MARTÍN OLMOS MEDINA

Archive for the ‘La Cosa Nostra’ Category

Auge y caída de Tony Spilotro

In La Cosa Nostra on 9 de marzo de 2014 at 21:04

A la Hormiga Spilotro le interpretó Joe Pesci en “Casino” sin tener que exagerar mucho

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“Tony Spilotro es un pedazo de mierda sin clase y con muchas agallas que hay que arrancarle”
JOE BONANNO. Alias Joe Bananas

Tony Spilotro. Alias la Hormiga. Un puto enano cabrón. Poco más de metro y medio de mala leche pura y genuina. Pelotas grávidas. Un desconocimiento absoluto del miedo. Brillo paranoico en los ojos. Violencia penetral. Cierto exhibicionismo de macarra de billar. Ni un atisbo de compasión. Un menda duro que te cagas. Medio tío de una pieza. No obstante, admiraba el valor de sus semejantes. Ejemplo: Billy McCarthy y Jimmy Miraglia, dos atracadores de gasolineras, montaron una bronca con los hermanos Philly y Ronnie Scalvo y los  mataron a tiros. La Organización de Chicago no había autorizado la ejecución. A la Organización no le gustaba que alguien se soltase un cuesco sin su consentimiento.  Los hermanos Scalvo orbitaban en el ámbito de la Organización. La Organización sabía que Billy McCarthy estaba en el ajo. La Organización le encargó el mandao a Spilotro. Spilotro era un novicio que pedía vía. Había andado a cuchilladas con los negros en la avenida Ogden. Se apostaba cinco pavos con los gachós más grandes a que no le podían tumbar a puñetazos. Tenía hambre de demostrar que era un tío. Spilotro pescó a McCarthy en el Chicken House de Chicago. Spilotro y dos mendas más llevaron a McCarthy a un taller. Los mendas eran Phil Alderisio y Chuckie Nicoletti. En el taller le dieron martirio. Le zurraron una paliza y le provocaron meadas de sangre a patadas. Le preguntaron quién le acompañó en el tiroteo de los Scalvo. McCarthy no dijo ni pío. Le clavaron un punzón de hielo en los testículos. McCarthy no dijo ni pío. Spilotro le metió la cabeza en un torno de banco. Atornilló la quijada movible hasta que los ojos se le saltaron de las órbitas como dos corchos de champán. Plop, plop. McCarthy cantó. Qué remedio. Les dijo el nombre de su compinche. Spilotro dijo: qué cojones los de Chuckie Nicoletti, cuando se le salieron los ojos a Billy no dejó de comer pasta. A Billy McCarthy y a Jimmy Miraglia les encontraron fiambres una semana después dentro del maletero de un buga. Eran los setenta. Se separaron los Beatles. La Hormiga empezó a medrar. Tony Spilotro era vesánico y brutal como un perro con rabia. Dios le creó para la jungla.

Picahielos
Tony Spilotro recogió la vendimia de mérito por lo de McCarthy y Miraglia. La mafia le era consustancial. Su padre Pasquale era un espagueti de Puglia. Regentaba el Patsy´s en la esquina de Ogden con Grant. El Patsy´s: especialidad en albóndigas. Parroquia: Tony Accardo, alias el Gran Atún; Sam Giancana, alias Sam el Cigarro; Joseph Aiuppa, alias Joey el Palomas; Paul Ricca, alias el Camarero. Barandas de Chicago. Los que cortaban la tajada. Firmaban sentencias de muerte en el aparcamiento. Tony Spilotro empezó a trabajar para la Organización mandando una banda de chorizos. Tony Spilotro tenía juicio para los diamantes. Se asoció con Sam DeEstefano el Loco, la fuerza de choque de Sam Giancana. El hambre y las ganas de comer. Algunas consideraciones sobre Sam el Loco: 1969, un menda llamado Peter Capelleti le intentó apiolar. Sam el Loco le secuestró, le ató a un radiador y le torturó con un picahielos durante tres días. Después obligó a su familia a mearle encima. Le remató a tiros. Sam el Loco comparecía en los juzgados en pijama y gritando a través de un megáfono. Sam el Loco mató a su propio hermano. Sam el Loco y Tony Spilotro apiolaron a un prestamista llamado Leo Foreman: le rompieron las rodillas con una maza y le clavaron el siniestro picahielos veinte veces. Sam Giancana el Cigarro se aburrió de los histrionismos de Sam el Loco. Le encargó el mandao a Spilotro. Spilotro le pegó dos tiros en el garaje de su casa del West Side. Sam Giancana el Cigarro necesitaba un hombre en Las Vegas para las siguientes funciones: que las furcias pusiesen su montante; que los croupiers no tuviesen pegamento en los dedos; cuidar de que las comisiones llegasen a Chicago; guardarle la espalda a Frank Rosenthal el Zurdo, el genio de las apuestas deportivas. Necesitaba un tío que manejase la violencia. Spilotro manejaba la violencia. Era el enano que no le tenía miedo a nada. Tony Spilotro, su mujer Nancy y su hijo Vincent, de cuatro años, se instalaron en la avenida Balfour de Las Vegas en 1971. Durante ese año Spilotro acudió a los partidos de su chaval en la escuela católica Obispo Gorman y Nancy se apuntó a la asociación de padres.

