Elfego Baca salió de una pieza del tiroteo más desigual de la frontera del suroeste.
“La valentía de Elfego Baca inculcó esperanza a los nuevos mexicanos nativos que sostenían las leyes de la tierra y se negaron a sucumbir a las injusticias raciales”
BILL RICHARDSON III. 30º gobernador de Nuevo Mexico.
No tenía veinte años cuando el manito Elfego Baca arrugó él solo a ochenta vaqueros gringos, jornaleros del ranchero John Masacre, que le sitiaron día y medio en un jacal y le dispararon cuatro mil veces. Treinta y seis horas le estuvieron pegando tiros y le tiraron teas de trapos empapados de queroseno para meterle candela y el manito Elfego Baca los afrontó con dos revólveres de los que llamaban en la frontera “six gun” y los ochenta matones se retiraron cuando se quedaron sin munición recogiendo cuatro muertos y ocho mancos. A la batalla la dijeron el Tiroteo de Frisco y se libró desde el día primero de diciembre de 1884 hasta la mañana siguiente en la casa de barro de Gerónimo Armijo, en Lower San Francisco Plaza, que hoy se llama Reserva, en el condado de Catron, en Nuevo México, cerca de la desembocadura del río Tularosa. En la pelea desigual al manito Elfego Baca le respaldó la razón, la virgen de Doña Ana, un desnivel en el suelo y los dos cojones que gastaba, que le venían de padre. Los mejicanos de la comarca le dieron aliento gritándole vivas desde una loma, viendo al paisano corajearle al gringo con desahogo. A los mejicanos de la comarca les bailaban a tiros los vaqueros de John Masacre cuando se la enganchaban bebiéndose mal la paga y hacía bien poco que habían capado a uno en la taberna de Bill Milligan y a otro le lacearon a un poste y le hicieron puntería acertándole de milagro en el sombrero.
La madre de Elfego Baca se llamaba Juana María y fue pionera en la práctica del béisbol femenino y la parienda le cogió en mitad de un partido, por lo que el niño salió nervioso el diez de febrero de 1865 en Socorro, recién se acababa el yermo desolado de la Jornada del Muerto, cien kilómetros al sur de Albuquerque, en Nuevo México. Le hicieron el destete en español, pero aprendió el inglés en Topeka, en Kansas, en la escuela de los gringos y regresó al sur con quince años cuando su padre, un hombrón bravo llamado Francisco, sentó plaza de alguacil en la aldea de Belén, al lado de Socorro, y la conservó hasta que mató a dos vaqueros tejanos que armaron pelea y le dieron presidio. Elfego Baca trepó al techo de la prisión y sacó a su padre por un butrón, le procuró un penco y el viejo escapó a San Elizario, en el condado de El Paso. Se le murió la vieja tempranamente y, con el padre en el clandestino, se quedó solo en la vida y se tuvo que buscar la industria de mancebo de mostrador en una tienda de clavos, con mandil y sin gloria, y recién cumplió los dieciocho se hizo legislador por su fuero. Robó dos revólveres Colt del cuarenta y cinco, se colgó una estrella que compró por correo y se autoproclamó auxiliar del sheriff de Frisco Plaza Pedro Sarracino. Como andaban medio mancos de ley en la desembocadura del Tularosa, nadie demoró una hora en cuestionar la irregularidad.
