El primer Borbón que reinó en Francia fue asesinado por un místico pelirrojo que fue ejecutado con verónicas en la plaza de la Grêve
“París bien vale una misa”
ENRIQUE IV
François Ravaillac enloqueció de Cristo y de hambre, afanó un puñal en un hospicio y le pegó dos cuchilladas al rey Enrique IV de Francia, que hasta entonces había demostrado un notable talento para salir vivo de una docena de atentados y para cambiar de confesión según las circunstancias. A Enrique IV París le costó una misa, y puede que también un rosario, contribuyó a la demografía con once hijos bastardos y se pasó la vida rezando en latín o por Calvino dependiendo de la estación del año. Durante su reinado (1589-1610) los protestantes hugonotes pelearon a la Liga Católica de la casa de los Duques de Guisa y se rebanaron pescuezos con desahogo en el nombre de Dios. Enrique IV tuvo que gobernar como Damocles, expuesto a la daga de los jesuitas que pendía sobre su cabeza sujeta por una crin de caballo, y aprendió a soplar frío y caliente con el mismo aliento y a echarse las siestas con un ojo abierto mirando detrás de las cortinas. A su antecesor en el armiño, su cuñado Enrique III, se lo madrugó por la teológica un clérigo dominico llamado Jacques Clément pegándole una puñalada en el vientre. El jesuita Jean Guignard llamó a Enrique III sardanápalo por no llamarle maricón porque el monarca se pintaba los ojos y sacaba mozos de paseo por París. A Jacques Clément le destriparon a alabardazos y le desmembraron después de muerto atando sus extremidades a cuatro caballos al galope, quemaron sus restos y sus despojos se los dieron de comer a los cerdos. El jesuita Jean Guignard dijo que a Jacques Clément le inspiró el Espíritu Santo, llamó zorro a Enrique IV y acabó asado en una hoguera por llamar a la ejecución de los príncipes herejes.
A Enrique IV le quisieron mandar al purgatorio los de la Liga Católica contratando a un ballestero italiano que al final no tuvo puntería y a la alquimista Nicole Mignon, que era medio bruja y pretendió impregnar el lecho del monarca con un líquido venenoso de su invención. En la Matanza de San Bartolomé (1572) estuvieron a punto de afeitarle a la altura de la corbata y una vez que cruzaba a caballo el Puente Nuevo de París, un loco llamado Jacques des Isles le tiró de la montura agarrándole por la capa. Jacques des Isles decía descender del primer rey francés Faramond y acabó pudriéndose en La Bastilla. El rey se escapó de los atentados de Jean Guesdon, Señor de Haut-Plessis, que fue quemado en la Plaza de Grêve, y de los monjes capuchinos Ridicoul y Langlois, a los que les dieron el suplicio de la rueda. En 1594 el joven Jean Châtel le atacó con un cuchillo en mitad de un baile en la casa de su amante Gabrielle de Estreés y le cortó el labio superior y le rompió un diente. Jean Châtel era hijo de un vendedor de telas, había sido educado por los jesuitas y era medio bujarrón. El padre Guéret de la iglesia de Saint André des Arts le bendijo la daga y le dijo que Dios le cuadraría las sodomías en el balance del Juicio Final a cambio de la vida del rey. A Jean Châtel le amputaron la mano derecha, le despellejaron con tenazas al rojo y le descuartizaron atándole a las grupas de cuatro caballos, después le dieron fuego y aventaron sus cenizas en una encrucijada.