Dios les creó para la jungla. 1972. Algunas consideraciones sobre Nancy Spilotro: una vez se entrompó con unos motoristas de los Ángeles del Infierno y se puso a bailar descalza sobre la barra de uno de sus garitos. Tony Spilotro, su hermano Michael y algunos de sus mendas llegaron cuando la estaban regando con whisky. Los Ángeles del Infierno: mugre, melenas y tatuajes rúnicos. Spilotro y sus mendas les machacaron a hostias, les dieron de cuchilladas y a algunos les cortaron varios dedos. Después les quemaron las burras y el garito. Nancy Spilotro: rubia de chamba. Descarada. Un poco puta. Se moría por los diamantes. La cogieron conduciendo curda por el Strip. Las Vegas en los setenta era un territorio libre. Cualquier familia del país podía hacer un negocio o dos en la ciudad. Nadie quería fiambres en los maleteros. Nadie quería el estilo de Chicago. Nadie quería espantar a los turistas. Todos querían primos vestidos de Elvis dejándose los chavos en las ruletas. Tony Spilotro se trajo de Chicago a los mendas y Las Vegas volvió a ser territorio vaquero. Impuso un impuesto callejero a los corredores de apuestas, a los chulos, a los prestamistas y a los traficantes de droga. Jerr Dellman, un corredor, dijo que quería que las cosas fuesen como antes. A Jerr Dellmann le mataron a tiros en un garaje. Spilotro organizó la Banda del Agujero en la Pared y mangó por butrón en las joyerías. Puso una tienda de quincalla que se llamaba La Quimera del Oro en la que pulía el consumao. Los jefes de Chicago se pusieron nerviosos. Los pasmas atosigaron a Spilotro. Le jodieron hasta por aparcar mal. Le prohibieron entrar en los casinos. Le pusieron micrófonos en el retrete. En los cinco primeros años del reinado de la Hormiga en Las Vegas se produjeron más asesinatos que en los veinticinco anteriores. La Hormiga Spilotro se folló a la mujer de Rosenthal el Zurdo, Geri McGee. Algunas consideraciones sobre Geri McGee: rubia de chamba. Descarada. Un poco puta. Les sacaba fichas a los primos. Se ponía de coca. Iba de vuelta pero seguía enamorada de un chulo de tercera al que conoció en el instituto de Dios Sabe Donde. Spilotro amenazó a un poli. Le calculaban unos quince asesinatos. Los barandas de Chicago estaban hasta el culo. Los barandas de Chicago decían: el Enano se folla a la parienta de El Zurdo; el Enano invade territorios acotados; el Enano roba a los turistas; el Enano amenaza a los pasmas; el Enano despista las ganancias del casino Stardust. Algunos de sus mendas sucumbieron a la presión y se arrimaron a la bofia. Se pusieron charlatanes. Los barandas de Chicago se pusieron ne-ne-ne-nerviosos. La Organización formó una comisión. Joseph Aiuppa, alias Joey el Palomas, encendió la luz verde.

