MARTÍN OLMOS MEDINA

Archive for the ‘Matones y camorristas’ Category

Mick Jagger vio la sangre y dejó de tener simpatía por el diablo

In Matones y camorristas on 6 de abril de 2015 at 11:02

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS
Los Rolling Stones contrataron a los Ángeles del Infierno para la seguridad de un concierto que acabó a puñaladas

“Hasta diciembre de 1969, la contracultura no aceptaba que entre sus filas pudieran anidar las serpientes”
DIEGO A. MANRIQUE

Mick Jagger es un tío chungo que te cagas si se desenvuelve en esa clase de ambientes en los que un menda pasa por matón por fumarse un petardo de mandanga en el retrete del instituto, pero cuando quiso jugar en las Grandes Ligas Chungas se le arrugaron las pelotas y aflojó. Cuando se manejó con los tíos chungos de cojones salió un melenitas de Kent con los morros como un par de limacos que no tenía media hostia. A las stars del rock les mola ir del rollo maligno y van y se trincan las botellitas del minibar soplándoselas a gollete, que guay. Lo cantó Loquillo: “Hay compañeros de profesión/ portavoces de su generación,/ creen que la marginación/ vive en su barrio, que ilusión”. En diciembre de 1969, Jagger y los Rolling Stones culminaron su gira norteamericana, llamada premonitoriamente “Déjalo sangrar” (Let it Bleed), con un concierto gratuito en una pista de carreras abandonada en Altamont, en el norte de California, para emular a la concentración legendaria de Woodstock. Fueron de teloneros Santana, los Flying Burrito Brothers, Jefferson Airplane, Crosby, Stills, Nash y Young y los Grateful Dead que caldearon la movida para que al anochecer tocaran los Stones delante de una peña puesta hasta arriba de anfetas. Aquel fue el año de Flower Power y todo el camelo, de las protestas contra la guerra de Vietnam y el año de Charles Manson y su banda de jipis carniceros. Era la Época del Acuario y el ácido lisérgico y todos querían ir de contraculturales. El representante de los Stones Sam Cutler, o tal vez Emmett Grogan y los tíos de Grateful Dead, pensaron que era una idea buena de cojones contratar a los Ángeles del Infierno para la seguridad del concierto y Mick Jagger aceptó porque la marginación vivía en su barrio, que emoción. En el rollo contracultural no quedaban bien pasmas de una agencia con tíos que seguramente se quedaron a medio camino de ser bofias. La gente de los Stones se puso en contacto con Pete Knell, el baranda de los Ángeles del Infierno de San Francisco, y cerró el trato, que consistió en que los motoristas mantuviesen a raya a las groupies y a los majaras a cambio de quinientos pavos en birras. Knell avisó a su colega Sonny Barger, de los Ángeles de Oakland, y toda la banda pilló las burras y se puso en marcha para pasar una noche de puta madre al pie del escenario, parando los pies a cuatro jipis y soplando por la jeta. Barger tenía experiencia con los piojosos del Flower Power porque ya los había hostiado en las movilizaciones contra la guerra del Vietnam en el campus de la universidad de Berkeley. Barger escribió al presidente Lyndon B. Johnson ofreciendo a los Ángeles del Infierno como grupo de choque para machacar comunistas de limón en la selva y Lyndon B. Johnson le mandó a tomar por saco y le contestó que si querían combatir tenían que alistarse, cosa que era imposible para ellos porque cargaban más antecedentes penales que Barrabás. La paz y el amor, hermanos, no iba con los Ángeles. A ellos les iba echar polvos y buscar camorra. El concierto se adelantó al domingo 6 de diciembre y nada podía salir mal porque, al fin y al cabo, era una reunión de melenudos puestos de LSD, moteros con ganas de zurrar badanas, chavalas con las peras al aire y rockeros de buen rollito. Mick Jagger no se acordó que Lao-Tsé dijo que el que cabalga sobre el tigre no desmonta cuando quiere. Todo fue supercontracultural, colega.

No nos toquéis las burras
Y todo salió como el culo desde el principio. El escenario levantaba apenas un metro sobre la concurrencia y no hubo tiempo para montar retretes públicos ni carpas con paramédicos. El sistema de sonido no estuvo a punto y los Ángeles del Infierno formaron una barrera con sus motos para contener a los fanáticos. Advirtieron: no nos toquéis las burras. Llevaban pipas y tacos de billar. Se soplaron las birras. Ruló la mandanga. Los Stones llegaron en un helicóptero y según Jagger puso los pies en el suelo un menda le zumbó una hostia y le dijo que le iba a matar. Jagger el chungo se escapó a una caravana. Santana abrió el concierto y los mendas que no oían tiraron botellas de cerveza al escenario. Los Ángeles del Infierno contuvieron a los protestones a hostias. Tocaron los de Jefferson Airplane y los Ángeles zurraron a un negrata. Marty Balin, el cantante de los Jefferson, les dijo: eh, tíos, ¿de qué vais? Un Ángel al que llamaban el Animal le dejó frito de un puñetazo en mitad del escenario. Mick Jagger esperaba en la caravana intuyendo al tigre desmandado. Los Grateful Dead decidieron no tocar. Un menda se encaramó al sillín de una moto y los muelles contactaron con la batería y provocó un cortocircuito. No nos toquéis las putas burras. Unos cuantos Ángeles repartieron estopa con las cadenas de las motos. Se soltaron trancazos con tacos de billar. Sonny Barger dijo más tarde que le pareció extraño que los chicos atizasen con ellos porque se rompen a la primera y que eran más partidarios de zurrar con un bate de béisbol o con el mango de un hacha.

Los Stones se hicieron esperar y salieron cuando cayó la noche y la peña estaba majareta. Pidieron una guardia pretoriana de motoristas y Sonny Barger les mandó a paseo. Una gorda con las tetas al aire se subió al escenario y cinco Ángeles intentaron bajarla. Keith Richards le preguntó a Sonny Barger si eran necesarios tantos tiarrones duros para espantar a una pava. Sonny Barger se subió al escenario, le soltó una patada en la cabeza a la gorda y le dijo a Richards si así le parecía bien. Keith Richards dijo que no iba a seguir tocando. Sonny Barger le puso una cacharra en el costillar y le dijo que tocase como un cabrón. Paz y amor y hostias a mansalva en la platea. A Denise Jewkes, que estaba embarazada y tocaba en una banda local, le abrieron la cabeza de un botellazo. Los Stones tocaron “Simpatía por el Diablo” y un negrata hizo el notas. El negrata iba con el pelo afro y una chaqueta verde y dos Ángeles le zurraron. Le jodió recibir delante de su novia blanca. El negrata se llamaba Meredith Hunter y le decían Murdock, era estudiante de arte en Berkeley, tenía dieciocho años y estaba hasta arriba de anfetaminas. Tenía una pipa del 22 e intentó subir al escenario cuando los Stones tocaban “Under my Thumb”. Blandió la cacharra y Rock Scully, manager de los Grateful Dead, pensó que quería matar a Jagger. Los Ángeles le trincaron en enjambre y uno de ellos llamado Alan Passaro le metió cinco cuchilladas en la espalda, en la frente y en el cuello. Los demás le patearon en el suelo. El negrata la diñó y los Stones salieron a la carrera y se subieron a un helicóptero encaramándose a una escala de soga. Era como Vietnam, dijo Keith Richards, qué sabría él. Jagger puso cara de pasmarote cuando le pusieron una filmación del apuñalamiento y salió el chaval de Kent vestido con capita que no era tan chungo. Descabalgó al tigre cuando el tigre quiso. Simpatía por el diablo: “Al igual que cada poli es un criminal y todos los pecadores santos, lo mismo da cara que cruz, llámame simplemente Lucifer” y una mierda. No le hizo ilusión que la marginación viviese en su barrio y salió pitando a que treinta años después le nombraran caballero de la Orden del Imperio Británico.

