El tango cantó a la perdida y al puñalero y lo bailaron los bravos
“Siga un consejo, no se enamore/ y si una vuelta le toca hocicar, /fuerza, canejo, sufra y no llore/ que un hombre macho no debe llorar”
MANUEL ROMERO
Hoy el tango lo prohibirían como han quitado de fumar en los boliches, a los que se va a tertuliar y a hacer jarana y no a pegarse baños de salud como si fuesen balnearios. Antes iban a los boliches los hombrones después de la mina a echar la timba y a escupir en el suelo, sobre un lecho de serrín, y ahora están llenos de mamás con maxicosis que no quieren malos humos. Con el tiempo a los pesebres les pondrán moqueta y te darán un masaje en los pies mientras te tomas una menta poleo. Al tango le han ido dejando para música ambiental, sin letra, de las consultas de los dentistas y para baile de salón de los domingos en la Asociación de Divorciados La Segunda Oportunidad y le han escondido su origen de orilla y de canción lasciva y de reyerta. El tango es bastardo de la habanera y del flamenco, de la “canzonetta” napolitana, del candombe de los morenos cimarrones y del cuplé español (dice Javier Barreiro) y Borges le rastreó el linaje y le intuyó varios pretéritos –imperfectos- en los conventos del barrio de la Boca del Riachuelo, en Montevideo y en los quilombos de meretrices de las calles del Temple y de Junín de Buenos Aires. El tango principió de canción con la que los compadritos le acompañaban a la riña con el cuchillo y al trato con la pendeja –y a la nostalgia de la vieja- y recién lo adecentó París pasó a ser, escribió Borges, nomás una manera de caminar. En el baile el tango es agarrao, casi cosido, y se funden los vientres en una tangencia lujuriosa que inquietó a los eclesiásticos y el Káiser Guillermo se lo prohibió a sus oficiales. Se cuenta, no se sabe si con fundamento, que el Papa Pio X lo excomulgó por lúbrico hasta que el Vasco Casimiro Aín, que también le decían el Lecherito, le bailó uno en el Vaticano y le regalaron una medalla de plata de Nuestra Señora de Loreto. El tango es macho y recela de la hembra, como el Eclesiastés. El tango le destapa a la doña su truco: “Acaso/ te llore y se desespere/ y te diga que te quiere,/ viejo ardid de la mujer” (No te engañes, corazón). El tango la dice de interesada de astracanes: “Aquel tapado de armiño,/ todo forrado en lamé,/ que tu cuerpito abrigaba/ al salir del cabaret,/ me resultó al fin y al cabo/ más durable que tu amor;/ el tapao lo estoy pagando/ y tu amor ya se apagó” (Aquel tapado de armiño). El Eclesiastés dice: “Y hallé que es más amarga que la muerte la mujer; la cual es un lazo de cazar, y una red su corazón, y sus manos unos grillos. Quien es grato a Dios huirá de ella; pero el pecador quedará preso”. Que se sepa, Pio X no excomulgó el Eclesiastés, sin embargo. Al tango le dijo Leopoldo Lugones “reptil de lupanar” y le cantó sin miramiento a la puta, al esgrimista de facón y manta, al que pierde los mangos en las carreras de burros, al garufa de farra rendida al alba y a la puñalada que le sigue al cuerno. El tango le decía a limpiar la infamia de los honores: “…comprobé que me engañaba/ con el amigo más fiel,/ y ofendido en mi amor propio/ quise vengar el ultraje,/ lleno de ira y coraje,/ sin compasión los maté” (Noche de Reyes). El tango hoy lo prohibirían no por cosido de baile sino por machistón y porque en este siglo –igual de cambalache que el anterior- se confunden los géneros literarios con las apologías. A Loquillo le quieren quitar del repertorio el tema “La mataré” (…a punta de navaja/ besándola una vez más) porque todavía no deben saber que al que está por clavar una puñalada da igual que le pongan un gregoriano. Lo que tenían que prohibir es la naturaleza humana. El tango se ha quedado en manera de caminar y han quitado el pucho del trago en los quilombos, donde a nadie obligan a ir.
