Norman Mailer promovió la carrera literaria de un convicto de asesinato.
“La historia de Jack Abbott es trágica de punta a cabo”
NORMAN MAILER
Jack Henry Abbott llegó a este mundo en el alrededor de un barracón militar de Camp Skeel, en Oscoda, Michigan, en enero de 1944, nueve meses después de que un soldado irlandés le echase un polvo de cinco pavos a una prostituta china que trabajaba los uniformes. En 1944 la Armada reclutó a Norman Mailer, le asignó a la 112 División de Caballería y le mandó al frente del Pacífico, a Filipinas, a combatir al limón, y cuando regresó escribió “Los desnudos y los muertos”, novela con la que se abrió a puros codazos el camino hacia su consideración como el mejor escritor americano macho y cojonudo desde Ernest Hemingway. Norman Mailer progresó hacia la beligerancia política y hacia la prosa fastuosa y cosechó elogios y asombro, se casó medio millón de veces, reinterpretó el existencialismo, le pegó una hostia a Gore Vidal y se puso a escribir un libro sobre Gary Gilmore, un chorizo de segunda que se cargó a dos mendas en Utah y que pidió ser ejecutado a tiros delante de un pelotón de fusilamiento. Jack Henry Abbott no progresó hacia ningún sitio, hizo la gira de los reformatorios y a los veinte años le entrullaron por endosar cheques falsos y en la prisión de Utah mató a otro preso de una puñalada. Se fugó, asaltó un banco en Colorado y le trincaron y acabó derivando en macho de trena pegándose en el patio, trapicheando y pasando temporadas en régimen de aislamiento. Leyó una tonelada de libros e intuyó su voz. Norman Mailer intentó ponerse a la altura de su propia prosa de macho y posó en los retratos poniendo gesto de estar a punto de empezar una pelea. Jack Henry Abbott se enteró de la intención de Mailer de escribir sobre el asesino Gilmore. Abbott asó a cartas a Mailer diciéndole que Gilmore era un fantasma y le proporcionó historias de presidio puro sin mandangas. Le proporcionó comercio sexual en el tigre y plantaciones de maría y el efecto devastador del sistema de prisiones sin colarlo a través de un calcetín. Mailer agrupó las cartas como quien junta cabos de sábanas para procurarse una maroma. Tuvo la intuición de haber encontrado al puto Jacques Mesrine. Le salió el mecenas. Le salió también el exhibicionista. Dijo: “Jack Abbott tiene todas las características de los escritores importantes y poderosos”. Juntó mil cartas de Abbott, algunas de más de veinte páginas escritas a mano, y se las endosó con un prólogo a la editorial Random House debajo del título “En el vientre de la bestia” (fue publicado en castellano por la editorial Martínez Roca en 1982 y hoy está descatalogado pero se puede encontrar por unos cincuenta pavos en internet). Antes salió por entregas en el suplemento literario del New York Times y la crítica dijo que era una obra imponente y perversamente genial. Mailer había descubierto a un Genet de trullo y puñal que había escrito desde el puro escroto peludo sin pasar por ningún programa para reclusos. Abbott consideraba los programas de escritura creativa para presos una forma de domesticación. Lo mismo valía para los talleres de cerámica que atenuaban la furia de los desesperados poniéndoles a modelar ceniceros de arcilla. Abbott había absorbido las palabras leyéndolas debajo de una bombilla monda como si fuera una tira de papel de goma en la que se pegan las moscas. Había edificado el castillo sobre una base de analfabetismo funcional. Abbott reconoció que nunca había oído pronunciar las nueve décimas partes del vocabulario que utilizaba. No estaba mal para el hijo de una puta china y un irlandés de la infantería que tenía cinco pavos.
