Amañar partidos no es de hoy y ya lo hicieron los Medias Blancas de Chicago en 1919
“El béisbol es un amor”
BRYANT GUMBEL, PERIODISTA DEPORTIVO
A Borges le parecía el fútbol una forma de tedio y a Camus, sin embargo, le enseñó todo lo que sabía acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres. Camus fue portero del Racing Universitario de Argel y le retiró la tuberculosis. Borges, como era misántropo, prefería los juegos solitarios como el ajedrez y no los deportes masivos “como el fútbol y el cóctel”. Vázquez Montalbán dijo que el fútbol era la religión diseñada en el siglo veinte más extendida del planeta y Baldomero Fernández Moreno, poeta y médico rural, escribió: “algo vuela hacia el sol y no se sabe si es la pelota o si es la misma tierra”. El fútbol ha dado al mundo pensadores ilustres como Vujadin Boskov, que pronunció tres sentencias incontestables que fueron: una, el fútbol es el fútbol. Dos, penalti es cuando el árbitro lo pita. Tres, el fútbol es imprevisible porque todos los partidos empiezan cero a cero. Lo de que no hay rival pequeño lo dijo más bien Goliath. Otro filósofo empirista fue un jugador de la selección chilena al que pescaron en una casa de putas la noche antes de un partido y dijo: “Vimos unas luces rojas, creíamos que pasaba algo y por eso entramos”. Pelé no desaprobaba, en cambio, lavar el periscopio antes de un partido ni después, pero aconsejaba guardar la vigilia durante el descanso. Sartre dijo que en el fútbol todo se complica por la presencia del rival, lo mismo que podría haber dicho Napoleón sobre la guerra y usted en una reunión de vecinos. Puestos a tener ideas insensatas y, sin embargo, difundirlas, al barón Pierre de Coubertin se le atribuye erróneamente el camelo manso (que en realidad es del obispo episcopaliano Ethelbert Talbot) de que lo importante no es ganar, sino participar, lo que no diría Napoleón sobre la guerra ni usted en la reunión de la comunidad y como vive en el primero no piensa pagar la derrama del ascensor porque al del quinto le hayan amputado las dos piernas. Para palmar uno no sale de casa, que ya decía Aragonés que del segundo no se acuerda nadie, y las derrotas hermosas se las inventan los poetas viendo el partido en diferido: los lanceros de la Brigada Ligera no cargaron contra la artillería rusa para que Tennyson les hiciese un poema, sino que Tennyson después le hizo un arreglo bonito a la zurra que se llevaron.
Batear al revés
El fútbol sirve para vender periódicos y bufandas de punto y el de ahora no es leñero y macho como el que jugaban antes tíos como de cuadro de Aurelio Arteta, con alpargatas, botijo y un pañuelo de nudos en la mollera. Los futbolistas de ahora se podan el entrecejo y salen en anuncios de champuses, que ya no les huelen ni los pies, y cuando les rozan una taba se ponen jeremías que parece que se les ha caído encima un piano. Pero se besan el escudo con mucho sentimiento y salen a ganar los partidos por lo fullero o por lo mercantil y, como están en la onda, quieren su temporadita en el trullo, como la Pantoja, que es lo que se lleva ahora. Están a un paso de la trena dieciocho jugadores del Zaragoza y del Levante por amañar un partido el 21 de mayo de 2011 y propiciar el resultado que mantuvo al primer equipo en la primera división y así seguir saliendo en los cromos. Los que controlan el pasto nos dicen a los que no vemos más lejos de las quinielas que no son raros los arreglos futboleros por lo de las apuestas en el internet. Las apuestas en la mesa son como lo que decía el Marqués de Sade del adulterio, que eleva el precio del placer, y sin ellas te queda una brisca de viejitas con puestas de garbanzos. Porque el fútbol será muy pasional, pero si le aplicas el candado italiano te queda hora y media sin un puerco gol y a ver quien se merienda ese plan para un domingo por la tarde. Por eso el fútbol no acaba de contagiar en la índole expansiva de los norteamericanos, que quieren marcadores copiosos, ruido y majorettes, y allá el pasatiempo nacional es el béisbol, que aquí nunca hemos entendido del todo y nos parece el juego de la piñata. El béisbol se manchó desde joven y no esperó al internet para amañar las apuestas. En 1919 ocho jugadores de los Medias Blancas de Chicago vendieron la final de la temporada palmando intencionadamente contra los Rojos de Cincinnati para cobrar las apuestas que llevaban a favor.
