni se le siente, que no da ninguna guerra, y en vida bien que enredó, que era el depravado criminal Charles Manson, santón de jipis.

   El infame Charles Manson, depravado criminal, ya no mete miedo y se está quedando para fiambre de presumir, para pellejo armado sobre un esqueleto de poliéster con ojitos de obsidiana y tono de oficinista al que no le da el sol. Se está quedando para momia, el pobrecito, y para señor mayor al que le quieren sacar el rendimiento las jambas que quieren labrarse un porvenir. Jambas que quieren hacerse un porvenir a costa de un señor mayor ha habido siempre y andan entre la gerontofilia y el plan de pensiones y manejan su capital de jamones en su punto de curación que les dan a catar a los carcamales para que la diñen de un corte de digestión y heredarles. Cuando joven, Charles Manson practicó el verbo de chalán y la mirada de faquir que baila cobras y se llevaba a las chavalas de calle, pero ahora arrastra ochenta calendarios y tarda hora y media en culminar una meada. Charles Manson, en cambio, piensa que el que tuvo, retuvo (y guardó para la vejez) y se echó a un romance otoñal con una jai de veintisiete con la que concertó casamiento y al final le salió urraca. La urraca es Elaine Burton Afton y es la hija de un meapilas baptista de San Luis de Missouri al que no le gusta el novio de la niña, usted verá. Elaine mira con vaga melancolía, como una monitora de catequesis guapita que te prepara para la confirmación y está a punto de ponerse a cantar una misa campesina con una guitarrita, en plan Carlos Mejía Godoy, pero detrás del naif se esconde una lagarta con un plan de jubilación. Elaine lleva el pelo negro lacio, tiene pinta de tener un huerto ecológico y se hace llamar Estrella porque a Manson le gustan las chicas con mote.

  Cuando Manson tenía pandilla y aire libre llamaba a sus monaguillas con nombres molones: Susan Atkins era Sadie la Sexy, Diane Lake era la Serpiente y Catherine Share era la Gitana. La historia de Manson ya es puro folclore: su madre era una ramera borracha que le cambió por una birra, le violaron en el reformatorio y acabó en el trullo por proxenetismo y por trapichear con mandanga. En la cárcel se merendó un combinado de Biblia y cienciología y cuando salió a la calle juntó una panda de lumbreras   a los que les zampó la mollera y luego vino la carnicería de Cielo Drive y Nixon dijo que la culpa era de los jipis y de tanto cuento de respuestas que están flotando en el viento. Manson aprovechó el tirón de hacerse el chota y pasó por un gurú del rollo sicodélico, se grabó una esvástica en la frente y aún se cree que es una estrella. Manson lo que quería es ser cantante pop y ligarse a las grupis y se quedó en santón de los majaretas porque a veces los planes no salen bien.

Elaine Burton Afton, que se hace llamar Estrella, empezó a leer las cagadas que escribía Manson cuando tenía dieciséis años y cuando cumplió dieciocho se ahorró dos mil pavos trabajando en un asilo de San Luis y se fue a vivir al lado de la prisión de Corcoran, en el condado de Kings, en California. Allá Manson pena la perpetua a cal y canto y tiene la próxima revisión de sentencia en 2027, con lo que más bien la va a diñar a la sombra. Estrella visitó a Manson cada domingo y se lo cameló y dijo a la CNN: Le quiero, y de alguna manera sé que posee la verdad cuando nadie más la tiene. Manson tuvo la ilusión de que aún guardaba predicamento y se prometieron matrimonio en noviembre de 2014. Manson como novio es un pelma porque no te saca los domingos, pero él piensa que todavía mola. Las autoridades leCHARLES MANSON Y ELAINE BURTON AFTON concedieron una licencia de matrimonio con una caducidad de noventa días que podía ser revocada en caso de que el recluso se metiese en líos y Manson se puso chulo con un guardia y se negó a someterse a un análisis de orina. La parejita se hizo fotos para la prensa: ella en plan de tía que toca el sitar mirando una puesta de sol y él en plan de baranda de los diabólicos. A algunas chicas les gusta enamorarse de los asesinos y se hacen fanses de los monstruos. Por lo visto es una inclinación femenina a la que los psicólogos le han puesto el nombre de enclitofilia y que consiste en que Josef Fritzl reciba cartas de amor. Sin embargo, Elaine Burton Afton, que se hace llamar Estrella, no sufría el trastorno y el “New York Post” descubrió que tenía un colega y un plan. El colega era Craig Hammond, un chico más de su edad, y el plan casarse en gananciales, esperar a que Manson la palmase y heredar el cadáver para meterlo en una urna de cristal y enseñarlo a los curiosos que pasasen por caja.