El carácter del escorpión
A Mailer le gustaba sujetar las banderas. Mailer escribió que a todos nos fascinan los asesinos. Mailer sujetó la bandera y metió en el ajo a los liberales. Metió en el ajo a Susan Sarandon y a Jerzy Kosinski. Clamó para que concediesen la libertad condicional a Jack Abbott. “En el vientre de la bestia” facturó quince mil pavos en media hora y Abbott se los gastó en abogados. Los funcionarios de prisiones dijeron que estaba tan rehabilitado como el escorpión que se subió al lomo de la rana. Mailer corrió el riesgo. Mailer hizo campaña. La presión aflojó la cautela. Liberaron al malo de moda de los izquierdistas chic y le dieron un auditorio. Norman Mailer le ofreció un trabajo de investigador por ciento cincuenta pavos semanales para que cumpliese el requisito de la libertad condicional. Mailer le presentó a tíos con gafas que fumaban en pipa y le recomendó a su propio agente. Jack Abbott respiró aire puro. Desde que le metieron en el reformatorio a los doce años hasta que le sacaron para conferenciar con los gafosos solo había estado nueve meses en la calle. Mailer sujetó la bandera. La revista Vogue dijo que “En el vientre de la bestia” era, quizá, uno de los libros más importantes de nuestra era. El profesor Terrence Des Pres dijo que era una articulación de la pesadilla penal totalmente convincente. Los mendas del rollo se encantaron de la vida y compararon a Jack Abbott con el Marqués de Sade. Jack Abbott salió en la revista “People” y en la tele, en el programa “Buenos días, América”, de la ABC. Jack Abbott cenó de gorra con los mendas del rollo. Shakespeare escribió que uno puede sonreír y ser, sin embargo, un villano. El escorpión que se subió al lomo de la rana acabó picándola a pesar de que era su única posibilidad para cruzar el río. Los funcionarios de prisiones dijeron que Abbott era un tío peligroso de cojones. Mailer dijo que Abbott era un hombre poseído por una visión de las relaciones humanas mejores que las que puede forjar una revolución. Abbott era el escorpión cruzando el río sobre la espalda de una rana.
A Jack Abbott le concedieron la condicional en junio de 1981 y se pasó cuatro semanas cabalgando sobre la rana y haciendo la ronda de las tertulias con los gafosos. La noche del 17 de julio se ligó a dos pibas y se las llevó a tomar un trago al café Binibon del 79 de la Segunda Avenida de Manhattan. El Binibon era propiedad de Henry Howard y no tenía retrete al servicio de la parroquia porque carecía de seguro de accidentes para los clientes. Las mesas las atendía el yerno de Howard, Richard Adan, un actor de teatro de veinte años que acababa de rendir una gira por Europa interpretando la obra “Golondrinas”, del autor cubano Manuel Martín Jr. Jack Abbott le preguntó a Richard Adan por el retrete y Adan le dijo que solo tenían servicio para el personal. Se enconó la discusión por el váter y Abbott le pegó a Adan una cuchillada y le mató. Abbott había escrito en sus cartas cómo apuñalar a un menda acercándose sonriendo, haciéndose el primo, ocultando el cuchillo manteniéndolo pegado a la pierna y clavándolo en un punto entre el segundo y tercer botón de la camisa. A la mañana siguiente salió en el New York Times una crítica elogiosa de “En el vientre de la bestia” mientras Abbott ponía tierra de por medio. Le trincaron un tiempo después, el 23 de septiembre, en Morgan City, en Luisiana, trabajando en un campo petrolífero. Zurraron la badana a Norman Mailer como si él fuera el tío que manejó el cuchillo. Jerzy Kosinski se desmarcó de la defensa y dijo que Abbott era un fraude. Abbott volvió al vientre de la bestia, a la prisión de máxima seguridad de Alden, en Nueva York, con una condena de quince años y no percibió un chavo de los derechos de autor porque fueron a parar a la indemnización de la viuda del Richard Adan. Esta historia no tiene moraleja, al contrario que la fábula de la rana y el escorpión. Mailer mezcló las buenas intenciones y el divismo de un agitador, Abbott tenía talento y la índole de un cable pelado en un charco y las autoridades sucumbieron a la presión publicitaria. No es una historia ni a favor ni en contra de la reinserción ni de la compatibilidad del genio con la violencia. Abbott escribió otro libro en la cárcel pero no obtuvo el mismo beneficio. Ya no era la sensación del momento. Mailer dijo que no encontraba en el episodio nada agradable ni nada de lo que sentirse orgulloso. Dijo haber sentido una enorme responsabilidad. Dijo que nunca había pensado que Abbott estuviese a punto de volver a matar. Dijo: “Esto es por lo que tengo que juzgarme”. El 10 de febrero de 2002 Jack Henry Abbott se ahorcó en su celda con una soga hecha de jirones de sábanas.
MARTÍN OLMOS