MARTÍN OLMOS MEDINA

Archive for the ‘El sport’ Category

Un chiste alemán de putas y futbolistas

In El sport on 17 de May de 2015 at 18:26

ILUSTRACION BRUNO FERNANDES

El portero brasileño Bruno Fernandes está chupando banquillo por quitarse a un hijo de penalti.

“Cuando eres portero, estás dispuesto a todo para defender el arco” JUAN TALLÓN

Va un tío y le dice a otro: acabo de llegar de Brasil y allá solo hay putas y futbolistas. El otro le dice: cuidado, mi mujer es brasileña. Ah, dice el primero, ¿y en qué equipo juega? Este chiste se arregla si el que lo cuenta tiene gracia, como todo en esta vida. Oscar Wilde no hacía chistes sino aforismos, que son cosas hipocráticas que se recogen en colecciones para leer en los trenes de cercanías. Oscar Wilde dijo que la naturaleza imita al arte, pero pudo decir que la naturaleza imita al chiste. Charles Chaplin dijo que, a fin de cuentas, todo es un chiste. La eficacia de un chiste depende de la interpretación, porque la gracia ya la han dicho mil veces. Otra cosa es quién se la inventó. Isaac Asimov sugirió que los chistes se los inventaba una potencia extraterrestre y Ricardo Bada sostiene que los hacen en un negociado especial de los servicios de inteligencia para que sirvan de válvula de escape al descontento de la población, que haciendo guasas en el bar va dejando para mañana la revolución. El director de cine David Trueba asegura, en cambio, que los chistes se los inventa una sociedad secreta de jubilados que tiene el cuartel general en Despeñaperros. Hay que suponer que el patrón del chistoso es San Jaime y el diccionario de la Real Academia Española distingue el chiste alemán, que es el que no produce risa.

Va un tío (porque los chistes son dinámicos y siempre está un tío yendo) y le dice a otro: acabo de llegar de Brasil y allá solo hay putas y futbolistas. En esta historia, que no es un chiste (o, en todo caso, es un chiste alemán), salen putas y futbolistas del verde Brasil y se complica con embarazos de penalti y perros rotweiler, que son la consecuencia vigoréxica de los doberman que salían en “Los niños del Brasil”. Bruno Fernandes nació la víspera del día de navidad de 1984 en la piojería de las favelas de lata de Belo Horizonte y su primer balón fue un nudo de trapos. Eludió la miseria jugando al fútbol en el puesto de portero y fichó por el Atlético Mineiro en 2004, pasó por los Corintios y acabó en el Flamengo de Río de Janeiro, que disputa en el Maracaná legendario, en donde se hizo dueño de la puerta cuando el titular Diego se lesionó y en 2009 fue el capitán del equipo heredando el brazalete del defensa Fabio Luciano. Bruno Fernandes contribuyó a que el Flamengo ganara el Campeonato Brasileño y la Copa Río, tres veces el Campeonato Carioca y dos la Copa Guanabara y sonó para defender la portería de la selección. Se casó con Dayanne Rodrigues, se compró una casa sin goteras y compuso una doble índole de ídolo de los chavales y de juerguista putañero en festejos con priva, coca y golfas. En julio de 2008 el club le multó con el veinte por ciento de su salario por acabar en el cuartel después de que se torciera una parada con furcias. Fue después de empatarle a uno a su antiguo equipo del Atlético Mineiro cuando Bruno, el defensa Marcinho y el delantero Diego Tardelli se engancharon a tres putas y acabaron a palos. Marcinho, hombre natural que huía del artificio, exigió a una cabalgarla sin condón y cuando se negó, le metió una trompada y compareció la pasma a apaciguar. Marcinho, que era goleador, ya había tenido un pleito en Río de Janeiro por atropellar a un tío en un barrio de favelas. Bruno dio cara en la prensa y pidió disculpas al equipo y dijo que ya resolvió el problema en casa. Dayanne Rodrigues perdonó porque vivía en una casa sin goteras y así mantenía los cuernos secos.