A un muerto, si se le cuida, se le puede sacar el rendimiento y ponerle en un bodegón, con sus cosas y en su ambiente, para que le visite la familia. A los muertos se les pasa por maquillaje, que le dicen tanatopraxia, para que reciban en el velatorio con mejor cara porque los vivos no nos damos cuenta de que le hace puta gracia el estado en el que se ve obligado y no tiene ganas de hacer vida social (generalmente un muerto está muerto a su pesar y no anda para vainas). Umbral decía que un muerto sin rictus es un gilipollas, un pisaverde de la muerte y un simpático que cae gordo. Un muerto es un estorbo porque abulta según su complexión y hiede al tercer día, como el pescado y las visitas. El muerto espectáculo, en cambio, es un actor mudo sin agente al que le rinden mientras no pudra y le birlan el porcentaje. A los vivos nos gusta ver muertos: en París, cuando prohibieron las ejecuciones públicas, los paisanos mataban el rato en la morgue municipal viendo los cadáveres sin reclamar. Muertitos célebres han sido Elmer McCurdy, bandido de Oklahoma al que liquidaron a tiros, le embalsamaron con arsénico y acabó de atracción en la taberna de Jefferson Smith el Jabonoso y el bosquimano de Bañolas, negrito sociable al que acabaron sacando de su vitrina del museo Darder para enterrarlo en Botsuana con el honor de un héroe. Al negro de Bañolas le disecaron los hermanos Verraux, célebres taxidermistas, y aún le echan de menos en el municipio porque hacía compañía. Los muertos están secos por dentro, como las mujeres estériles, y no conservan su fulgor ni su violencia y solo se les ve la gabardina. Charles Manson se enteró del plan de su novia y rompió el compromiso y no va a acabar de muerto de feria. Dijo, por hacerse el vivo, que siempre sospechó y que, en todo caso, el proyecto era inviable porque él es inmortal. Elaine Burton Afton ya no parece una catequista guapita que se arranca por Carlos Mejía Godoy y resultó ser una chavala que quería casarse bien y le vio industria a un carcamal. A su padre no le gustaba el novio, que usted verá. A los padres nunca les gustan los novios de las niñas (de sus ojos) por mil razones de fundamento, porque tienen un pendientito o porque estudian Periodismo. No es probable (aunque vete a saber) que Manson sea inmortal, más bien es un camelista que como le sigan saliendo novias ful se va a quedar para vestir santas.

MARTÍN OLMOS

 

Otra historia de una guerra de chusqueros

In Hazañas bélicas, La política, Matanzas on 10 de agosto de 2015 at 18:14

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

A un carlista gaditano le cortaron las orejas porque no blasfemó.

“Aunque superada por la violencia franquista, la represión en la zona republicana antes de que el gobierno del Frente Popular la pusiera coto alcanzó también una magnitud espantosa”

PAUL PRESTON

 

Antonio Molle Lazo fue un san Tarsicio de boina roja y Cruz de Borgoña, terciario carmelita y gaditano sin chirigota, por cuya intercesión se le pueden pedir mercedes a Cristo recitando su oración que dice: “¡Oh Jesús amabilísimo! que habéis dicho: Aquel que me confesare en la tierra yo lo confesaré delante de Mi Padre Celestial; glorificad pues, el alma bendita de Antonio, que no se avergonzó de confesar vuestro Santo Nombre en medio de los más atroces tormentos y concedednos a nosotros, por sus méritos e intercesión, la gracia que ahora necesitamos. Os lo pedimos para la mayor honra y gloria de la Santísima Trinidad y extensión de vuestro reino aquí en la tierra. Amén”. Después han de rezarse tres padrenuestros y tres avemarías. A Antonio Molle Lazo le cogieron los milicianos en la toma de Peñaflor, en Sevilla, en donde andaba defendiendo a las monjitas del convento de las Hermanas de la Cruz, y le cortaron las dos orejas y la nariz, le sacaron un ojo, le hundieron el otro y le remataron a tiros porque no renegó de Cristo ni dijo vivas a Rusia. A Antonio Molle Lazo le dieron tormento y muerte por no blasfemar, pero también vivió sin decir ni un jolín y una vez denunció a un carretero por echarle juramentos a las mulas y le explicó, por si el hombre no lo entendía (eran tiempos anteriores a la etología), que sus caballerías no atendían a aquel lenguaje y por eso no tiraban del paquete. Los santos son admirables, qué duda cabe, pero intransigentes a veces, con perdón, porque es folclore del oficio de carretero jurar y fumar y es folclore de las mulas no atender y no fue cosa de menguarle las pesetas de la multa a aquel acemilero, que buena falta le harían, por echar un reniego de consuelo, ustedes verán, que a la mejor puta se le escapa un pedo. Incluso en la virtud hay que manejarse con cierta flexibilidad y contaba Luis Carandell que una vez vio un cartel que decía: “Prohibido blasfemar, excepto en las cuestas arriba”.