A Alan Passaro le absolvieron por defensa propia porque Meredith Hunter sacó una pipa y en el análisis forense le detectaron un caudal de anfetas en el torrente sanguíneo. El concierto de Altamont acabó con otras tres bajas por un par de accidentes de tráfico y un menda que se ahogó en un canal. Alan Passaro apareció muerto en 1985 en el lago Anderson del condado de Santa Clara con un fajo de billetes en el bolsillo. Por lo visto, no sabía nadar. Los pasmas pensaron que tampoco sabía guardar la ropa pero no husmearon más de lo conveniente. Algunos pensaron que el concierto de Altamont supuso el final de la Era de Acuario pero Sonny Barger dijo que aquello era una pura pijada y que la culpa la tuvieron los Stones por ir del rollo de prima donna. Jagger,  el Lucifer de trapo, se pasó una temporada cagado de miedo pensando que los Ángeles del Infierno iban a ir a Inglaterra para cortarle en rebanadas.

MARTÍN OLMOS

Rameras del Parque Paraíso y príncipes de los Cinco Puntos

In Matones y camorristas on 23 de junio de 2014 at 0:24

En el antiguo Manhattan Woody Allen no hubiese durado ni un minuto de una pieza

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“Viviendas atroces que deben su reputación al robo y al asesinato. Todo lo inmundo, lo decadente y lo corrupto se halla en los Five Points”
 CHARLES DICKENS

La fatua Manhattan surgió sobre la tierra apenas firme con la que cegaron el lago Collector para que no propagase el cólera. Los holandeses le llamaron Kalchhook y los ingleses el Estanque de Agua Dulce (Fresh Water Pond), pero le acabaron diciendo el Colector y en el centro asomaba una isla en la que colgaron a los negros que se rebelaron en 1714. El Colector tenía pesca copiosa que alimentaba a los indios algonquinos hasta que los cristianos la extinguieron usando redes, que debieron ser prohibidas en 1732. En las orillas del Colector levantaron una cervecería, dos mataderos, varias curtidurías y una fábrica de goma y el lago se convirtió en un vertedero que difundió el tifus y la pestilencia. En 1802 lo drenaron y lo rellenaron de tierra sobre la que, diez años después, se levantó el dédalo de callejones en los que asentó la chusma. Las calles Cross, Anthony, Orange, Little Water y Mulberry convergían en los Cinco Puntos (The Five Points), un terrado de cuatro mil metros cuadrados en cuyo epicentro se levantó el Parque Paraíso, cercado por unas verjas en las que las mujeres colgaban la ropa a secar vigilada por sus hijos armados de trozos de ladrillos. En los Cinco Puntos, cerca de la calle Mulberry, en la explanada de Bunker Hill, los carniceros soltaban toros y les echaban detrás los perros para que los atormentasen antes de acuchillarlos y en el mentidero del Sportsman´s Hall del infame Kit Burns se celebraban peleas de perros terrier contra ratas negras de la cloaca grandes como gatos. Un sobrino de Burns al que llamaban Jack el Rata arrancaba a mordiscos la cabeza de un ratón por diez centavos y por veinticinco se comía a una rata gris. En los Cinco Puntos proliferaron los bailaderos de cerveza y los hombrones se peleaban a muerte por los favores de las Niñas del Maíz, que vendían a la voz mazorcas asadas que llevaban en baldes de madera de cedro, se abrigaban con chales escoceses e iban descalzas. Los hombres que las casaban vivían después de su industria inventando una intersección entre la venta ambulante y el proxenetismo y el más bravo de ellos fue Edward Coleman, que libró una docena de luchas a muerte para conseguir a la más hermosa de ellas, a la que asesinó posteriormente porque consideró que no le rendía lo suficiente y fue ahorcado en enero de 1839 en la cárcel de Tombs, que era una réplica de un mausoleo egipcio.

Los Cinco Puntos y el Bowery cercano lo colonizaron los emigrantes irlandeses que le huyeron a La Gran Hambruna, los italianos, los chinos del opio y los americanos de nacimiento que no tenían donde caerse muertos y levantaron cortijos de putas, coimas y cajones de peristas. Se multiplicaron las tambarrias ilegales en las que no se conocían las jarras y los mejunjes se bebían directamente desde un barril por medio de un tubo de goma a tres centavos la succión dejando la cantidad a la capacidad del chupador. Cada nación se juntó a los suyos y se agruparon bandas salvajes que disputaban a muerte sus desacuerdos. La Guardia Americana Nativa peleó contra la milicia irlandesa de los Guardias de O´Conell el domingo 21 de junio de 1835 en la encrucijada de la calle Pearl con Cross. Los Nativos dijeron que un irlandés tumbó a patadas el tenderete de UN CALLEJON DE LOS FIVE POINTSfruta de un norteamericano y los de O´Conell dijeron que los nativos insultaron a un borracho irlandés. El prosaísmo mandó a los hombres a la tángana mortal. La pelea duró tres días y participaron más de mil contendientes con palos y cuchillos y dejaron catorce muertos, el primero de ellos el doctor William McCaffrey por un ladrillazo en la cara en Grand Street y el último un fabricante de pianos. Las bandas desembocaron inevitablemente en el crimen y nacieron en las verdulerías como la de Rosanna Peers, en la calle Center, en la que exhibía en el exterior frutas podridas y en la trastienda vendía whisky de ganga que era puro alcohol metílico. De aquellos antros surgieron los Guardias de Roach, católicos irlandeses que pelearon contra los Chicos del Bowery, contrarios al Papa de Roma; los Conejos Muertos, que fueron una escisión de los Roach que entraban en combate con un conejo muerto clavado en el extremo de sus estacas; los Camisas Largas y los Feos del Sombrero, que rellenaban de trapos sus chisteras para que les atenuasen los estacazos, y los Chicos del Amanecer, una banda de piratas del río East y del Hudson que fueron capitaneados por los granujas Nicholas Saul y William Howlett, notorios asesinos. Saul y Howlett fueron colgados en la prisión de Tombs la mañana del 28 de enero de 1853 y más de doscientos espectadores hicieron cola para estrecharles la mano antes de que sucumbieran en el nudo.