Penalti Eliza Silva Samudio era morena y acomodada de par, lisa de vientre, abandonada de madre y puta del balompié. Decía que era modelo, pero ejercía el oficio y había hecho un par de pelis porno. Se sabía de carrete las alineaciones de los equipos brasileños y contaba que conocía a Cristiano Ronaldo. Enseñaba, quizá con frecuencia, dos tatuajes, uno en la cintura izquierda, sobre la nalga, y otro en la ingle derecha, recién acababa por el norte el parrús. Eliza Silva Samudio pretendía un futuro en una casa sin goteras casada con un futbolero, que es el príncipe azul de los pagos sin monarquía, y frecuentaba las escuadras anunciando el percal. Cada uno sale de la miseria como puede y según las posibilidades que la naturaleza le ofreció: Bruno dejó la tapa de lata con su metro noventa y sus reflejos de gato y Eliza Samudio aprovechaba el esmero que le puso Dios al hacerla. Eliza y Bruno se conocieron en una parranda que derivó en orgía y se hicieron amantes. Bruno empezó a dejar a su mujer con los cuernos sin mojar en la casa sin goteras de Río y se iba a jugar partidos con Eliza en Minas Gerais hasta que en una penetración por el área se les rompió un condón y arriesgaron un penalti. Bruno se fue a hacer las pruebas del sida y salió limpio, pero Eliza se preñó. A Bruno se le escapó la mano, lo que es natural porque el portero es el único jugador que puede usarla (de ser extremo izquierdo se le hubiese escapado una patada), y Eliza le puso una denuncia por agresión para que le sacaran la amarilla. Después, Bruno le ofreció 40.000 reales por abortar, pero Eliza parió a un niño varón al que le puso de nombre Brunhino y pidió el gasto de los pañales. Bruno Fernandes se hizo una prueba de paternidad y le empezó a pasar 1.000 reales semanales y pidió una foto del chaval, que quizá le conmovió. Eliza le exigió una pensión equivalente al diez por ciento de su salario del Flamengo, el abono de un seguro médico y una tapa sin goteras para criar al niño en seco. El abogado del futbolista ensayó un regate y pretendió atenuar la bolsa a menos de la mitad y Bruno pensó que estaban a punto de marcarle un gol, perdió la paciencia y recurrió a su corte de partidarios, que eran un primo (en la doble acepción sanguínea y vernácula), un macarrón y un pasma torvo.

El primo era Jorge Luiz Rosa, carnal de Bruno, menor de edad, dispuesto a presumir de pariente por llevarse el saldo de la verbena y más bien escueto de juicio. El macarrón era Henrique Ferreira, que le decían el Macarrao, cuate estrecho del futbolista que le hacía de aplaudidor en las parrandas y llevaba el bote, ligeramente más vivo que el primo Rosa pero sin título de eminencia. El pasma torvo era Marcos Aparecido dos Santos, que le decían el Nene, apartado del cuerpo por alquitrán, negro, alto y flaco y virtuoso en la industria de la desaparición de prójimos. En junio de 2010, el primo Rosa, el Nene y el Macarrao secuestraron a punta de pistola a Eliza y la llevaron a una casa que Bruno tenía en Esmeraldas, en Belo Horizonte. Pusieron la música alta, la ataron a una silla y le rompieron la cara a puñetazos. El primo Rosa y el Macarrao ejecutaron por afición y el Nene por 3.000 reales. Bruno les dijo, ambiguamente, que le solucionasen el apuro. El Nene estranguló a Eliza, la serró en trozos, separó la carne del palo y echó el despojo a cuatro perros rotweiler, que se lo zamparon. Bruno se llevó al niño Brunhino a que se lo guardase su mujer mientras decidía si lo daba en adopción o lo abandonaba en un portal. La poli trincó primero al primo Rosa, que largó después de siete horas de inquisición y Bruno y el Macarrao se entregaron en Río. El negro Nene desapareció. Brunhino no acabó inclusero y le concedieron su custodia a su abuelo, Luiz Carlos Samudio, que se lo llevó a criar a su casa de Foz de Iguazú. A Bruno le condenaron a veinte años de presidio y el presidente del Flamengo, Rafael di Piro, le envió un telegrama a la cárcel de Nelson Hungría anunciándole su despido. Bruno dijo que lamentaba no jugar el Mundial de 2014 y en el internet anduvo un chiste alemán en el que salía un saco de diez kilos de comida para perros de la marca Pedigree con sabor a Eliza Samudio. No se sabe si lo pusieron en circulación los extraterrestres de Asimov, los servicios de inteligencia o los jubilados de Despeñaperros, que se habían quedado huérfanos de obra.

MARTÍN OLMOS