Antonio Molle Lazo nació el Viernes Santo de 1915 en Arcos de la Frontera, donde nació también el bandido Tragabuches, salteador gitano de la cuadrilla de los Siete Niños de Écija, pero se crió en Jerez obligado por un traslado laboral que tuvo que atender su padre, Carlos Molle Gutiérrez, representante de comercio. Su madre, María Josefa Lazo, estiraba el condumio porque lo tenía que repartir entre siete hijos a los que educó entre la austeridad y el rosario, amén. Antoñito Molle Lazo estudió con los hermanos de La Salle y leyó las vidas de los santos, recibió el escapulario del Carmen y proponía a sus compañeros ir a comulgar a la iglesia de san Mateo en vez de ir a bañarse en cueros al Guadalete, pero sus planes no concertaban adhesiones y, al contrario, los chavales le acababan tirando piedras. Antoñito Molle Lazo las cogía con la cabeza por Cristo y sin protestar y tuvo la intuición de que el Empíreo se ganabaANTONIO MOLLE LAZO aguantando. Como había que llevar posibles a casa, entró de joven a trabajar de meritorio en la estación de Jerez pero no congenió con los ferroviarios por juradores y medio socialistas y no afianzó el puesto. Tuvo la intuición, no obstante, de los cuernos de los marxistas. Después trabajó un tiempo de escribiente en las bodegas de Pedro Simó, en la calle de Paul, y luego de taquillero en un teatro en el que no demoró en mirar de reojo los tobillos de las cómicas porque tuvo la intuición de que el Empíreo se ganaba guardando y porque solo observaba devoción a Nuestra Señora del Carmen Coronada y a Cristo Rey.

El martirio

Recién se proclamó la República, Antonio Molle Lazo se unió a los carlistas de la Juventud Tradicionalista y se ofreció voluntario para infiltrarse en los cabildos de los socialistas y para formar parte de las brigadas de defensa de los conventos. Siguió teniendo en alto concepto a las mulas y no tanto a los ferroviarios y siguió sin blasfemar ni siquiera en los repechos. Se dio al rosario y al proselitismo, a la boina roja y a la Cruz de Borgoña y en 1936 le metieron en la cárcel por llamar al levantamiento de los militares en la estación de Jerez. Se fue contento al brete como los santos del catecismo y tuvo la intuición del martirio. En la celda cantó “Corazón Santo, Tú reinarás” y la Salve de san Jeroteo y cuando los carceleros le ordenaron silencio siguió en sordina y escribió con una tiza las estrofas de los himnos en la pared. Penó mes y medio de catre sin colchón y le negaron las misas pero a sus conmilitones que le fueron a consolar no les pidió una lima y ni siquiera una muda limpia y les dijo que le trajeran las vidas de los mártires. Le dieron la libertad unos días antes de la rebelión y se alistó en una columna de requetés que fue crisálida del Tercio de Nuestra Señora de la Merced. Contribuyó al triunfo del alzamiento en Jerez y marchó con su división a apoyar a Queipo de Llano en Sevilla pasando por Ubrique y por Sanlúcar. El 8 de agosto le enviaron a guarnecer Peñaflor de Sevilla con un contingente de quince requetés y catorce guardias civiles, dos días después comulgó en el convento de las Hermanas de la Cruz y vio desde el campanario venir a las columnas de los milicianos. Antonio Molle Lazo se quedó a defender a las monjas del ultraje. El honor se respetaba según el barrio. Queipo llamaba por la radio al moro Mizzian a violar rojas. Aquella guerra la hicieron los chusqueros y los violadores. Antonio Molle sostuvo tiroteo con la milicia y le alcanzaron en el brazo derecho dejándoselo yerto. El jefe de la estación de Peñaflor vio como le llevaron a estacazos al lado de la vía. Le dijeron que apostatase de Cristo y diese un viva a Rusia y le cortaron una oreja con una bayoneta. Le dijeron que blasfemase y se negó porque no juraba ni en las cuestas arriba y le cortaron la otra. Después le vaciaron un ojo con un machete y le hundieron a puñetazos el otro y como seguía sin renegar le rebanaron la nariz. No hay consenso de si después le terminaron a palos o a tiros, pero sus hagiógrafos sostienen que cuando recibió la última descarga puso postura de Jesús en la cruz y gritó que viva Cristo Rey. Sostienen también que murió serenamente y sonriendo y guardando en su mano izquierda un crucifijo. Las hagiografías de los mártires las adornan los amanuenses con delectación que no se sabe si es misticismo o una revista holandesa. A Antonio Molle Lazo le enterraron en una capilla presidida por Nuestra Señora de las Tres Avemarías en la iglesia de los padres Carmelitas Calzados de Jerez y le hicieron escapularios con trozos de su camisa. Como todos los que murieron en la guerra de los chusqueros y los violadores, Antonio Molle Lazo es para unos un beatón que no se bañó en cueros en el Guadalete por exigencias de la juventud ni se cagó en lo barrido cuando trepaba una cuesta y para otros es un ejemplo de virtud. Decía san Agustín que en el jardín de la iglesia se cultivan las rosas de los mártires, pero no sabemos si a Dios le agrada que a sus hijos los vapuleen o es todo cosa de san Pablo, que era un poco torcido. Para el martirio se necesita un alto grado de tolerancia del dolor y un estado de ánimo adecuado o se necesita estar donde no se debe con una mano que no se puede jugar. Churchill decía que estaba preparado para asumirlo pero que no era una de sus prioridades y Voltaire, que era medio cagón, no le tenía afición. Bernard Shaw, en cambio, sostenía que era la única manera que tenía un hombre sin habilidades demostradas para convertirse en alguien célebre, pero es que igual no estaba familiarizado con la televisión, que sostiene el razonamiento pero no duele ni la mitad.