El precedente del punk
El tango se ha convertido en una manera de caminar y sus cultores en músicos de crepúsculo que amenizan las copas a los donjuanes de boîte, pero en el origen sus predicadores fueron, como ha escrito Barreiro, “asiduos a la trena, que no al conservatorio, a la gresca más que a la tertulia”. Ernesto Ponzio, que le decían el Pibe, violinista milonguero, pudo nacer en el barrio de San Telmo o dicen otros que entre la Penitenciaría Nacional y el Cementerio de la Recoleta, y penó cuatro años de trullo por matar a tiros al guapo Pedro Báez a la salida de un burdel del barrio de la Pichincha, en Rosario, en 1924. El Tigre del Bandoneón Eduardo Arolas llevaba anillos de oro sobre sus guantes blancos y en los hombros una capa de pelo de vicuña, chuleaba percantas y componía de oído tarareándole las melodías a Francisco Canaro, que las pautaba en el pentagrama. Arolas combatió los malos amores con los brebajes y con el exilio y le mataron en París en 1924 de una paliza que le metieron unos orilleros de Pigalle a cuyo bacán le había levantado una hembra. Pascual Contursi, el letrista de “La Cumparsita”, murió loco de atar por la sífilis en 1932, en el Hospital de las Mercedes de Buenos Aires; el Negro Celedonio Flores, que compuso con Gardel “Mano a mano”, fue de joven garufa y boxeador y Ovidio Bianquet, que le decían el Cachafaz porque de pendejo atropelló mujeres, le ganó un desafío al Pardo Santillán en el salón El Velódromo del barrio de Palermo bailando un tango alrededor de un cuchillo clavado en la tarima que le arañó los tobillos.
Carlos Gardel nació en Toulouse o en Tacuarembó, igual da, no conoció a su padre y se crió en la calle Corrientes. Practicó la soltería por generosidad y le dijo a la vieja que para qué iba a hacer mártir a una, pudiendo hacer felices a tantas, pero no se libró de que le dijeran de sarasa. Frecuentó, sin embargo, el putero de Giovanna Ritana, que le decían Madame Jeannette, en la calle Viamonte. Gardel grababa los discos en calzoncillos para cantar más suelto y alcanzaba las dos octavas, pero no cuidó su voz y fumaba con avidez, le cogía el amanecer soplando tragos y llegó a pesar ciento veinte kilos de puros almuerzos. Por lo demás, apostaba a los burros en el Hipódromo de Palermo y en 1915 le pegaron un tiro en el pulmón en una noche que salió de garufa en el cabaret Armenoville. Gardel ya había andado con guapos en su juventud en Corrientes y un compadre suyo llamado Carlos Traverso, que le decían el Cielito, andaba en el exilio en Uruguay por haberse madrugado a cuchilladas a un tal Juan Carlos Argerich en el café O´Rondeman, en el Mercado de Abastos. A Gardel le pegó un tiro Roberto Guevara, el tío del Ché, la madrugada del sábado 11 de diciembre de 1915 por una riña de bolingas que empezó en el Palacio de Hielo de La Recoleta. Gardel iba con Elías Alippi, que le decían el Flaco, y los juerguistas de Guevara le rieron. Hubo pendencia que no sangró, pero se volvieron a encontrar en el cabaret Armenoville y en la riña Gardel cogió el balazo que le perforó el pulmón izquierdo. Le atendieron en el Hospital Juan A. Fernández y los médicos decidieron no sacarle la bala, que le hizo compañía hasta que se la vieron en la autopsia que le hicieron veinte años después, cuando murió en un accidente de aviación en Medellín. Una monja se intentó quemar en su funeral en el Luna Park y el monseñor Franceschi le llamó Tenorio de conventillo y cantor de la puñalada, la borrachera y la mujer perdida.
MARTÍN OLMOS