Andaba muriendo octubre de 1884 y los vaqueros del ranchero John Masacre regresaron al social después de llanear la pradera cercando vacas, casi todos eran tejanos que practicaban la sed congénita y el desprecio al español. Los manos estaban hechos a la resignación de que los jodieran los gringos rubios y los vaqueros levantaron las faldas a las chamacas, tiraron salvas y se entretuvieron disparando a los pies de los cholos para obligarles a bailar. Los tejanos disparaban riesgosamente y sin moderación, como si regalasen la pólvora negra, y como veían de más por la bebienda, lo mismo acertaban a la pata buena y dejaban desgraciados. La comarca de Frisco hacía de asueto de los vaqueros y levantaba, siendo nada más que un chaparral, sus sendas docenas de cantinas y casas de putas. En la taberna de Bill Milligan empezó a disparar a la concurrencia el vaquero Charlie McCarty, de la marca de John Masacre, y Elfego Baca le reprimió de un culatazo, lo tumbó y se lo llevó preso a una casa de adobe que hacía de jaula con la intención de trasladarlo más adelante a Socorro para ponerle delante de un tribunal. Los compadres de McCarty fueron a recuperarlo y a arrugar al cholo Baca por hablarles alto y el capataz del rancho de Tom Masacre, que se llamaba Young Parham, le exigió al preso o de lo contrario le prometió la muerte. Baca le contestó que a la cuenta de tres habría plomo y Young le dijo que no conocía a ningún grasiento mejicano que fuese capaz de rendir una cuenta tan larga. Elfego Baca cumplió y contó hasta tres sin comas, en lo que se tarda en contar nomás hasta uno y medio, y dado el plazo le pegó un tiro a un vaquero en la rodilla al que dejó renco para el porvenir y otro al caballo de Young Parham, que se encabritó y cayó ancas abajo aplastando a su jinete, que la diñó. La curda revoltosa de McCarty iba saliendo por el saldo de un cojo y un difunto, con lo que se hizo parlamento y Elfego Baca consintió en entregar al preso para que le juzgaran a la mañana siguiente en un tribunal improvisado en la tasca de Bill Milligan. Sentaron a McCarty sobre un tonel, le dieron un trago y el juez de paz Ted White le impuso una multa de cinco dólares y le dejó libre.
Cuatro mil balas
Se extendieron los rumores de que la hazaña valerosa de Elfego Baca exacerbó a los mejisos de los alrededores del río Gila y los vaqueros de Tom Masacre le juraron el escarmiento. El primero de diciembre le fueron a buscar para juzgarle por la muerte de Young Parham y Elfego Baca se acantonó en la cobijera de su paisano Gerónimo Armijo, que era una construcción que los cholos llamaban jacal y estaba hecha sobre un esqueleto de palos de cedro clavados a la tierra cubiertos por adobe de deslizamiento, barro y techo de bosta. El primer valiente fue un soguero de nombre Billy Hearne al que Baca finó de un tiro en el estómago y todos los amarravacas de la comarca se sumaron a la lincha hasta formar un pelotón de ochenta hombres armados con rifles Winchester del 44.40 y escopetas de cazar búfalos. Baca llevaba dos cintos con fundas de tipo Buscadero en las que colgaba sus dos revólveres del cuarenta y cinco. Cada cinto cargaba treinta y cinco balas, que hacían setenta, más las doce de ambos hierros cebados. La vaquerada extendió mantas entre otros jacales para cubrirse los movimientos y descargaron la fusilería durante treinta y seis horas, contando la tregua nocturna, gastando cuatro mil balas que dejaron en cedazo el refugio de Elfego Baca. El piso del jacal de Gerónimo Armijo cavaba en el suelo su buen medio metro, lo que le colocaba por debajo de la línea de tierra, y desde allí Baca replicó el fuego abundante matando a cuatro y mancando a ocho. Los tejanos dispararon calculando la altura de un hombre sin contar el accidente y marraron la diana. Intentaron pegar fuego al jacal tirando sobre el techo trapos mojados de queroseno pero la bosta húmeda los apagó. Un bravo usó de escudo la tapa de una estufa y avanzó en carga hasta que Baca le tumbó de un balazo en la frente. Al amanecer del día siguiente, el jacal era osamenta de palos de cedro y humo y Elfego Baca se dejó ver cocinándose unas tortas de maíz al lado de una imagen de yeso intacta de Nuestra Señora de Doña Ana. Los tejanos le gastaron las últimas cargas hasta quedarse secos y no le atinaron ni a la virgen ni al chicano y tuvieron que traer desde Socorro a un diputado republicano de apellido Ross a rendir a Elfego Baca. Consintió el manito Baca a condición de conservar sus dos colts y pasó cuatro meses a la sombra esperando el juicio, del que salió absuelto al presentarse como prueba de la desigualdad del lance la puerta del jacal de Armijo que ventilaba cuatrocientos agujeros y un palo de escoba del grosor de un pulgar que había cogido, sin embargo, ocho tiros. Elfego Baca salió de la cárcel recién cumplidos los veinte con la determinación de, en adelante, llevar vida de más sosiego y fue abogado ventajista, mal marido, cazador del bandido José Chávez el Mestizo, político arribista y portero del burdel Tivoli de Ciudad Juárez. Le robó un revólver a Pancho Villa, mató de dos tiros en el corazón a su rival Celestino Otero en una calle de El Paso en 1915 y cuando cumplió los ochenta años se dejó atropellar por un coche en Albuquerque.
MARTÍN OLMOS