MARTÍN OLMOS

 

Baretta a la sombra de O.J.

In Esto es Hollywood on 31 de julio de 2015 at 23:22

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

Mataron a la mujer del pasma que hablaba con una cacatúa.

“Es una historia de Hollywood”

JAMES ELLROY

Robert Blake: pequeño y duro como el filete de un pobre. Un metro sesenta de nervios a flor de piel y devaneos con el delirio. Un hombre sin protección en el predio de las hienas. Una vida entera en el negocio de los farsantes para conseguir: el reconocimiento de una estrella de medio pelo, mesas en los restaurantes de segunda, el cortejo de las putas de mediana edad. Una vida entera en el negocio de los farsantes para NO conseguir: una estrella en Sunset Boulevard. Un turista de Biloxi, Mississippi, con un mapa de las mansiones de los famosos y una camiseta del Planet Hollywood dice: eh, tronco, ese es Baretta, el menda que hacía del pasma del loro. El tronco dice: a mí me molaban Starsky y Hutch. Una pava dice: eh, tía, ese enano hijoputa le pegó un tiro a su mujer. La tía dice: el puto O.J. Simpson, que le den lo que se merece al cabrón. La pava dice: ¿O.J. no es negrata? Robert Blake: pequeño y duro como un perno de resistencia y toda su vida en el negocio de los farsantes para acabar en las revistas del súper en la sección de los crímenes reales. El perno se pasa de rosca. Robert Blake parece un elfo en mitad de un colocón. Le metió un revólver en la boca a su primera esposa. A la segunda la mataron de un tiro a bocajarro. El fiscal está convencido que fue él. Robert Blake siempre lleva pipa. Robert Blake es un buen padre. Robert Blake sale en el show de Piers Morgan en la CNN con un sombrero de chulo de putas y dice chorradas y dice que es inocente. Cruza los brazos para pasar aún por un tío cachas. Parece, sin embargo, un bujarrón viejo. Joder, el tío tiene un Emmy. Joder, el tío tiene un Globo de Oro. El tío conmovió a Truman Capote. Tuvo su temporada y la tiró por el sumidero. Pudo ser el ángel de la autopista. Ahora es un elfo en mitad de un colocón en el reino de las hadas. Antes de todo fue Michael Gubitosi.

 

1933-1948: la infancia de Michael Gubitosi es una pura mierda: su padre James Gubitosi es hojalatero y es un trompas. James Gubitosi se entrompa y le zurra la badana a su hijo. Le encierra en un armario y le pone a comer en el suelo. El chaval tiene broncas en la escuela y le ponen en la calle por darse de hostias a diario con resultado de: una formación académica irregular. Interioriza una incapacidad para llorar con convencimiento. Su madre Lizzy Cafone le lleva a las pruebas del cine y el chaval empieza a salir en las pelis. Sale en una peli del Gordo y el Flaco. Sale en una peli de Tyrone Power. Sale en “El tesoro de Sierra Madre” haciendo de peladito que le pule un billete de lotería a Humphrey Bogart. Consigue un papel en el serial “La Pandilla”. Se cambia el nombre por el de Bobby Blake. Que le den por saco a James Gubitosi. Consigue un papel en el serial de vaqueros de Red Ryder. La Fundación de Jóvenes Artistas le da un premio. Es un remilgado y llora sin convencimiento.

1956-1978: la juventud de Robert Blake se sustenta sobre la evolución de niño prodigio a la búsqueda de su parcela al sol. Intermedio en la Armada. Su padre se pega un tiro. Que le den por saco al viejo curdas. Robert Blake entierra definitivamente a Michael Gubitosi. Toma clases de interpretación en la escuela de Jeff Corey. Intenta llorar con convencimiento. Se cree que es el puñetero Marlon Brando. Le ofrecen el papel de Joe Cartwright en “Bonanza” y les manda a paseo. Michael Landon tiene más olfato y empieza su carrera que culminará de ángel de la autopista. Robert Blake hace el rodaje en los seriales de vaqueros y sale en “Cisco Kid” y en “Laramie”. Sale de segundón en pelis decentes con Robert Redford y Gregory Peck. Sale de principal en mierdas de serie B de carreras de coches y macarras. Tiene suerte y se parece a Perry Smith el Asesino. Perry Smith: medio indio cheroqui, cojitranco y asesino de la familia Clutter. Truman Capote le convirtió en un mártir literario. Colgaron a Perry Smith para que Capote culminase su obra. Capote se sintió culpable por desear la muerte de Perry Smith. Robert Blake hace de Perry Smith en la película de Richard Brooks porque se parece a él como una gota de agua a otra. Truman Capote alaba su interpretación. Sale en la tele diciendo chorradas. Se las da de listeras. Dice: “Un asesino se convierte en asesino después de matar a alguien. Pero ¿qué es antes de llegar al corredor de la muerte? Es como tú y como yo”. Robert Blake: un sociólogo. Qué cojonesROBERT BLAKE EN BARETTA. sabrá él. La crítica le alaba. Ya es Marlon Brando. Quiere papeles en dramones de Tennessee Williams. Le dan papeles de piel roja, de espagueti y de cholito. Recoge el rédito de la timba y le dan la serie del pasma del loro. Baretta es un poli que habla con una cacatúa. Baretta oscila a la sombra de Starsky y Hutch. Le dan un Emmy y un Globo de Oro. No le dan dramones de Tennesse Williams. Robert Blake gestiona su frustración con azumbres de priva, con pirulas y con heroína. No le aguanta ni Dios. Es un enano fatuo cuando la autodestrucción ya no se lleva. Se casa con Sondra Kerr. Es mal marido. Es buen padre. Se divorcia de Sondra Kerr y le mete una pipa en la boca para pedirle la custodia de los hijos.