Rol de bestias
Entre aquellas huestes violentas hombres salvajes y hembras arrebatadas destacaron por su barbarie. Los hombres fueron Billy Poole el Carnicero, conocido arrancaojos; Sloberry Jim, que acuchilló y pateó a Patsy el Barbero hasta matarlo en un antro llamado el Boquete en la Pared que pertenecía a Charley Monell el Manco; Ludwig el Sanguijuela, que bebía sangre humana; Brian Boru, que una noche se emborrachó y se fue a dormirla al puerto y le devoró una manada de ratas; el Dandy Johnny Dolan, el líder indiscutido de la banda de los Whyos, que escondía en el taco de sus botas la sección de un hacha afilada, y Monk Eastman, que disputó contra Paul Kelly una pelea durante más de dos horas por dominar el predio de los Cinco Puntos que quedó a la par. Las hembras fueron la negra Sue la Grande, que también le decían la Tortuga, pesaba ciento cincuenta kilos y alcahueteaba un burdel en Arch Block; Maggie la Gata del Infierno, que luchó al lado de los Conejos Muertos, tenía los incisivos limados en punta y llevaba uñas postizas de cobre con las que arrancaba ojos;  Mag la Tirantes, la gigantesca tumbaborrachos del Boquete de la Pared, que llevaba una porra atada a su muñeca y arrancaba las orejas de sus enemigos a mordiscos y las metía dentro de una jarra de vinagre, y Sadie la Cabra, que embestía con la cabeza y saqueó barcazas en el río Hudson con la Banda de la calle Charlton. Mag la Tirantes le arrancó una oreja a Sadie la Cabra, pero un tiempo después se reconciliaron y se la devolvió porque la conservaba en la jarra y Sadie se la hizo engarzar en un colgante con el que se adornó el cuello.

Los políticos del Tammamy Hall (la crisálida del Partido Demócrata) les vieron la ganancia a las bandas bárbaras y las usaron para conducir a las urnas a los renuentes con el voto ensayado. Se suele estimar, pavo arriba o abajo, que el Tammamy birló unos doscientos millones de dólares de los fondos municipales entre 1865 y 1871. Las bandas duraron el siglo diecinueve y rompiendo el veinte se les unieron hombres como Capone y Johnnie Torrio, que fueron derivando del estacazo en el callejón al crimen en régimen de sociedad limitada.  A los héroes de los Cinco Puntos les hizo el inventario Herbert Asbury, un periodista veterano de las trincheras de Francia que iba para predicador metodista hasta que se cruzó con las rameras. A un frágil cieguito que se llamaba Borges le fascinaron las biografías de aquellas hordas porque le fascinaba el coraje y las posibilidades poéticas de la  violencia física, a pesar de que nunca se batió. En 1999 los arqueólogos excavaron en lo que fueron los Cinco Puntos, que ahora son parte del Chinatown, y encontraron  huesos de niños en lo que determinaron que fue el sótano de un antiguo prostíbulo y refrendaron que la fatua Manhattan de los tíos que van al psicoanalista se asentó sobre un lago de cólera y sobre los hijos muertos de las putas.

MARTÍN OLMOS

Cicatrices (scars)

In La Cosa Nostra, Matones y camorristas on 4 de enero de 2014 at 13:10

A Al Capone le alteraron el perfil de tres cuchilladas cuando trabajaba tumbando borrachos

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“Le cruzan el rostro, de estigmas violentos, hondas cicatrices…”
 EVARISTO CARRIEGO

El escenario es una tambarria del dos con una barra de seis metros sobre la que se acodan los valentones. La parroquia es patulea italiana requetepeinada para la ocasión, porque es noche de baile. Los bebedores llevan planchado el pelo con aceite de oliva y navajas en los calcetines. La época es 1917, cuando se pelean los hombres por motivos que quizás no son tan diferentes en las trincheras de Europa y en los pasadizos del Bowery de Nueva York. La tambarria se llama Harvard Inn y está en el paseo marítimo de Coney Island, que aún es huérfana de noria. Coney Island tiene un pasado de balneario pero ahora está llena de putas y de fulleros. Los italianos han echado a perder Coney Island con sus garitos que hieden a ajo. El primer italiano llegó a Nueva York en 1635, se llamaba Pietro Cesare Alberti y se dedicó al cultivo del tabaco. El último recién está llegando de huirle al hambre de Nápoles, con piojos y los bolsillos vacíos y una esperanza de porvenir honrado que se torcerá cuando encuentre el cabo de una tubería y un callejón. El Harvard Inn es un changarro del tres al cuarto que a duras penas le hace la competencia al College Inn. El College Inn reúne más parroquia que va a escuchar al pianista Jimmy Durante y a ver bailar el charlestón a George Raft. Con el tiempo George Raft va a ir a Hollywood a trabajar en las películas. Con el tiempo va a salir en una que se va a titular “Scarface”. Con el tiempo va a ser una estrella. A George Raft le gustan los hampones. Una vez le guardó a Dutch Schultz una cacharra. Una vez fue amigo de Owney Madden el Asesino, el príncipe del gang de los Gophers de Hell´s Kitchen. Una vez le detuvo la bofia en Broadway, en una coima de dados de Arnold Rothstein el Barajador. Con el tiempo van a matar a tiros a Dutch Schultz en el retrete del restaurante Chophouse Palace. Con el tiempo Owney Madden el Asesino va a regentar el Cotton Club. Con el tiempo Arnold Rothstein el Barajador va a amañar los partidos de la Serie Mundial de béisbol y le van a pegar un balazo en la barriga en la habitación 349 del Hotel Central Park. Y antes de que todo eso ocurra la patulea italiana se acoda en la barra de seis metros del Harvard Inn, en Coney Island, en una noche de baile de 1917. La patulea italiana lleva el pelo planchado con aceite de oliva y navajas en los calcetines.

Navajazos
El Harvard Inn es propiedad de Frankie Yale, que en realidad se llama Francesco Ioele y es un calabrés de Longobucco. Frankie Yale es uno de los espaguetis que están arruinando Coney Island, que aún es huérfana de noria. Con el tiempo a Frankie Yale le van a dejar hecho un cedazo a tiros de metralleta Thompson en la calle 44. En el Harvard Inn trabaja Alphonse Capone de gorila y de mesero y sus obligaciones son las siguientes, por este orden: primero, zurrar a las putas para que renten; segundo, fregar los platos; tercero, echar a palos a los bolingas. Alphonse Capone es un peleador musculoso que con el tiempo se va a poner mostrenco. Ha estado en el gang de los Five Points y se ha abierto paso cobrando quince dólares por cortar una oreja y veinticinco por dar una mojada de puñal. Alphonse Capone saca conclusiones extraordinarias con notable clarividencia y una de ellas es que no puede echarse del Harvard Inn a sí mismo. Semejante suposición hace que se tome un trago en el trabajo. Alphonse Capone se hace llamar a veces Al Brown. Quizás ya tenga sífilis. Quizás ya intuye que con el tiempo va a ser un emperador. Hoy apenas es nadie y está trompa y puede que tenga sífilis y ve entrar en el Harvard Inn a Frank Galluccio y a una beldad morena con ojos de carbón. La beldad morena con los ojos de carbón es la hermana de Frank Galluccio y su nombre no va a ser recordado. Frank Galluccio maneja industrias misteriosas y tiene un amigo que se llama Albert Altierri que orbita alrededor de Salvatore Lucania, que con el tiempo le van a decir Luciano el Suertudo. Luciano el Suertudo ha estudiado con Alphonse Capone en la escuela pública de la calle Adams, en Brooklyn. Han peleado juntos en las guerras de los Five Points. Alphonse Capone interpreta que la beldad morena con ojos de carbón le mira y la va a requebrar. Lo hace sin gusto, como un patán, le pondera el culo y la ofende. Frank Galluccio se levanta y le zumba un puñetazo y Alphonse Capone lo coge con la jeta. La parroquia levanta porque hay bulla. El matón de la tambarria del Harvard Inn se dispone a pelear. Frank Galluccio saca una navaja de diez centímetros de hoja y le taja tres veces el rostro. Queda el piso regado de sangre. Queda el tablaje desierto de almas. Queda la mejilla izquierda de Alphonse Capone señalada con tres heridas que son: una de diez centímetros que recorre desde la oreja hasta la mandíbula; otra de cinco que le surca la quijada; otra, la más pequeña, debajo de la oreja. Con el tiempo le van a decir a Alphonse Capone el “Scarface”, el Cara Cortada y va a ser un blasón que le avergüenza. Va a decir, con el tiempo, que son heridas que se hizo en la Primera Guerra Mundial, en la que no compareció. Con el tiempo se va a poner pomadas de color carne en las muescas para atenuarlas y va a procurar posar desde la derecha para que no se las retraten. CAPONE