Junio de 1986. Joe Ferriola, alias Mister Limpio, jefe interino de la familia de Chicago, llamó por teléfono a Tony Spilotro y a su hermano Michael para emplazarles a una reunión. A Joey el Palomas le habían metido en el trullo. TONY SPILOTROTony Spilotro concluyó que le iban a hacer jefe de la familia de Chicago. Michael Spilotro le dijo a su mujer que si tardaban más de un par de días es que las cosas se habían complicado mucho. Un maizal al lado de la ciudad de Enos, en el condado de Newton, Indiana. A Tony Spilotro no le hicieron baranda. Cuando aparecieron  tíos con bates de béisbol comprendió. A Michael le zumbaron primero y le dejaron ciego a palos. Tony pidió decir una oración. Les rompieron los huesos a golpes. Michael lloró. Les enterraron vivos echándoles tierra en un hoyo con una excavadora. Estaban hechos mierda cuando los encontraron. Les tuvo que identificar su hermano Pasquallino por las prótesis dentales. Pasquallino Spilotro era el único hermano honrado de la familia. Todo lo honrado que puede ser un dentista, en realidad. La oficina del Sheriff del condado de Newton sufragó los gastos del forense vendiendo camisetas estampadas con el lema: “Hermanos Spilotro. Compañía de Fertilizantes”.

MARTÍN OLMOS

Cicatrices (scars)

In La Cosa Nostra, Matones y camorristas on 4 de enero de 2014 at 13:10

A Al Capone le alteraron el perfil de tres cuchilladas cuando trabajaba tumbando borrachos

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“Le cruzan el rostro, de estigmas violentos, hondas cicatrices…”
 EVARISTO CARRIEGO

El escenario es una tambarria del dos con una barra de seis metros sobre la que se acodan los valentones. La parroquia es patulea italiana requetepeinada para la ocasión, porque es noche de baile. Los bebedores llevan planchado el pelo con aceite de oliva y navajas en los calcetines. La época es 1917, cuando se pelean los hombres por motivos que quizás no son tan diferentes en las trincheras de Europa y en los pasadizos del Bowery de Nueva York. La tambarria se llama Harvard Inn y está en el paseo marítimo de Coney Island, que aún es huérfana de noria. Coney Island tiene un pasado de balneario pero ahora está llena de putas y de fulleros. Los italianos han echado a perder Coney Island con sus garitos que hieden a ajo. El primer italiano llegó a Nueva York en 1635, se llamaba Pietro Cesare Alberti y se dedicó al cultivo del tabaco. El último recién está llegando de huirle al hambre de Nápoles, con piojos y los bolsillos vacíos y una esperanza de porvenir honrado que se torcerá cuando encuentre el cabo de una tubería y un callejón. El Harvard Inn es un changarro del tres al cuarto que a duras penas le hace la competencia al College Inn. El College Inn reúne más parroquia que va a escuchar al pianista Jimmy Durante y a ver bailar el charlestón a George Raft. Con el tiempo George Raft va a ir a Hollywood a trabajar en las películas. Con el tiempo va a salir en una que se va a titular “Scarface”. Con el tiempo va a ser una estrella. A George Raft le gustan los hampones. Una vez le guardó a Dutch Schultz una cacharra. Una vez fue amigo de Owney Madden el Asesino, el príncipe del gang de los Gophers de Hell´s Kitchen. Una vez le detuvo la bofia en Broadway, en una coima de dados de Arnold Rothstein el Barajador. Con el tiempo van a matar a tiros a Dutch Schultz en el retrete del restaurante Chophouse Palace. Con el tiempo Owney Madden el Asesino va a regentar el Cotton Club. Con el tiempo Arnold Rothstein el Barajador va a amañar los partidos de la Serie Mundial de béisbol y le van a pegar un balazo en la barriga en la habitación 349 del Hotel Central Park. Y antes de que todo eso ocurra la patulea italiana se acoda en la barra de seis metros del Harvard Inn, en Coney Island, en una noche de baile de 1917. La patulea italiana lleva el pelo planchado con aceite de oliva y navajas en los calcetines.