 

1995- 3 de mayo de 2001: Robert Blake el viejales baila con las pechugonas de la mansión Playboy. Tiene pinta de elfo de colocón. Lleva desde los cinco años en el tinglado. Hace malos en pelis de Wesley Snipes. Nadie se acuerda de Baretta. Se enreda con Bonnie Lee Bakley en un club de jazz. Robert Blake tiene 65 años. Bonnie Lee Bakley tiene 42 años. Bonnie Lee Bakley: choriza, rubia de bote, un aire a Bonnie Tyler, una zorra de pies a cabeza. Bonnie Lee Bakley se ha casado diez veces. Se hace fotos enseñando las tetas y se las manda a los puretas. Tiene un negocio de chantaje a viejos cachondos. Toda su vida orbitando alrededor del negocio de los farsantes para pescar una ganga. Ha intentado ligarse a: Dean Martin, Jerry Lee Lewis, Gari Busey, Sugar Ray Leonard. Le echó un par de polvos al hijo de Marlon Brando. Bonnie Lee Bakley ha chupado trullo por: endosar cheques falsos, posesión de pirulas y robo de tarjetas de crédito. Bonnie Lee Bakley y Robert Blake: la zorra rubia y el enano que va de vieja gloria. Bonnie Lee se preña. Robert Blake le propone un raspado. Bonnie Lee pasa del raspado. Robert Blake se hace la prueba de paternidad. No se fía una mierda. Bonnie Lee no sabe si el pendejo es suyo o del hijo de Marlon Brando. Robert Blake es el sembrador. Robert Blake es un buen padre. Se casa con la zorra y le dice: deja el negocio del chantaje a los puretas cachondos. Bonnie Lee Bakley sigue con su industria. Tiene enemigos. Se ha puesto un poco gorda. Robert Blake le dice a un colega: estaría mejor sin la zorra.

 

4 de mayo de 2001: el elfo y la zorra van a cenar al Vitello´s, un restaurante italiano de segunda. El Vitello´s tiene aparcamiento para los clientes, pero el elfo deja el coche a tomar por saco. Regresan paseando. El elfo dice que se le ha olvidado la pipa en el restaurante y deja a la zorra en el coche. A la vuelta se encuentra a Bonnie con un tiro detrás de la oreja izquierda y otro en la espalda. La zorra está lista. Robert Blake llora sin convencimiento. La pasma encuentra una Walther PPK en un cubo de basura. Las pipas del elfo están limpias. La Corte Suprema de California le mete a juicio. El menda se arruina contratando al abogado de Mike Tysson. El caso oscila a la sombra del de O.J. Simpson. Robert Blake siempre a la sombra, pequeño y duro y desamparado en el predio de las hienas. Sin estrella en Hollywood Boulevard. El jurado le absuelve y el fiscal Steve Cooley dice que los miembros que lo conforman son una banda de gilipollas. Robert Blake dice: creo que soy una especie de mutación. Vive del mogollón de la prensa amarilla. Guarda la esperanza de un gran papel antes de diñarla. Robert Blake: el pobre perno sin rosca con un frágil asidero a la cordura. El calco de Perry Smith el asesino. El pasma del loro, ¿te acuerdas?, el Baretta.

MARTÍN OLMOS

 

 

 

 

 

Babiecas y Rocinantes

In Bichos on 25 de julio de 2015 at 0:30

ILUSTRACION de MARTIN OLMOS

Cuatro o cinco cosas de caballos y de hombres.

“¡Mi reino por un caballo!”