El escenario vuelve a ser la tambarria del Harvard Inn y la época la misma, pero han pasado unos días desde la riña. Se ha echado la persiana y se ha ido la parroquia. Alphonse Capone ha estado exigiendo satisfacción. Frank Galluccio ha hablado con Albert Altierri y Albert Altierri ha hablado con Salvatore Lucania y Salvatore Lucania ha hablado con Frankie Yale y Frankie Yale ha hablado con Alphonse Capone. En la barra de seis metros del Harvard Inn no se acodan los bebedores y en una mesa se dirime el pleito entre paisanos sin que intermedie la ley de los protestantes. Lucania le pide a Capone que repare la ofensa soez a la hermana de Galluccio y le ordena que no desquite represalia prometiéndole, de lo contrario, la muerte. Capone barbecha la navaja para mejor ocasión, aunque es un hombre de rencores duraderos. A partir de hoy le va a recordar el espejo la esgrima feroz de Galluccio. Con el tiempo el espejo  va a olvidar recordarle que es mortal.

Alphonse Capone no sabe aún que se va a ir a Chicago y va a gobernar la ciudad como un zar. Ni sabe que va a iniciar una guerra a muerte con los irlandeses del North Side y que se va a sacar fotos con Jack Dempsey y con Xavier Cugat y con Gabby Hartnett, receptor de los Chicago Cubs, y con el aviador Francesco De Pinedo, el as de Mussolini. Con el tiempo le va a hacer una película Howard Hughes, piloto, millonario y priápico, que se va a llamar “Scarface” y en ella va a salir Paul Muni y George Raft, el bailarín del College Inn de Coney Island. Con el tiempo van a plantar una noria en Coney Island. Con el tiempo George Raft va a perder sus oportunidades y va a acabar dirigiendo el Club Colony en Londres y el gobierno británico le va a expulsar del país por asociarse con miserables. Con el tiempo Howard Hughes se va a volver loco y se va a dejar de cortar las uñas. Y con el tiempo a Alphonse Capone le van a meter en la roca de Alcatraz los contables y va a acabar tirándose excrementos con otro preso porque la sífilis le ha enloquecido y se va a morir completamente idiota. Hoy, en cambio, Capone se toca los tajos y barbecha la navaja para mejor ocasión y acaso intuye que va a ser el gángster más famoso del mundo.

MARTÍN OLMOS

Jazz gris

In Matones y camorristas on 29 de diciembre de 2013 at 20:36

A Jaco Pastorius, el mejor bajista de jazz del mundo, le mató de una paliza el gorila de un garito de Florida

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“El jazz es peligroso”
BORIS VIAN

Los negros tienen swing. Están poseídos por los demonios de la macumba. Tienen hambre. Los blancos tienen el protestantismo y el color de la vainilla. Los negros tienen swing. Son hotentotes caníbales. Son diablos morenos, son perros negros. Los blancos no tienen swing. No saben tocar con furia. Los negros suenan su música con lujuria. El jazz es pecado. El jazz es vudú y gallinas decapitadas. El jazz es un tugurio de putas y humo. Los negros paganos tocan su jazz lujurioso en los conventos mandingas y se comen a los misioneros. Los blancos miran y escuchan. Les fascina su barbarie. Julio Cortázar vio en el teatro de los Campos Elíseos de París a Trummy Young tocando el trombón como si sostuviera en sus brazos a una mujer desnuda y de miel y vio a Arvel Shaw tocando el contrabajo como si sostuviera en sus brazos a una mujer desnuda y de sombra y vio a Crazy Cole cernido sobre la batería como el Marqués de Sade sobre los traseros de ocho mujeres desnudas y fustigadas. A Louis Armstrong le importó media mierda que en aquel teatro de los Campos Elíseos de París pisara Nijinsky con sus zapatillas de ballet. Él tocó con zapatones amarillos. Los negratas observan su sastrería de chulos de putas y se ponen chaquetas rojas y bandas de guepardo en sus sombreros Panamá. Los blancos visten a la calvinista. A Nat King Cole le metieron de hostias los confederados de Alabama pero siempre pareció un negro domesticado. Un puto Tío Tom. Un negro de nariz chiquita, un Sidney Poitier, un Harry Belafonte. Un Obama. Un negrito medio wasp que a tu padre no le importa que le lleves a casa a cenar. Un negro que renunció al canibalismo y a la banda de guepardo en el sombrero Panamá y al orgullo watusi. Nat King Cole acabó cantando “Ansiedad” para que la bailasen al agarrao los blancos pensionados en los hoteles con buffet libre después del aquagym: “Ansiedad, de tenerte en mis brazos, musitando palabras de amoooor”.

La cabeza explosiva
Hay blancos sin domesticar que son zulúes descoloridos y tienen el orgullo watusi intacto. Son mandingas albinos de pelo liso. Jaco Pastorius no tenía las napias chatas. No tenía el pelo del búfalo. No tenía el tono tostado del corcho chamuscado. Jaco Pastorius era blanco y loco y tocaba con furia vehemente. Jaco Pastorius frecuentó a los pecadores y se ponía de cocaína. Se ponía de priva barata. Pasaba de los atenuantes. Nació en 1951 en Pennsylvania. No sabía que Dios le tenía preparada una jugada. Creció en Florida. Le destetaron los caimanes y la Corriente del Golfo. Mamó cumbia y bossa nova. Mamó los sones de los cubanos de Mariel. Empezó a tocar la batería, pero se jodió la muñeca jugando unas canastas y aprendió a tocar el bajo eléctrico por su cuenta, se deshizo de los trastes y acabó tocando en el grupo Weather Report dando volteretas de saltimbanqui por encima del amplificador. Le llamaron “La cabeza explosiva” y le poseyó el diablo de la macumba. Tenía pinta de hippie, greñudo y flaco, encontró el swing y practicó su música febril hecha con nervios a flor de piel. Sacó al bajo eléctrico del rincón del coro y le concedió las frases principales. Nadie sabía que eso se podía hacer. Era Jimmy Hendrix renacido. Se cernió sobre él la catástrofe. Era un genio con pinta de majorette.

El jazz fue puro mientras no le pusieron nombres. Dijo Oscar Wilde que definir es limitar. Limitaron el jazz con nombres y lo hicieron cubista. El jazz fue puro cuando lo hacían los caníbales de la selva. El jazz fue puro cuando lo hacían los apostatas. Robert Leroy Johnson, el Rey del Blues del Delta del Mississippi, vendió su alma al diablo en el cruce de la autopista 61 con la 49 en el condado de Coahoma. El diablo le enseñó a deslizar el cuello de una botella sobre el encordado de su guitarra. En 1938 le apioló un marido cornudo envenenándole el whisky. Charlie Parker era adicto a la heroína y su hija murió de neumonía porque su padre no tenía un chavo para ir a la farmacia. Billie Holiday fue puta de marineros y Thelonious Monk estaba loco de atar. Julio Cortázar pensaba que Thelonious Monk era un oso buscando una colmena. Django Reinhardt era un gitano belga que se llevó el jazz a Europa. Los gitanos tienen duende. Los negros tienen swing. Los blancos miran y escuchan y ponen nombres. Los franchutes pusieron nombres al jazz y lo ordenaron por corrientes. El jazz se puso bebop y cool y funky y fusión y smooth y salió de las iglesias y de los tugurios y se convirtió en una teoría. Se callaron las trompetas de Josué que derribaron los muros de Jericó. El jazz entró en la Sorbona. Los caníbales se hicieron vegetarianos.