Navajazos
El Harvard Inn es propiedad de Frankie Yale, que en realidad se llama Francesco Ioele y es un calabrés de Longobucco. Frankie Yale es uno de los espaguetis que están arruinando Coney Island, que aún es huérfana de noria. Con el tiempo a Frankie Yale le van a dejar hecho un cedazo a tiros de metralleta Thompson en la calle 44. En el Harvard Inn trabaja Alphonse Capone de gorila y de mesero y sus obligaciones son las siguientes, por este orden: primero, zurrar a las putas para que renten; segundo, fregar los platos; tercero, echar a palos a los bolingas. Alphonse Capone es un peleador musculoso que con el tiempo se va a poner mostrenco. Ha estado en el gang de los Five Points y se ha abierto paso cobrando quince dólares por cortar una oreja y veinticinco por dar una mojada de puñal. Alphonse Capone saca conclusiones extraordinarias con notable clarividencia y una de ellas es que no puede echarse del Harvard Inn a sí mismo. Semejante suposición hace que se tome un trago en el trabajo. Alphonse Capone se hace llamar a veces Al Brown. Quizás ya tenga sífilis. Quizás ya intuye que con el tiempo va a ser un emperador. Hoy apenas es nadie y está trompa y puede que tenga sífilis y ve entrar en el Harvard Inn a Frank Galluccio y a una beldad morena con ojos de carbón. La beldad morena con los ojos de carbón es la hermana de Frank Galluccio y su nombre no va a ser recordado. Frank Galluccio maneja industrias misteriosas y tiene un amigo que se llama Albert Altierri que orbita alrededor de Salvatore Lucania, que con el tiempo le van a decir Luciano el Suertudo. Luciano el Suertudo ha estudiado con Alphonse Capone en la escuela pública de la calle Adams, en Brooklyn. Han peleado juntos en las guerras de los Five Points. Alphonse Capone interpreta que la beldad morena con ojos de carbón le mira y la va a requebrar. Lo hace sin gusto, como un patán, le pondera el culo y la ofende. Frank Galluccio se levanta y le zumba un puñetazo y Alphonse Capone lo coge con la jeta. La parroquia levanta porque hay bulla. El matón de la tambarria del Harvard Inn se dispone a pelear. Frank Galluccio saca una navaja de diez centímetros de hoja y le taja tres veces el rostro. Queda el piso regado de sangre. Queda el tablaje desierto de almas. Queda la mejilla izquierda de Alphonse Capone señalada con tres heridas que son: una de diez centímetros que recorre desde la oreja hasta la mandíbula; otra de cinco que le surca la quijada; otra, la más pequeña, debajo de la oreja. Con el tiempo le van a decir a Alphonse Capone el “Scarface”, el Cara Cortada y va a ser un blasón que le avergüenza. Va a decir, con el tiempo, que son heridas que se hizo en la Primera Guerra Mundial, en la que no compareció. Con el tiempo se va a poner pomadas de color carne en las muescas para atenuarlas y va a procurar posar desde la derecha para que no se las retraten. CAPONE

El escenario vuelve a ser la tambarria del Harvard Inn y la época la misma, pero han pasado unos días desde la riña. Se ha echado la persiana y se ha ido la parroquia. Alphonse Capone ha estado exigiendo satisfacción. Frank Galluccio ha hablado con Albert Altierri y Albert Altierri ha hablado con Salvatore Lucania y Salvatore Lucania ha hablado con Frankie Yale y Frankie Yale ha hablado con Alphonse Capone. En la barra de seis metros del Harvard Inn no se acodan los bebedores y en una mesa se dirime el pleito entre paisanos sin que intermedie la ley de los protestantes. Lucania le pide a Capone que repare la ofensa soez a la hermana de Galluccio y le ordena que no desquite represalia prometiéndole, de lo contrario, la muerte. Capone barbecha la navaja para mejor ocasión, aunque es un hombre de rencores duraderos. A partir de hoy le va a recordar el espejo la esgrima feroz de Galluccio. Con el tiempo el espejo  va a olvidar recordarle que es mortal.

Alphonse Capone no sabe aún que se va a ir a Chicago y va a gobernar la ciudad como un zar. Ni sabe que va a iniciar una guerra a muerte con los irlandeses del North Side y que se va a sacar fotos con Jack Dempsey y con Xavier Cugat y con Gabby Hartnett, receptor de los Chicago Cubs, y con el aviador Francesco De Pinedo, el as de Mussolini. Con el tiempo le va a hacer una película Howard Hughes, piloto, millonario y priápico, que se va a llamar “Scarface” y en ella va a salir Paul Muni y George Raft, el bailarín del College Inn de Coney Island. Con el tiempo van a plantar una noria en Coney Island. Con el tiempo George Raft va a perder sus oportunidades y va a acabar dirigiendo el Club Colony en Londres y el gobierno británico le va a expulsar del país por asociarse con miserables. Con el tiempo Howard Hughes se va a volver loco y se va a dejar de cortar las uñas. Y con el tiempo a Alphonse Capone le van a meter en la roca de Alcatraz los contables y va a acabar tirándose excrementos con otro preso porque la sífilis le ha enloquecido y se va a morir completamente idiota. Hoy, en cambio, Capone se toca los tajos y barbecha la navaja para mejor ocasión y acaso intuye que va a ser el gángster más famoso del mundo.