WILLIAM SHAKESPEARE

El caballo de Espartero no es manso sino orquítico y arrastra dos cojonazos como dos satélites. Los cojonazos son de bronce y tremebundos y se los colgó debajo del culo Pablo Gilbert Roig no se sabe porqué, igual por inflar la factura del material. Pablo Gilbert Roig le esculpió dos estatuas al general Espartero, una en Madrid, en Alcalá con O´Donnell, y otra en Logroño, en el Espolón, y en las dos le dio al caballo abundante provisión. Al caballo de la estatua de Espartero le pasa lo que a aquel mosquito extremeño que le andaban pesando los huevos: “Por la sierra de Pela/ viene un mosquito:/ le llegan las gandumbas/ a Don Benito”. Las estatuas de Espartero dan sombra al paseante y han propiciado el dicho ponderativo que no quiso desmerecer cien años después el alcalde de Granátula de Calatrava, el pueblo donde nació el general, que le encargó a José Lillo Galiani un tercer monumento con la recomendación de que le pusiese al caballo los huevos bien grandes. Al general Espartero le quitaron la calle que tenía en Bilbao y se la dieron a Juan de Ajuriaguerra, pero a Espartero no le importó porque montaba un caballo con cojonazos, que era como penderlos él por poderes. Un caballo bravo engrandece al caballero que lo monta y los de la infantería nos jodemos y vamos en alpargatas en el coche de san Fernando. Un caballo huevudo fue el de Atila, que se llamaba Othar y por donde pisaba no volvía a crecer la hierba. Atila se murió cabalgando a su última esposa Ildico, que era goda, cuando el galope le produjo una hemorragia nasal y se ahogó. El caballo de Pancho Villa se llamaba Siete Leguas y mató de una coz a un soldado federal y el de Emiliano Zapata el As de Oros, un alazán que le regaló el coronel Jesús Guajardo para ganarse su confianza y atraerlo a Chinameca para matarlo a tiros. En la emboscada de Chinameca murió Emiliano Zapata y el As de Oros cogió siete tiros pero salió vivo y lo recuperó Jesús Chávez Carrera, que más tarde se lo regaló al general Francisco Mendoza Palma, que le decían el Checo. Pancho Villa tuvo otros caballos que fueron el Prieto, el Grano de Oro y el Dorado, pero a Siete Leguas le hicieron corrido que decía: “Siete Leguas el caballo/ que Villa más estimaba/ cuando oía pitar los trenes/ se paraba y relinchaba”. El bandido Jesse James tuvo una yegua castaña que se llamaba Katie y Billy el Niño tuvo un caballo alazán de nombre Dandy Rock y una yegua baya que dio mucho que hablar y provocó pleitos. Billy le vendió aquella yegua al abogado Edgar Caypless cuando estaba esperando juicio en la cárcel de Santa Fe a cambio de sus servicios, pero resulta que antes ya se la había regalado a un tal Frank Stewart, miembro de la partida mandada por Pat Garrett que le capturó. Frank Stewart, a su vez, se la regaló a la señora Mary Moore para corresponder a su marido, el señor W. Scott Moore, que le había obsequiado un revólver Colt Frontier del calibre 44-40 grabado en fábrica de un valor de sesenta dólares. El abogado Caypless demandó a W. Scott Moore por apropiación indebida de bienes y recuperó la posesión de la yegua después de un juicio que duró siete meses y Billy tuvo que salir de la cárcel por su cuenta.

El caballo engorda con el ojo del amo y no hay que mirarle el diente cuando te lo regalan. Tiene en común con la pluma y la parienta que no hay dejarlo en préstamo y tiene en común con el golf y el agua Evian el gusto que le toman los dictadores y los nuevos ricos. El emperador Calígula tuvo un caballo español de nombre Incitatus al que nombró cónsul de Bitinia. Incitatus vivía en una villa atendida por dieciocho sirvientes y tenía un pesebre de marfil, bebía vino en la cena y se casó con una mujer llamada Penélope. El dictador boliviano Mariano Melgarejo, que era analfabeto, alcohólico y una vez le pegó una paliza al embajador de Inglaterra, nombró general a su caballo Holofernes, que bebía cerveza en el palacio presidencial y se meaba encima de los invitados. Franco tuvo a Zegrí, un caballo tordo y demasiado alto para él, que también era tordo (patas flacas y culo gordo), y para montarlo en las cacerías del Cerrón del Castillo de Prim, en los montes de Toledo, necesitaba que un guarda le sujetase el ronzal, un mozo de cuadra le aupase y dos guardias civiles vigilasen cada lado de la montura para que no se fuese al suelo por el impulso. A Mussolinni, en cambio, le daban miedo los caballos, pero como era un chuleta se hacía fotos ecuestres mientras un edecán le sujetaba la brida y luego le borraban del retrato. El último emperador español Jesús Gil también enriqueció su Gilópolis de vestales pechugonas con el caballo Imperioso, al que nombró asesor deportivo del atleti de Madrid. Imperioso fue macho semental que llegó a cubrir a cincuenta yeguas en un año y se fue en cólicos intestinales dos años después de la muerte del emperador.

Hemingway decía que ningún caballo llamado Morboso ganó jamás carrera alguna y Carlos IX sostenía que los caballos y los poetas deben ser alimentados, pero no cebados. Chicho Sánchez Ferlosio decía que el jefe va a caballo. Churchill decía que no se puede dar por perdida ninguna hora de la vida que se pase en la silla de montar. Churchill tuvo un caballo de carreras llamado Colonist II que le sugirieron que lo destinase a semental. Churchill se negó para que no se dijera que el primer ministro de Gran Bretaña vivía de las ganancias inmorales de un caballo. A un caballo se le puede montar a la brida o a la jineta, con el estribo más corto, o se le puede montar por debajo del maslo de la cola que es por el ano, que es el culo en castellano, y eso hizo Gumaro de Dios Arias, un medio indio tabasqueño que era esquizofrénico y violó a una yegua. Gumaro de Dios Arias principió con esas y se acabó comiendo a un albañil en el Yucatán. Murió de sida, el pobre, en un hospital para locos. Kenneth Pinyan prefería tomar, sin embargo. Pinyan era ingeniero aeronáutico, tenía dos hijos y un buen empleo en la compañía Boeing y le gustaba ir por las noches a una granja de Enumclaw, en Washington, a que le cubriesen los caballos sementales mientras su amigo James M. Tait le grababa en video. El dos de julio de 2005 le montó un semental árabe al que llamaban el Gran Chisme y le perforó el colon. Pinyan murió en la sala de espera del hospital y propició que se aprobase una ley que castigaba la bestialidad en el estado de Washington. Del comercio entre hombre y yegua sale el centauro, del que decía Ambrose Bierce que era recomendable que uniese la sabiduría y las virtudes del caballo con la rapidez del hombre. El centauro, sostenía Bierce, es anterior a la idea de división del trabajo.