François Ravaillac era pelirrojo como decían que fue Judas y probablemente epiléptico. Nació en Angulema en 1578 y de niño vio como los hugonotes usaron la pila del agua bendita de la catedral de San Pedro como abrevadero de sus monturas. Ravaillac era un mazorral roblizo que podía enderezar la duela de un barril a pulso que sin embargo no anduvo en faldas por ser virtuoso y un poquito manso de astil. Propendía al éxtasis y unas veces veía a Jesucristo coronado de espinas y otras al demonio en forma de búho. Durante un tiempo fue monje bernardino en el convento de Saint Honoré y enseñó el catecismo a los niños, pero generalmente vivió de la mendicidad, dormía en un pajar y acumuló deudas que le llevaron a prisión. Viajó a París pidiendo en los caminos y trató de entrevistarse con el rey para recomendarle combatir a los herejes, pero le acabaron echando de la plaza del Louvre por lunático. En un hospicio birló un cuchillo desmangado, le puso unas cachas de palo y el 14 de mayo de 1610 consiguió acercarse al carruaje real en la calle de la Ferronnerie, en el camino del Cementerio de los Inocentes. Escaló al estribo del coche y le pegó dos puñaladas al rey: la primera le hirió superficialmente el pecho y la segunda se la hundió hasta el mango en el pulmón y le seccionó la aorta y la vena cava matándole en el acto. Después se dejó prender por el gentilhombre de Courson, que le pegó en la cara con el pomo de su espada.
La ejecución
A Ravaillac le encontraron un relicario en forma de corazón y monedas chicas, le llevaron preso a la Torre de Montgomery en la Conciergerie y con una cuña de madera y un mazo de carpintero le rompieron los pulgares, los tobillos y las rodillas. El 27 de mayo de 1610 le condujeron a la plaza de la Grêve sobre un carro de desperdicios vestido con una camisa vieja y sujetando un cirio encendido de dos libras de peso. La muchedumbre le quiso linchar por el camino y se negó a cantar con él el Salve Regina. El padre Filesac no quiso confesarle. En el cadalso le sumergieron la mano derecha en un cubo de azufre fundido y le abrieron con tenazas al rojo tajos en los pezones, los brazos y las pantorrillas sobre los que vertieron plomo fundido, pez blanca ardiendo y cera en ebullición. Después le ataron a cuatro caballos y los fustigaron para descuartizarlo. Los cuatro pencos tiraron durante media hora rompiéndole los huesos pero no consiguieron desmadejarlo y los ciudadanos ofrecieron sus propias monturas para sustituirlos. Ravaillac sostuvo que actuó solo pero probablemente fue un precedente meapilas de Lee Harvey Oswald y un primo para el martirio de un oscuro complot. El cronista del rey L´Estoile aseguró que antes de diñarla dijo: “Se burlaron de mí cuando quisieron convencerme de que el acto que iba a cometer sería bien recibido por el pueblo, que ahora ofrece sus caballos para que me descuarticen”. Arrearon durante más de una hora a los caballos frescos que al final le desmembraron y de Ravaillac solo quedó el torso decapitado, que fue desgarrado por el popular con cuchillos de cocina y quemado en una plaza. Algunos aldeanos se llevaron despojos a sus pueblos para asarlos con los paisanos y los mercenarios de la Guardia Suiza quemaron un trozo debajo del balcón de la reina María de Medici. El alguacil de la villa de Angulema desterró del reino a la madre de Ravaillac prohibiéndole el regreso bajo la pena de estrangularla, derribó su casa natal y obligó al resto de su familia a renunciar a su apellido. No obstante, durante un tiempo se les llamó “ravaillacs” a los pelirrojos.
Enrique IV fue momificado por unos embalsamadores italianos y le enterraron en la basílica de Saint-Denis. En 1793 la chusma de Robespierre profanó su tumba y como el despojo estaba en buenas condiciones lo apoyaron en un pilar para que fuese abofeteado por el popular, que encendido por el entusiasmo lo decapitó. Su cabeza desapareció hasta que un anticuario la compró en 1919 por tres francos y se la dejó de herencia a su hermana, que la vendió a un hombre llamado Jacques Bellanger en 1955. Bellanguer la cedió al forense Phillippe Charlier en 2010, que certificó su autenticidad, y se la regaló a Luis Alfonso de Borbón, al que los monárquicos franceses consideran el legítimo heredero del trono de Francia (Luis XX), que desde entonces es su custodio y ha recomendado que sea devuelta a la cripta de Saint-Denis junto con un pulgar que se conserva del rey en un museo de Pontoise.
MARTÍN OLMOS