MARTÍN OLMOS

Algo personal

In Esto es Hollywood, La Cosa Nostra on 14 de abril de 2013 at 14:58

A pesar de lo que sale en el cine, la mafia italiana practica la violencia por lo empresarial y por lo doméstico

ILUSTRACION de martin olmos

“Lo más gracioso es que la mafia nunca me ha interesado mucho”
FRANCIS FORD COPPOLA.

Tenía escrito Oscar Wilde que la naturaleza imita al arte y la mafia italiana de Nueva York hizo de la película “El Padrino” (Francis Ford Coppola, 1972) su catecismo cultural. A partir de ella, los gángsteres del macarrón empezaron a besarle el anillo al Don, a cortar las cabezas de los caballos y a pedir la música de Nino Rota en la boda de la hija. Los mafiosos italianos son propensos a la obesidad, a la ronquera y a la mixtificación de su industria y acaban organizando sus partidas de matones como si fueran legiones romanas, escuchando la misa en latín y gesticulando como las estrellas de Hollywood. El Loco Joey Gallo, pistolero de la familia Profaci, imitaba a Richard Widmark en la película “El Beso de la Muerte” (Henry Hathaway, 1947) y era capaz de  recitar sus diálogos de memoria. En “El Beso de la Muerte” Richard Widmark interpretaba a Tommy Udo, un asesino por encargo que amaba su trabajo y se partía de risa cuando tiraba a una vieja inválida por unas escaleras atada a una silla de ruedas. El Loco Joey Gallo fue a su manera un reformador y pretendió que los negros de Harlem que oficiaban de camellos entrasen en la mafia como si fueran sicilianos. También copiaba la mímica de James Cagney y de Edward G. Robinson. Con el tiempo, Joey Gallo se hizo ambicioso y quiso zamparse la tajada del clan de los Colombo y en 1972 le mataron en la marisquería Umberto de la calle Mulberry, en la Pequeña Italia de Manhattan. Cuatro torpedos le pegaron un tiro en la rodilla, otro en el estómago y le remataron disparándole en la nuca a quemarropa.

El evangelio
Mario Puzo escribió “El Padrino” porque le debía once de los grandes a un corredor de apuestas. Era un gordo que fumaba puros, jugaba al tenis y no tenía talento para las apuestas. Durante un tiempo pretendió ser un escritor artístico pero se le acabaron las ganas de esquivar los pleonasmos cuando los usureros de Las Vegas le amenazaron con romperle los brazos. Puzo acabó “El Padrino” casi por encargo del productor Robert Evans y a los mafiosos les gustó tanto que le perdonaron los cañones del tapete. El género de gángsteres le interesaba lo justo y a Francis Ford Coppola aún menos, porque quería hacer películas de la “nouvelle vague”, como los franchutes. Sin embargo convirtió “El Padrino” en “El Rey Lear” con macarrones y los rufianes que planeaban sus infamias en las pizzerías adoptaron la película como su evangelio de conducta y llenaron sus discursos con las frases de Marlon Brando. En la época del estreno, el célebre alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani era fiscal federal del estado y comprobó la diferencia verbal que se apreciaba en las cintas de vigilancia grabadas antes y después de que saliera la película. Los mafiosos empezaron a llamar Padrino a su jefe de clan, cuando este término nunca lo habían utilizado, recuperaron la ancestral costumbre de besar el anillo del Don y un hijo de Joe Adonis, que fue pistolero de Lucky Luciano, exigió al dueño de su restaurante favorito que pusiese la banda sonora de Nino Rota cada vez que iba a almorzar. En el coche de un contratista de Palermo se encontró la cabeza cortada de un caballo. “El Padrino” idealizó la mafia como Kipling idealizó al inglés de las colonias y James Barrie la infancia y consolidó las leyendas arteras de que no se mezclaban con las drogas y que sus acciones respondían a un propósito empresarial sin implicaciones sentimentales. “No es nada personal, son solo negocios”, dice Michael Corleone (Al Pacino) al consiglieri Tom Hagen, pero los mafiosos se acaban llevando el trabajo a casa y contradicen el axioma cada vez que tienen una riña en la cocina.