Saladino le regaló un caballo a Ricardo Corazón de León, que era pelirrojo, imprevisible y notorio maricón, y como se conoce que es costumbre de la morería, Gadafi le regaló otro a José María Aznar. El regalo de Gadafi fue un macho rojo de la raza berberisca llamado Al-Naher-Al-Jaled, que quiere decir el Rayo del Líder, que Aznar prometió montar con respeto y placer, pero que lo endosó al Escuadrón de Caballería de la Guardia Civil de Valdemoro y allí sigue en su establo y sin que sepan muy bien qué hacer con él, porque alza tapujo por debajo del metro y medio y no sirve para salir a preservar el orden público. Todos los caballos pura sangre árabes provienen de Kohailan, una de las cinco yeguas que domesticó Mahoma en un oasis en el camino de La Meca a Medina. Jesucristo, en cambio, entró en Jerusalén montado en una burra: “Mira que viene a ti tu rey lleno de mansedumbre, sentado sobre una asna y su pollino, hijo de la que está acostumbrada al yugo” (Mateo 21, 5).

MARTÍN OLMOS

 

Quizá fue la guerra

In Matanzas on 25 de julio de 2015 at 0:03

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

Howard B. Unruh, veterano de guerra, mató a trece personas en doce minutos.

“Los hombres no pueden sencillamente ignorar sus experiencias en combate al regresar a la vida civil”

JOANNA BOURKE.

Un mal día lo tiene cualquiera.

La noche del 5 de septiembre de 1949, Howard Barton Unruh, veterano de la Segunda Guerra Mundial de 28 años, se fue al Teatro Familiar de la calle Market de Filadelfia y vio en la sesión doble las películas “I Cheated the Law”, dirigida por Edward L. Cahn con Tom Conway, y “The Lady Gambles”, dirigida por Michael Gordon con Barbara Stanwyck. Regresó a las tres de la madrugada del día siguiente a su apartamento de tres habitaciones del bloque 3200 del cruce de la calle 32 con River Road, en Candem Este, Nueva Jersey, donde vivía con su madre Freda Vollmer, de cincuenta años, empleada de empaquetadora en la fábrica de jabón Evanson Company. Howard Barton Unruh había tenido discrepancia con su vecino Maurice J. Cohen, farmacéutico de cuarenta años, a cuenta del volumen de la radio y del uso común de la puerta que separaba sus patios traseros. Howard Barton Unruh creía que los comerciantes del barrio le llamaban marica. Anotó los agravios en una agenda en la que guardaba una lista de los ofensores con apuntes marginales en los que determinaba si merecían escarmiento. Si era así, escribía junto al nombre la palabra “represalia”. Howard Barton Unruh medía metro ochenta, era delgado y tenía la punta de la nariz ligeramente levantada, el labio superior carnoso y el pelo rizado. En 1945 le licenciaron con honores por su servicio en una división de artillería pesada en la Batalla de las Ardenas y en los frentes de Austria y Bélgica. Su madre pensaba que no era el mismo desde que regresó de la guerra. Pensaba que le brillaba la mirada de un modo inquietante y le preocupaba que no moviese un dedo para buscarse un empleo. En su habitación guardaba bayonetas alemanas, cargadores para carabinas del 30-30, fotografías de tanques Panzer, un cenicero hecho con un obús, una pistola de juguete del vaquero Roy Rogers, un dispensador de gas lacrimógeno, un cuchillo de quince centímetros de hoja, dos manuales de tiro, un ejemplar del Nuevo Testamento señalado por el pasaje de San Mateo en el que Jesucristo dijo: “¿Veis todo esto? En verdad os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea destruida” (24, 2) y una pistola Luger P08 del calibre nueve con dos cargadores de ocho balas y dieciséis cartuchos sueltos. Howard Barton Unruh pasó una lista mental de agravios, repasó la agenda, decidió matar al sastre, al zapatero, al barbero y al farmacéutico y se acostó.