Truman Capote dijo que cuando Dios le entrega a uno un don, le da también un látigo para autoflagelarse. Dios le concedió a Jaco Pastorius el don de la música y le pidió a cambio su cordura. Jaco Pastorius se volvió loco. Dijo: “La música es lo único que mantiene al planeta en conjunto”. Era el mejor bajista del mundo y estaba descontrolado. Era imprevisible como un cable pelado sobre un charco. Subía y bajaba como una noria. Le diagnosticaron un cuadro de manía depresiva y le recetaron pastillitas. Le recetaron la magia del hombre blanco. Dios es blanco. Moisés es Charlton Heston. Judas es negro en “Jesucristo Superstar”. Machín cantaba: “…pero nunca te acordaste de pintar un ángel negro”. Dios se la preparó a Jaco Pastorius y le repartió una mano de naipes que no podía combinar JACO PASTORIUSrazonablemente. La medicación le aletargaba y no le dejaba concentrarse para componer. La medicación  le dormía los dedos y no podía tocar a velocidad vertiginosa. ¿Para qué quieres un galgo dormido? En una mano tenía el swing y en la otra la paz y eligió el swing. Pasó de medicarse y se dedicó a la coca, a la priva y a la selva. Se juntó con los desesperados, dormía en la puta calle, mangó un buga y lo puso a cien en una pista de atletismo, le birlaron su guitarra Fender Jazz Bass mientras echaba unas canastas con los negratas y le enchironaron por alborotar. Tenía swing. No tenía paz. No era un galgo dormido. Era un perro con las pupilas dilatadas. Era un perro febril. Estaba a punto de que lo matasen a hostias.

La noche del 11 de septiembre de 1987 en Fort Lauderdale, en Florida. Caimanes y la Corriente del Golfo. Garitos de son cubano. Jaco Pastorius salió a armarla como un espantapájaros con pantalones sucios de pana. Mangaba las propinas. Estaba trompa. Intentó interrumpir un concierto de Carlos Santana y le largaron a patadas. Hizo una ronda de clubes insultando a la parroquia y le sacaron a trompadas. Intentó colarse en el Midnight Bottle Club, un changarro de cuarta, y se lo impidió el portero Luc Havan. Luc Havan tenía el cinturón negro de kárate y era un cachas tumbaborrachos. Luc Havan sacó a Pastorius a la calle y le pegó una paliza en el  callejón. Quedó fetén delante de alguna chavala: mira como le zumbo al drogota. Soy un menda duro que te cagas. Hay que pegarle a alguien una tunda de miedo para que la diñe. Hay que extenuarse dándole leña, negarle la tregua cuando esté en el suelo, despojarse de la compasión y seguir pateando, obviar la sangre, obviar el desmadejo, ignorar la piedad. Luc Havan le rompió a Pastorius toda la cara y el brazo zurdo. Pastorius llegó al hospital con la visión del ojo derecho perdida sin remedio y el tiesto en ruinas. Estuvo nueve días en coma y murió de un derrame cerebral. Al mejor bajista del mundo le mató a hostias un kung-fú de boliche. A Luc Havan le condenaron a cinco años. Cumplió cuatro meses. Alegó que estaba haciendo su trabajo y joder que si lo hizo. Era un gorila macho. Era un empleado ejemplar.

MARTÍN OLMOS

A la pata coja

In Los raros, Matones y camorristas on 22 de diciembre de 2013 at 10:35

Los cojos han dejado una caterva de rebeldes desde Timur el Conquistador hasta Jon Manteca

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“Pata palo es un pirata malo/ que come pulpo crudo/ y bebe agua del mar”
KIKO VENENO

El cojo maldice su suerte negra porque no les puede bailar el cumbé a las muchachas y de tanto calentar el banco en el candombe va macerando un carácter hostil y pendenciero que le hace tomar torcidas las guasas y contestarlas con camorra. Al cojo es mejor prevenirle como a una gripe y hacerle pocas chuflas porque gasta el sentido del humor justito para ir tirando. Al cojo le dicen renco y patachula y le dicen estropiao y su patrón es san Tirso, pero otros dicen que es san Caralampio, que también es el patrón de los borrachos. Los cojos y los borrachos andan ambos renqueando, jugando con los equilibrios, con su particular concepto de la gravedad y su inquietante idiosincrasia. San Caralampio hacía florecer troncos secos y sufrió martirio cuando tenía ciento siete años, lo que son ganas de enredar, porque era cuestión de cinco minutos que la diñase por su cuenta. San Caralampio tiene levantada una ermita en la Isla de la Toja cuyos muros están cubiertos por conchas de vieiras. Al cojo le dicen también Zátopek y le dicen que tiene la pata galana y el cojo, claro, no pesca la ironía y se embravece. El cojo bravo le riñe al que haga falta sin importarle el tamaño y suelta coces con las manos. Al cojo los valentones le menosprecian por falto y luego reciben lo suyo, por listos, porque el cojo es vigoroso y a base de sujetarse al puro pulso en el muletaje saca unos brazos pelotudos que no es saludable menospreciar. Lord Byron era cojo por haber nacido con un tendón contraído en el pie derecho y sin embargo cruzó a nado el estrecho de los Dardanelos y fue un boxeador notable que recibió entrenamiento del campeón John Jackson el Caballero. El Caballero John Jackson venció en 1795 al legendario Dan Mendoza en Hornchurch, Essex, pegándole mordiscos y estirándole del pelo. El cojo, por lo demás, corre más que un mentiroso y no soporta las escaleras, los zapatos italianos y el juego del truquemé y como sale de paseo con un basto va por el mundo predispuesto a pelear. No obstante, el cojo es expansivo e inventador  y tiene ratos de inmensa dicha. Luis Carandell cuenta de un rector de universidad que tenía una pierna de madera y que usaba las chinchetas del tablón de anuncios para sujetarse el calcetín.