A Albert Anastasia le llamaban “El Sombrerero Loco” y fue el gestor de prejubilaciones de la familia Gambino, fue responsable de más de un centenar de asesinatos y estaba considerado un tipo violento incluso dentro de los parámetros comparativos de sus colegas de profesión. “El Sombrerero Loco” odiaba a los soplones y una vez vio en la tele una entrevista con Arnold Schuster, el dependiente de una sastrería de Brooklyn que denunció al atracador de bancos Willie Sutton porque le reconoció por la calle. Schuster tuvo su blasón en los informativos, como el tío que saca a un gato de una acequia, fue famoso cinco minutos y firmó su sentencia de muerte. Ni Sutton ni Schuster tenían nada que ver con los negocios de la Cosa Nostra, pero Anastasia ordenó la ejecución del delator simplemente porque le cayó mal y una semana después el pistolero Fred “Chappy” Tenuto le apioló de un tiro en la nuca. En 1937 Vito Genovese, el sucesor de Lucky Luciano, tuvo que poner el Atlántico entre su trasero y el F.B.I. y se tomó unas vacaciones en Italia dejando a sus lugartenientes echando un ojo a sus negocios y a un alcahuete poniéndole otro a su parienta, que era propensa a hacer vida social. Cuando regresó a los Estados Unidos tuvo que mandar su sombrero a la horma y concluyó que o bien le había crecido la cabeza o le habían salido un par de percheros en la frente. Durante su ausencia, a Anna Genovese le había hecho el rodaje Steve Franse, un matón de zapatos lustrosos y poco sentido común. Genovese encargó a Tony Bender y a los ejecutores Pat Pagano y Fiore Sano que le hicieran a Franse un trabajo de “trigo negro”, un recado feo. Le rompieron las costillas a patadas, le sacaron los ojos con un estilete y le estrangularon con un cable de acero. A John Gotti le llamaban el Don de Teflón porque las causas por las que le juzgaban le resbalaban coincidiendo con súbitas epidemias de amnesia de los testigos principales. Gotti fue el último capo a la clásica y con lo que se gastaba en una corbata comía un mes una familia de tres hijos y aún le quedaba dinero para el cine. A mediados de los ochenta asumió la jefatura del clan de los Gambino después de ordenar el asesinato de Big Paul Castellano. Gotti era un gorila aunque se vistiese de seda y en marzo de 1980 su hijo Frank, de doce años, hizo un giro brusco con su bici saliendo del jardín de su casa de Howard Beach, en el barrio de Queens, y murió al ser atropellado involuntariamente por su vecino Charles Favara. Los peritos del seguro y la justicia de los hombres exoneraron a Favara al considerar, después de la investigación, que el accidente lo provocó la imprudencia del chaval. Favara se puso un traje negro y fue a presentarle sus condolencias a la madre, que le contestó intentándole abrir la cabeza con un bate metálico. Cinco meses después desapareció. Charlie Carneglia y un escuadrón de la infantería de Gotti le secuestraron, le frieron a tiros y disolvieron su cuerpo en un barril de ácido.

A Anastasia le asesinó el Loco Joey Gallo, el matón que quería ser Richard Widmark, en la barbería del Hotel Sheraton de Nueva York en octubre de 1957. Se fue a ver a San Pedro recién afeitado, que ya se sabe que como te ven te tratan. Genovese murió en la cárcel de Springfield, en Missouri, en 1969, cumpliendo una sentencia por tráfico de heroína. A John Gotti le vendió su lugarteniente Sam Gravano el Toro y la diñó en el trullo en junio de 2002, de cáncer de pulmón. Descubrió que en el talego había tíos más duros que él y se guardó las espaldas financiando los porros a la Hermandad Aria, la mafia carcelaria de los cabezas rapadas.

