Joe Valachi, alias la Rata, fue el primer mafioso que rompió el código de la Omertá
“El testimonio de Valachi abre un nuevo camino de investigación sobre la Cosa Nostra”
ROBERT KENNEDY
El fiscal general de los Estados Unidos Robert Kennedy quería hincarle el diente a la Mafia. En el campo dicen que a un perro no hay que temerle cuando abre la boca, sino cuando la cierra. El director del F.B.I. John Edgar Hoover dijo que el crimen organizado no existía, aunque admitía la proliferación de bandas que controlaban predios de putas, timbas amañadas y préstamos con usura, pero no concluía ninguna relación entre ellas y cada una se rascaba sus tiñas en autonomía. Robert Kennedy podía haber mirado debajo de la alfombra de su padre Joe P., que estuvo asociado con Capone, con Frank Costello y con Owney Madden el Asesino en el negocio de la importación de whisky escocés durante la Prohibición. Joe P. le pidió a Sam Giancana que le echase una mano a su hijo John F. para ser presidente de los Estados Unidos. JFK llegó a la Casa Blanca y Joe P. dejó de coger el teléfono a Giancana. Joe P. iba a misa todos los domingos; Joe P. practicaba la moral poliédrica. JFK cambiaba de colchón cada semana. John Edgar Hoover hacía manitas con su secretario Clyde Tolson. Era un marica monógamo y JFK un promiscuo babilónico. Sam Giancana tenía referencias de Hoover con medias de encaje y zapatos de tacón. Hoover tenía la nariz chata y pinta de ser el tío que echa a los borrachos en un burdel. A su devoción por los canesús no le acompañaba el físico. Las referencias de Giancana podían ser gráficas. Robert Kennedy quería hincarle el diente al crimen organizado. John Edgar Hoover dijo que el crimen organizado no existía.
El beso de Judas
Dicen que a un siciliano le cuesta una pasta sacarse una muela porque, como no abre la boca, el dentista tiene que hacer la operación desde abajo. A Joe Valachi no le apetecía que le entrasen por el sur. Valachi había conocido mejores tiempos, pero en junio de 1962 era el preso número 82811 de la penitenciaría de Atlanta, en la que abonaba a la sociedad dos dolorosas de quince y veinte años por tráfico de heroína. En la prisión de Atlanta también veraneaba Vito Genovese, don Vitone, uno de los jefes de las Cinco Familias del crimen organizado de Nueva York. Genovese se había hecho con el control de la familia de Luciano liquidando al violento Albert Anastasia, que le llamaban el Sombrerero Loco, y rematando a Willie Moretti, que ya estaba medio muerto por la sífilis. Genovese tenía alergia a los barítonos y las convicciones incontestables. Seguía repartiendo las cartas desde el trullo. Vito Agueci y Joe di Palermo, dos purrias sicilianas, le llamaron soplón a Valachi en el patio. Valachi era bajo y duro como un riel de vía pero rehuyó la pelea y pidió el arbitrio de Genovese. A Genovese le gustaban las metáforas jesuíticas y las mímicas bíblicas. Genovese le endosó a Valachi la parábola ignaciana de la manzana podrida que corrompe el cesto y le besó en la mejilla (Mateo 26, 48). Valachi supo que era hombre muerto. Perdió el privilegio del sueño. Se convirtió en un cable pelado, le salieron ojos en la nuca, le retiraron el saludo, fue un hombre sin protección. Valachi no era un soplón. Genovese manejaba igual los rumores y las certezas. El 22 de junio de 1962 Valachi paseó por el patio pegado a la pared para tener protegido un flanco. El patio estaba en obras. Se le acercó otro preso. Valachi pensó que era Joe di Palermo, una de las ratas de Genovese. Valachi pensó que en la selva el que pega primero pega dos veces. Cogió una tubería y lo mató a palos. Le reventó la cabeza. Valachi se equivocó. Se cargó a un desgraciado llamado Joseph Straupp, condenado por mangar correspondencia. A Straupp le mató la filantropía. Se acercó al preso pestilente. Entró en su radio territorial sin avisar. Pisó el cable pelado. Le arruinó la vida social. Valachi tenía tres hermanos locos y dos suicidas. Estaba a punto de ebullición. El asesinato de Straupp era su pasaporte para la silla eléctrica. Hizo una llamada. No fue a mamá. Habló con el fiscal federal del distrito sur de Nueva York, Robert Morgenthau, y firmó el contrato del soplón: se declararía culpable de homicidio no premeditado, asumiría la cadena perpetua en régimen de reclusión solitaria, fuera del ámbito de la embajada siciliana, se libraría de los calambrazos y cantaría la serenata de la Cosa Nostra.