Pata de palo
El cojo de mar es el más belicoso y se inclina a la piratería. El cojo de mar se balancea lo mismo a bordo que en tierra firme por razones que no es necesario explicar y se desenvuelve bien en los abordajes. Al corsario francés Francois Le Clerc le llamaban “Jambe de Bois”, el Pata de Palo, porque perdió una pierna peleando a los ingleses en Guernsey, en el Canal de la Mancha. El Pata de Palo saqueó en 1553 Santa Cruz de La Palma y murió en 1563 en las Azores, persiguiendo barcos españoles. El capitán bucanero Cornelius Jol también tenía un jamón de madera y tomó Campeche en compañía del renegado Diego Martín el Mulato en 1633. Al almirante Blas de Lezo le amputaron la pierna izquierda por debajo de la rodilla después de que le acertasen con una bala de cañón en la batalla de Vélez-Málaga en 1704. Dos años después perdió un ojo de un esquirlazo de metralla en la fortaleza de Santa Catalina de Tolón y más tarde se quedó manco del brazo derecho de un tiro de mosquete en Barcelona. A Blas de Lezo, que era de Pasajes, le llamaron el Mediohombre por las piezas que le faltaban, pero los péndulos los tuvo en su sitio cuando mandó de vuelta a su casa al almirante Edward Vernon en Cartagena de Indias. La Armada Inglesa solía reclutar de cocineros de a bordo a los pensionistas del Hospital de Greenwich, que eran generalmente marineros lisiados que, como escribió Ned Ward, fueron sujetos capaces en la última guerra. A los tullidos en batalla en España, que es más desagradecida,  les quedaba mendigar y la sopa boba del convento. En el Barrio de los Embajadores de Madrid, entre Toledo y la Arganzuela, estaba la calle que decían de los Cojos porque en ella se juntaban cinco mutilados que frecuentaban el albergue de San Lorenzo. Contaba Jaime Campmany que dos eran lisiados de la batalla de Lepanto amigos de Cervantes y los otros tres albañiles que se troncharon en la construcción de El Escorial.

Un cojo de monte fue Thomas “Pata de Palo” Smith, que fue un trampero y comerciante de pieles de castor al que le faltaba la pierna derecha que le amputaron después de que los navajos le dispararan en Nuevo México. “Pata de Palo” Smith se dedicó a secuestrar niños apaches para venderlos de peones en las haciendas mejicanas y en 1840 robó una reata de doscientos caballos cerca de la Sierra Nevada, en California. El gangster Dion O´Banion, que le disputó a Capone el negocio de la sed en la Guerra de los Embotelladores de Chicago, era cojo de la zurda porque de pequeño le atropelló un tranvía y el ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, tenía una pierna más corta que la otra porque de niño tuvo osteomielitis. Al último gran conquistador mongol Timur le llamaban el Cojo y Lope de Aguirre el Loco, que se hizo marañón y se rebeló contra Dios y contra el rey, era chepudo, tenía una mano medio quemada por la pólvora y le dejaron cojitranco de dos arcabuzazos en Perú. A Antonio Martín Escudero le dijeron el Cojo de Málaga porque era renco de la derecha, pero en realidad era cacereño. Se hizo anarquista y empezó la guerra del 36 por la revolución pero la acabó por su cuenta y se hizo rico con el estraperlo y extorsionando a los alcaldes de los pueblos de la frontera de los Pirineos. El Cojo de Málaga y sus bandoleros mataron a más de treinta hombres y fueron abatidos en Bellver por un contingente popular. Hubo otro Cojo de Málaga que fue un gitano cantaor del palo de la taranta. Antonio Sánchez el Tato fue un torero sevillano, yerno de Curro Cúchares, al que en 1896, en la plaza de Madrid, el toro Peregrino, de la ganadería de Vicente Martínez, le pegó una cornada fea en la pierna derecha que se le puso más tarde negra de la gangrena y hubo que amputársela. Dicen que se fumó un puro en la operación y su pierna disecada la exhibieron en el escaparate de una farmacia de Madrid.  En 1871 se presentó en la plaza de Badajoz con una prótesis ortopédica pero no pudo lidiar y se sentó en el estribo de la barrera llorando como un chaval y acabó trabajando en el matadero de Sevilla.

Pero el cojo legendario fue el Manteca, que era nihilista y de Mondragón. Jon Manteca nació en 1967 y cuando tenía quince años se subió a un poste eléctrico, recibió una descarga y se la pegó, abriéndose la cabeza y perdiendo la pierna derecha. El Cojo Manteca se hizo vagabundo y punk y se soplaba litronas, dormía al sereno, fumaba tebas de pitillo EL COJO MANTECAtropezón y llevaba una vida de alegre gorrión. Corría la vía en trashumancia, como un perro sin collar y ladraba a la luna y a la autoridad municipal. En 1987 estaba en Madrid, pidiendo duros en la calle de Alcalá, cuando se unió a una manifestación de estudiantes por el puro gusto por la camorra y destrozó con su muleta el reloj del Banco de España, un cartel del metro y una cabina telefónica que se levantaba al lado del Ministerio de Educación. El Cojo Manteca tenía un siete en el melón, una chatarra en la oreja, los ojitos caídos y el hablar perezoso y cuando fue glorioso dijo: “Paso de estudiantes. Lo mío es tirar piedras”. Fue el heredero natural de Long John Silver y le convirtieron en un icono rebelde y a él como que le dio un poco por el saco. Le entrevistó el Loco Quintero inflándole a cubalibres y el maestro Alcántara le dedicó una columna. La fama le trajo pleitos con la pasma y con los pelones del skin, una vez interrumpió un concierto de la Banda Municipal de Bilbao tocándose la huevada y el respetable le quiso tirar a la ría y en Valencia un cura se cagó en su padre y él dos veces en Dios y le detuvieron por escándalo público. Al Cojo Manteca le salió un imitador en Mallorca y murió de sida en Alicante sin llegar a la treintena.

MARTÍN OLMOS

Carnaval americano

In Matones y camorristas on 20 de octubre de 2013 at 21:48

La paliza que le dieron cuatro polis a Rodney King provocó la peor revuelta racial de la historia de Los Ángeles

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“Rodney King era un caníbal curtido en el Congo”
JAMES ELLROY

Pusieron en la tele a los pasmas dándole lo suyo al negrata. Los Ángeles es la ciudad con más horas de televisión diaria per cápita. Andy Warhol dijo: “La inspiración es la televisión”. Dijo: “Me encanta Los Ángeles, todo el mundo es de plástico”. Andy Warhol era de plástico. Dijo: “Todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria”. El negrata Rodney King tuvo ochenta segundos de gloria.

Rodney King: un zulú de la selva, un zángano borrachuzo en libertad condicional. Su madre Odessa predicaba a Jehová. A su padre Ronald le mató la botella. Rodney heredó la dipsomanía de papá. Rodney se dormía en el pupitre. Rodney mangaba  pelucos. Pasaba de Jehová. Se casó dos veces, se divorció dos veces, tuvo tres hijas a las que les dio mal ejemplo. Era un negro con el futuro negro. Con veinticuatro años asaltó la tienda de un coreano en Monterey Park. Le zumbó una paliza con un bate metálico. Le mangó doscientos pavos. Le trincaron y le enchironaron. Le soltaron al año en libertad vigilada. Rodney King: un mandingo más en el barrio de Watts. Estaba a punto de ser una estrella. Noche del 3 de marzo de 1991: Rodney King se enganchó una curda viendo fútbol por la tele. Luego se subió a su coche y entró en la Interestatal 210, la autopista de Foothill, en el Valle de San Fernando. Le pesaba la pierna derecha. Puso el Hyundai a ciento cincuenta. Era una bala. Iba trompa y de fenciclidina, que le dicen PCP,  que le dicen el  Polvo del Ángel, que es un anestésico disociativo. Su percepción del conjunto se hizo añicos independientes. Cada añico iba a su rollo. El centro neurálgico de Los Ángeles es la autopista. Jean-Paul Sartre dijo que Los Ángeles es como un gusano al que le puedes cortar un trozo sin que esto suponga una mutilación del cuerpo orgánico de la ciudad. A las 12,30 los oficiales Tim y Melanie Singer interceptaron a Rodney King conduciendo como un orate. Dieron el aviso y le persiguieron. El negrata no aflojó. Le pesaba la pierna derecha. Puso el buga a ciento ochenta. Puso en común sus añicos para conjugar sus posibilidades: era un masai del Watts,  no quería volver al talego, estaba en libertad RODNEY KINGcondicional, vapuleó a un limón por doscientos pavos, tenía antecedentes por conducir trompa. Se le bajó el vacilón.  Se saltó los semáforos. Se metió en calles residenciales. Al mandinga le persiguieron los negreros. Se le pegó al culo un desfile de coches de la bofia y le sobrevoló un helicóptero. Parecía el Espíritu Santo. Rodney King pasaba de Jehová. No vio la metáfora. Le trincaron en la esquina del boulevard Foothill con la calle Osborne. Se le acercaron cinco polis. Eran rostros pálidos. Eran bwanas blancos.  Rodney King se resistió al arresto. Los polis dijeron que les intentó arrebatar una cacharra. Los polis le tiraron al suelo y le esposaron usando la técnica del enjambre, que es echarse en montón sobre el cuerpo rompiéndole las costillas. Luego le administraron ochenta segundos de repaso y le rompieron el pómulo, la mandíbula y la pierna derecha. Le zurraron cincuenta y cinco porrazos. Le dijeron: “Vamos a matarte, negro”. Le redujeron a escoria negra y roja.