Doce minutos de furia

Se levantó a las ocho de la mañana y desayunó cereales y dos huevos fritos. Se afeitó y se vistió con un traje liviano de lino marrón, una camisa blanca limpia y una pajarita de rayas. No se puso sombrero. Escuchó la radio hasta las nueve y cuarto y su madre le sobresaltó. Instintivamente cogió una llave inglesa y la amenazó. Freda Vollmer le dijo a su hijo: “Howard, no puedes hacerme esto”. Howard dejó la llave inglesa. Cogió la pistola Luger P08 y la cebó con un cargador de ocho balas. Se metió en el bolsillo la otra petaca llena y dieciséis cartuchos sueltos, el dispensador de gas lacrimógeno y el cuchillo de quince centímetros de hoja. Salió de casa a las nueve y veinte. A las nueve y media llegó a la zapatería de John Pilarchik, de veintisiete años, que estaba en la misma acera de su casa, y le pegó un tiro en el pecho y otro en la cabeza. Después fue a la sastrería de Thomas Zegrino, en el 3214 de River Road, y no le encontró. Su esposa Helga, de veintiocho años, le vio la Luger en la mano y dijo: no, no, no. Howard Barton Unruh le disparó y la mató. Salió de la zapatería y llegó a la barbería de Clark Hoover, en el 3210 de la misma calle, que tenía en el medio de la salaHOWARD B. UNRUH. un caballito blanco de tiovivo para entretener a los niños en el que estaba subido Orris Smith, que le decían sus padres Brux, de seis años. Howard Unruh le voló la cabeza a Orris Smith delante de su madre y le pegó un tiro a Clark Hoover, el barbero. Después se dirigió al bar de Frank Engel y disparó contra la puerta. Frank Engel la cerró a cal y canto y subió al piso de arriba a por su revólver del calibre 38. Howard Unruh regresó a la calle y disparó contra una ventana abierta del 3208 de River Road y le acertó en la cabeza al niño de dos años Tommy Hamilton. Recargó la Luger P08 con la petaca cebada, se cruzó con el coche de Alvin Day, técnico de reparación de televisiones, y le pegó un tiro a través de la ventanilla. Frank Engel, desde el segundo piso que se levantaba sobre su bar, disparó a Unruh con su revólver del 38 y le alcanzó en la pierna izquierda. Unruh, en medio de la calle, disparó al corredor de seguros James Hutton, de cuarenta y cinco años, en el cuerpo y en la cabeza, y se encaminó a la farmacia de Maurice Cohen. Cohen se acordó de la puerta que tenía en común con Unruh en el patio trasero, corrió a su apartamento y ordenó a su familia que se escondiese. Su mujer, Rose, de treinta y ocho años, metió a su hijo Charlie, de catorce, en un armario y ella se encerró en otro. Su madre Minnie, de sesenta y tres, buscó el teléfono de la poli. Maurice Cohen salió por la ventana y alcanzó un tejadillo. Howard Unruh irrumpió en el apartamento y disparó a Maurice en la espalda desde la ventana. Luego acribilló el armario en el que estaba encerrada Rose Cohen sin abrir la puerta y le pegó un tiro en la cara a Minnie Cohen, que tenía el teléfono en la mano. Volvió a la calle, recargó la Luger y disparó sobre un coche que estaba parado delante de un semáforo en rojo matando a sus tres ocupantes: Emma Matlack, de sesenta y seis años, su hija Helen, de cuarenta y tres, y su nieto John Wilson, de doce, al que atravesó el cuello de un balazo. Luego disparó en las piernas a Charlie Peterson, que estaba atendiendo a uno de los heridos de la calle, y en las manos a Armand Harrie, un chaval de dieciséis años, en una tienda de la calle 32. Su garbeo por el barrio duró doce minutos y cuando se quedó sin balas volvió a su apartamento y escuchó las sirenas.

Los polis rodearon su ventana con ametralladoras y el agente Edward Joslin, de la patrulla motorizada, le lanzó una granada de gas lacrimógeno. A las diez de la mañana, el periodista Philip W. Buxton, redactor del vespertino de Candem, consiguió el teléfono de Unruh (4-2490W) y le llamó. Unruh cogió. Buxton le preguntó que a cuántos había matado y Unruh le dijo que no sabía, pero que estaba ocupado y tendrían que hablar más tarde. Después se asomó a la ventana y dijo que se rendía. Dejó la Luger seca sobre una mesa y salió a la calle con los brazos levantados. El sargento Wright le esposó y le preguntó: ¿qué te pasa, tío? ¿estás loco? Unruh le contestó: No, estoy bien de la cabeza. Le interrogaron durante más de dos horas y no manifestó dolor. Los polis se dieron cuenta de que tenía un balazo en la pierna izquierda cuando se levantó y vieron la silla manchada de sangre. El trastorno de estrés postraumático se reconoció oficialmente en 1980, cuando fue incluido en la tercera revisión del Manual de Diagnosis y Estadística de los Desórdenes Mentales. Durante la Segunda Guerra Mundial se le conocía popularmente como “fatiga de combate” y entre los médicos como “neurosis de guerra”. A Howard Unruh le gustaban las listas y en el frente europeo llevó una pormenorizando cada alemán que mató. En su Paseo de la Ira mató a trece personas en menos de doce minutos disparando treinta y dos balas. Algunos de sus blancos estaban en su agenda de represalias y a otros no los había visto en su vida. Le encerraron en el Hospital Psiquiátrico de Trenton, donde coleccionó sellos y no habló con nadie hasta que murió el 19 de octubre de 2009.

MARTÍN OLMOS

 

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