El propietario de los Medias Blancas era Charlie Comiskey, que le decían el Patricio Romano, y era tan tacaño que firmó una cláusula con el lanzador Eddie Cicotte por la que se comprometía a pagarle una prima de diez mil dólares si ganaba treinta juegos y cuando llevaba ganados veintinueve le puso a chupar el banquillo hasta el final de la temporada. Las ocho estrellas de los White Sox pensaban que cobraban poco y acordaron palmar la final de las series mundiales de 1919 en las que llevaban las apuestas a favor en connivencia con los corredores fulleros del callejón. Los ocho fueron el propio Cicotte, Joe Jackson el Descalzo, Arnold Gandil, Buck Weaver, Oscar Felsch el Contento, Fred McMullin, el Zurdo Claude Williams y Charlie Risberg el Sueco. Cualquiera que sospechase que una pelota era redonda y estuviese en su sano juicio iba a apostar a favor de los Medias Blancas porque los Rojos iban al sacrificio, con lo que poner la pasta en el lado contrario multiplicaría la ganancia si se producía un resultado sorprendente. En cualquier caso, los asertos del librepensador Vujadin Boskov eran aplicables al béisbol, lo que le convertía en un juego imprevisible porque todos los partidos empezaban cero a cero. Arnold Gandil, primera base del equipo, que le decían el Pollo, frecuentaba coimas de trastienda y se puso en contacto con los fulleros Joe “Sport” Sullivan y Arnold Rothstein el Barajador para apostar en el nombre de los jugadores pronósticos en contra. A Arnold Rothstein el Barajador le decían también el Cerebro y el Financiador, era judío, hermano de un rabino y compadre de timbas de George Raft, el gángster de las películas. Rothstein tenía seis o siete manos zurdas y jugaba al billar, al póquer y a los caballos y Scott Fitzgerald le usó de modelo para el personaje de Meyer Wolfsheim de “El Gran Gatsby”. Era el padrino del pistolero “Piernas” Diamond y amigo del Suertudo Charles Luciano y decían que se había mezclado en el asesinato de Joey Noel, un bribón protegido del contrabandista Schultz el Holandés, un tío nervioso y tan imprevisible como un escorpión dentro de un calcetín. Los periodistas deportivos escucharon tambores en la jungla y advirtieron que algo se estaba cociendo. Prometieron ponerle mil ojos al partido y analizar cada lanzamiento marrado. Los ocho apostaron contra ellos mismos, quizá porque eran humildes, Rothstein le pagó casi cien verdes al Pollo Gandil y los Medias Blancas palmaron un partido de ganga. Al año siguiente les juzgaron por marrulleros pero salieron absueltos, pero independientemente al veredicto, les expulsaron de por vida de las ligas mayores. Los Medias Blancas, sin sus ocho campeones, se hundieron en la medianía y no volvieron a ganar un campeonato hasta 1959. Los ocho vivieron hasta la senectud en una jubilación prematura y los bolsillos llenos, pero a Rothstein el Barajador le mataron de un tiro en la barriga en la habitación 349 del hotel Central Park de Nueva York en 1928. Se había mezclado en una timba de póquer de tres días organizada por George McManus (que tenía un hermano cura) con los notorios burlangas Joe “Black Jack” Bernstein, el Gran Titanic Thompson y Nate Raymond el Negro, que entre los tres juntaban unas cuarenta manos izquierdas. Rothstein palmó cerca de cuatrocientos mil pavos porque le repartieron con trampas y se negó a pagar y el matón de McManus, Hyman Byller, borrachuzo notable y quisquilloso, le retiró de la mesa de un tiro en el bajo vientre. Para entonces ya llamaban a los Medias Blancas los Medias Negras, pero no por el escándalo de la final apañada sino porque el roñoso de Comiskey no les pagaba la lavandería y sacaban las polainas al campo echas un cristo de pura mierda.
MARTIN OLMOS