El concierto
A Valachi le trasladaron a la prisión de Westchester, en Nueva York, con el nombre de Joseph di Marco y durante tres meses se sometió a cuatro sesiones semanales de tres horas con el interrogador del F.B.I. John Flynn. A cambio pidió raciones de prosciutto y queso de Gorgonzola. Le prepararon para la función y en 1963 compareció ante el Congreso y estuvo un año entero largando. Echaron sus declaraciones por la tele, después de El Virginiano. Valachi era un asesino y a Robert Kennedy le preocupaba su credibilidad, pero entendió su carisma mediático de mafioso ronco. Había nacido en 1903 en Harlem, su padre era un ferroviario napolitano, cuatro hermanos suyos estaban locos y a los dieciocho años era el conductor de la Banda del Minuto, que desvalijaba joyerías en sesenta segundos. Le trincaron y pasó cuatro años en Sing Sing, donde conoció a Alessandro Bolero, que le introdujo en la familia de Salvatore Maranzano. Valachi participó en la Guerra de los Castellamarenses, fue apadrinado por Joe Bonano cuando se convirtió en un Hombre de Honor y sirvió sucesivamente a las familias de Luciano y de Genovese. En 1932 se casó con la hija de Gaetano Reina, el capo de la familia Luchese, pero nunca pasó de ser un matón de la trinchera, generalmente un chofer que oía, veía y callaba, explotaba máquinas tragaperras y dirigía el restaurante “Lido”, que a veces servía de matadero. Valachi ofreció al Comité de Actividades Delictivas la clase de historias de macarrones y vendettas que los congresistas querían oír, identificó a más de trescientos miembros importantes de la Mafia y dibujó el esquema jerárquico de las Cinco Familias. Dijo que la Cosa Nostra era un segundo gobierno. Vito Genovese ofreció cien mil dólares por su cabeza. Hoover tuvo que cambiar sus prioridades: antes de las declaraciones de Valachi tenía a cuatrocientos agentes de la oficina de Nueva York buscando comunistas y solo a cuatro trabajando en el crimen organizado. A partir de 1963 empleó a 140 hombres en la lucha contra las bandas. Robert Kennedy estaba tan contento que pretendió mandar a Valachi a una isla desierta con un taparrabos de hojas de palma, a vivir de los cocoteros. Valachi escribió sus memorias en cuadernos escolares y gramática parda. Era casi un analfabeto y masacró la sintaxis. Kennedy contrató al periodista Peter Maas (que más tarde escribió la biografía del policía Frank Serpico) para que las convirtiese en un libro legible. El manuscrito cayó en las manos del periódico Il Progresso, que consiguió que no se publicase por entender que denigraba a la población italoamericana y Valachi se convirtió en un estorbo. Se le acabaron las raciones de prosciutto, el queso de Gorgonzola y las islas de Robinson. Le sacaron de su celda con ventana y le metieron en un agujero federal en Michigan, en régimen de aislamiento. El Estado es ingrato. Le dieron una manta y una ducha a la semana. Los inviernos fueron fríos. Valachi se colgó con el cable de una bombilla pero se rompió y no la diñó. Más adelante le abonaron los servicios y le mandaron a la prisión de La Tuna, en Texas, a una celda con cocina americana. Una vez le dijo al agente John Flynn: “Yo ya soy un hombre muerto, pero cuanto más viva, mayor será la vergüenza para Vito Genovese”. Genovese murió en prisión, en 1969. Valachi dos años después, de cáncer de pulmón.
MARTÍN OLMOS