George Holliday: un blanco nacido en Argentina que tenía el sueño ligero. Tenía un balcón. Tenía una cámara de vídeo. Tenía una empresa de fontanería. Compró la cámara para vigilar que sus plomeros no se tocaran la balota en horas de tajo. Su balcón daba al boulevard Foothill con Osborne. Le despertaron las sirenas. Grabó la paliza al negrata. Ochenta segundos de cinéma verité. A la mañana siguiente fue a la Central de Policía de Los Ángeles, les enseñó la cinta y pidió explicaciones. Los pasmas le mandaron a paseo. Vendió la película a la cadena de televisión KTLA por quinientos pavos. Los directivos de la KTLA pensaron que les había caído el gordo.

5 de marzo de 1991: América desayunó chococopos de avena y la paliza a Kunta Kinte.

Latasha Harlins y Soon Ja Du: chocolate y limón. Latasha Harlins tenía quince años, como mi amor, era negra, era del guetto, era dura. Latasha mangaba menudencias. Soon Ja Du, coreana de cincuenta años, pensaba que el Sueño Americano era atender su tienda veinticuatro horas al día. Estaba harta de que le mangasen los chicles.  16 de marzo de 1991: Latasha Harlins le birló a la china una botella de zumo de naranja. Soon Ja Du la enganchó de la sudadera. Latasha le zumbó cuatro puñetazos en la jeta. Soon Ja Du le tiró un taburete. Falló. Cogió un revólver del mostrador y disparó. No falló. Le acertó en la nuca y la mató en el acto. La soltaron en libertad condicional por atenuante de defensa propia.

Los negros maceraron su odio durante un año. Lo cocinaron a fuego lento, como en los tebeos cocían al misionero. En Los Ángeles se hablan ciento cuatro idiomas. Es un anuncio de Benetton a punto de explotar. El Watts zulú proporciona un tercio de los asesinatos de la ciudad. Los coreanos habían copado las tiendas de ultramarinos. Los cholos trabajaban en el doméstico porque eran más baratos. Los negros pasaban crack. Los blancos no supieron interpretar los tambores de la selva. Los negros guisaron un caldo con el rencor.

Interludio cómico. 1 de abril de 1991: una menda acusó a Ronald Reagan de haberla violado. Vendrán mejores tiempos con la pistola de Bill Clinton.

Rebelión en Babel
Un año después. 29 de abril de 1992: un jurado de blancos absolvió a los polis Theodore Briseno, Lawrence Powell, Timothy Wind y Stacy Koon por la paliza a Rodney King. El alcalde de Los Ángeles Tom Bradley era negro y dijo: “El veredicto nunca nos hará cerrar los ojos ante lo que vimos en aquella cinta de vídeo”. El presidente George Bush padre dijo: “El sistema del jurado ha funcionado. Ahora hace falta calma y respeto por la ley”. Babel estalló. Salió la horda watusi por Rodney y por Latasha. Los coreanos se atrincheraron en sus tiendas de licores. Los coreanos se llevaron la peor parte. Algunas tiendas amanecieron con la pintada “Propietario Negro”. Las demás fueron saqueadas. Las partidas de caza se llevaron las teles y las zapatillas Nike. Los helicópteros de la poli filmaron a los negros zurrándole una paliza a Reginald Denny, un camionero blanco y rubio. Le sacaron de la cabina y le patearon. Le rompieron un ladrillo en la cabeza. Un hechicero vestido de hip hop bailaba alrededor. Al guatemalteco Fidel López le abrieron la crisma con una radio de coche, le mangaron dos mil dólares, le intentaron cortar una oreja y le pintaron los huevos de negro con un spray. Todo salió por la tele con sus intermedios comerciales. Los Ángeles Lakers suspendieron el partido contra los Portland Blazers. Los disturbios duraron seis días y dejaron un inventario de: sesenta personas muertas, cien edificios destruidos, dos mil heridos, tres mil incendios, una llamada a los bomberos por minuto, el barrio coreano demolido y un millar de tiendas saqueadas. 500 millones de dólares de pérdidas. Se acusó a las autoridades de aislar el Watts y Los Ángeles Sur y dejar a las tribus a su albur. Cortaron un trozo del gusano de Sartre. La política de los manicomios victorianos: agrupar en una celda a los locos peligrosos para que se maten y acabar con el que queda en pie. Los Creeps, la banda negra más numerosa de la ciudad, aprovechó el río revuelto para zanjar las cuentas. Se declaró el estado de emergencia. Soltaron a los marines. Rodney King salió por la tele después de desayunar una tortilla de benzodiazepinas. Dijo: “¿No podríamos llevarnos bien?”. La frase apareció en la portada de Time. Rodney King apaciguó a la selva. Era el Mesías. Meses después le trincaron en faena con un travesti.

1993: expiación. Revisaron el caso de Rodney King y le indemnizaron con tres millones de dólares. Sus abogados se llevaron la mitad. Les demandó. Perdió. Metieron a dos pasmas en el trullo. Rodney el Mártir se gastó el resto en promocionar grupos de rap. Se arruinó. Volvió a la selva: le detuvieron por zurrar a su novia y por conducir chutado. Tiró por el sumidero su simbología. El Mesías era un curdas. No dio la talla de Rosa Parks. 17 de junio de 2002: Rodney el Curdas se tiró a una piscina en el Rialto puesto de una mezcla de PCP, marihuana y priva que le provocó una arritmia cardiaca y se ahogó sin completar su redención.

MARTÍN OLMOS

Matones de alquiler

In Matones y camorristas on 1 de febrero de 2013 at 0:05

Detrás del rótulo de un ojo que nunca dormía se escondía una banda de rompehuelgas que no habían ganado un dólar honrado en su vida

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“La gente de Pinkerton estableció que en Estados Unidos la propiedad privada estaba por encima de la justicia”.
ENRIC GONZALEZ. Periodista.

Raymond Chandler dijo que Dashiell Hammett extrajo el crimen del jarrón veneciano y lo depositó en el callejón, que era su lugar natural, devolviéndoselo al tipo de personas que lo cultivan por algún motivo y no por el solo hecho de proporcionar una trama. Hasta entonces, en las novelas policíacas, limpiaban el forro al vicario dentro de una habitación cerrada por dentro y un detective tirando a diletante, que consumía rape y coleccionaba mariposas, descubría que el asesino era el mayordomo, que era manco de la mano izquierda, zurdo y adorador de la diosa Kali. Los detectives de Hammett, en cambio, no consumían rape, pero nunca le decían que no a un trago,  ni a una chavala fácil,  ni a un dólar más fácil todavía, y vestían ternos de cuatro gordas, no eran unas lumbreras y tenían poco porvenir. Hammett les había conocido a todos, en los vagones de tercera y en los tugurios donde se juntaban los vagos, en las pensiones de sábanas con duda y en las calles ingratas de Baltimore y de San Francisco. Y en las minas de carbón. Cuando era joven y era despierto trabajó en la agencia de detectives más importante del país, la que fundó Allan Pinkerton, un tonelero escocés que tuvo la suerte de cara, cierto relajo moral y talento para hacerse propaganda a sí mismo. Los Pinkerton salvaron a Abraham Lincoln y persiguieron a la banda de  Jesse James, le complicaron la vida a Butch Cassidy y  colgaron de un árbol a Tom Horn, y su imagen corporativa era un ojo bien abierto sobre la leyenda “We never sleep”. Los Pinkerton disparaban primero y preguntaban después y eran virtuosos en el manejo de la estaca y el calcetín lleno de perdigones, de la manopla de acero y del tiro en la rótula, y de las partidas jugadas con tres o cuatro barajas. Generalmente marcadas.  Cuando Hammett fue detective vio pocas lupas y a ningún coleccionista de mariposas, y mucho menos a un vicario dentro de una habitación cerrada,  y sin embargo conoció a una caterva de matones, chulos y revientahuelgas que le enseñaron a dormir con el traje puesto, a sacarse tragos de gorra y a ponerse importantes con las chicas del farol. También le enseñaron lo fácil que era meter el miedo en el cuerpo a un hombre derrotado y a quitarse, en cambio,  el sombrero delante del tipo de la cartera y reírle los chistes, aunque tuvieran maldita la gracia.

Allan Pinkerton nació en Glasgow en 1819, su padre era poli pero él prefirió aprender el oficio de tonelero y jugar a la política. Le puso tanto entusiasmo a pedir en la calle reformas sociales que cuando se quiso dar cuenta tenía más enemigos que porvenir, deudas que ningún hombre honrado podía pagar y un horizonte de sombra, camisa de rayas y pan duro, así que se gastó su último penique en el pasaje del primer barco que encontró con la proa mirando a América. Llegó a Dundee, Illinois, con el bolsillo yermo y ningún amigo y se cobró otra ración de mala suerte, no encontró trabajo y la iglesia puritana le puso cartel de ateo. Una tarde que buscaba leña se dio de bruces con una pandilla de cuatreros, dio el aviso y fueron detenidos. Fue puro azar, como pisar una boñiga o cortar una baraja por el as, pero Pinkerton disfrazó la casualidad con tantos adornos novelescos que le nombraron sheriff y ALLAN PINKERTONescribió en sus memorias que aquella peripecia le “hizo tomar conciencia de las dotes excepcionales que poseía como detective”. Mark Twain recomendaba conocer primero los hechos y luego distorsionarlos al gusto, y Pinkerton lo hizo tan bien que llegó a jefe de la policía de Chicago, en donde había tres pasmas manchados por cada uno medio honrado. Logró depurar el departamento y con el prestigio inflado se puso por su cuenta, fundó la Pinkerton National Detective Agency y, durante la guerra de Secesión, la suerte le volvió a visitar y mientras les andaba detrás a unos falsificadores de moneda descubrió una conjura para asesinar a Lincoln. Aquello convirtió al gran detective de la flor en el trasero en un héroe nacional y le abrió las puertas de las reuniones con jerez y puros decentes. Lincoln le encomendó misiones de espionaje detrás de las líneas confederadas y Pinkerton comprendió la conveniencia de trabajar siempre para los que tenían la cartera mejor comida, que era más rentable que pasarse las noches en vela intentando pescar a un robagallinas y cobrar la minuta en mazorcas de maíz. A Lincoln le asesinó John Wilkes Booth, que era un actor de dramas shakesperianos, pero para entonces Pinkerton ya tomaba coñac con los barones del ferrocarril y los presidentes de los bancos  y su agencia se convirtió en un ejército privado de alquiler que reclutaba matones sin arraigo y ganas de repartir leña. En sus mejores tiempos llegó a tener más hombres en nómina que el ejército regular de la Unión  y en el estado de Ohio fueron declarados ilegales ante el temor de que se convirtieran en una milicia particular. Los Pinkerton actuaban como una guerrilla con patente de corso, extendían a su antojo “laissez-passers”, prometían recompensas que no se sentían obligados a satisfacer y administraban la ley de la corbata de cáñamo en el primer árbol que les cogía a mano. A veces les salía gratis y a veces no. Cuando la banda de Jesse James se convirtió en el dolor de cabeza del ferrocarril, los Pinkerton tiraron una bomba en la granja familiar del forajido y mataron a su hermanastro, menor de edad y retrasado mental, y dejaron manca a su madre. James buscó a los responsables y los ejecutó a tiros junto al maquinista que los había traído.

Cuando Allan Pinkerton  firmó sus memorias, que le escribieron otros cuyos nombres no han perdurado, sus ambiciones reformistas de la juventud, cuando andaba a pedradas en las calles de Glasgow para conseguir el sufragio universal, le habían quedado tan lejos como la misa del domingo a un pecador. Murió en 1884. Se cayó en la calle y se mordió la lengua. A los maldicientes se les recomienda no hacerlo porque se envenenan, pero a la muerte de Pinkerton no hay que buscarle la metáfora, lo que pasó es que su higiene bucal era un asco y la herida derivó en una gangrena que le mandó al agujero.

Dashiell Hammett empezó a trabajar en la Pinkerton en 1915, era un chico flaco, listillo y le gustaba ir hecho un pincel. Se movía como una rana en una charca en las tiradas de dados del callejón y en las noches de copas, en el universo machote de los tíos de EL OJO DE PINKERTONuna pieza. Durante su ejercicio pescó la gonorrea, le abrieron la cabeza con un ladrillo y conoció a un tipo que robó una noria. En 1917, en Butte, Montana, le ofrecieron 5.000 dólares por asesinar a Frank Little, el cabecilla sindical de las minas Anaconda, que había desatado una huelga. Hammett les mandó al diablo. Cultivaba la ética canalla del chico que ha visto cómo le salía la barba en la calle y no se engañaba sobre qué posición ocupaba en la cadena alimenticia. Otros Pinkerton no tuvieron tantos remilgos y Frank Little apareció colgado del puente del ferrocarril, castrado y con un mensaje de aviso para los huelguistas prendido con alfileres de sus calzoncillos ensangrentados. Y los mineros volvieron al túnel. Hammett abandonó la agencia en 1921 y no volvió a conducir un coche ni a empuñar una pistola. Las novelas le hicieron rico pero la tuberculosis y el gobierno le arruinaron. Años más tarde, Gidé le puso a la altura de Hemingway. Y más tarde aún, en 1999,  a la Pinkerton la absorbió la empresa sueca Securitas AB, que instala alarmas domésticas en los chaleses de las afueras.

MARTÍN OLMOS