MARTÍN OLMOS

El soplón

In Espías y traidores, La Cosa Nostra on 9 de marzo de 2013 at 10:08

 Joe Valachi, alias la Rata, fue el primer mafioso que rompió el código de la Omertá

ILUSTRACION de martin olmos

“El testimonio de Valachi abre un nuevo camino de investigación sobre la Cosa Nostra”
ROBERT KENNEDY

El fiscal general de los Estados Unidos Robert Kennedy quería hincarle el diente a la Mafia. En el campo dicen que a un perro no hay que temerle cuando abre la boca, sino cuando la cierra. El director del F.B.I. John Edgar Hoover dijo que el crimen organizado no existía, aunque admitía la proliferación de bandas que controlaban predios de putas, timbas amañadas y préstamos con usura, pero no concluía ninguna relación entre ellas y cada una se rascaba sus tiñas en autonomía. Robert Kennedy podía haber mirado debajo de la alfombra de su padre Joe P., que estuvo asociado con Capone, con Frank Costello y con Owney Madden el Asesino en el negocio de la importación de whisky escocés durante la Prohibición. Joe P. le pidió a Sam Giancana que le echase una mano a su hijo John F. para ser presidente de los Estados Unidos. JFK llegó a la Casa Blanca y Joe P. dejó de coger el teléfono a Giancana. Joe P. iba a misa todos los domingos; Joe P. practicaba la moral poliédrica. JFK cambiaba de colchón cada semana. John Edgar Hoover hacía manitas con su secretario Clyde Tolson. Era un marica monógamo y JFK un promiscuo babilónico.  Sam Giancana tenía referencias de Hoover con medias de encaje y zapatos de tacón. Hoover tenía la nariz chata y pinta de ser el tío que echa a los borrachos en un burdel. A su devoción por los canesús no le acompañaba el físico. Las referencias de Giancana podían ser gráficas. Robert Kennedy quería hincarle el diente al crimen organizado. John Edgar Hoover dijo que el crimen organizado no existía.

El beso de Judas
Dicen que a un siciliano le cuesta una pasta sacarse una muela porque, como no abre la boca, el dentista tiene que hacer la operación desde abajo. A Joe Valachi no le apetecía que le entrasen por el sur. Valachi había conocido mejores tiempos, pero en junio de 1962 era el preso número 82811 de la penitenciaría de Atlanta, en la que abonaba a la sociedad dos dolorosas de quince y veinte años por tráfico de heroína. En la prisión de Atlanta también veraneaba Vito Genovese, don Vitone, uno de los jefes de las Cinco Familias del crimen organizado de Nueva York. Genovese se había hecho con el control de la familia de Luciano liquidando al violento Albert Anastasia, que le llamaban el Sombrerero Loco, y rematando a Willie Moretti, que ya estaba medio muerto por la sífilis. Genovese tenía alergia a los barítonos y las convicciones incontestables. Seguía repartiendo las cartas desde el trullo. Vito Agueci y Joe di Palermo, dos purrias sicilianas, le llamaron soplón a Valachi en el patio. Valachi era bajo y duro como un riel de vía pero rehuyó la pelea y pidió el arbitrio de Genovese. A Genovese le gustaban las metáforas jesuíticas y las mímicas bíblicas. Genovese le endosó a Valachi la parábola ignaciana de la manzana podrida que corrompe el cesto y le besó en la mejilla (Mateo 26, 48). Valachi supo que era hombre muerto. Perdió el privilegio del sueño. Se convirtió en un cable pelado, le salieron ojos en la nuca, le retiraron el saludo, fue un hombre sin protección. Valachi no era un soplón. Genovese manejaba igual los rumores y las certezas. El 22 de junio de 1962 Valachi paseó por el patio pegado a la pared para tener protegido un flanco. El patio estaba en obras. Se le acercó otro preso. Valachi pensó que era Joe di Palermo, una de las ratas de Genovese. Valachi pensó que en la selva el que pega primero pega dos veces. Cogió una tubería y lo mató a palos. Le reventó la cabeza. Valachi se equivocó. Se cargó a un desgraciado llamado Joseph Straupp, condenado por mangar correspondencia. A Straupp le mató la filantropía. Se acercó al preso pestilente. Entró en su radio territorial sin avisar. Pisó el cable pelado. Le arruinó la vida social.  Valachi tenía tres hermanos locos y dos suicidas. Estaba a punto de ebullición. El asesinato de Straupp era su pasaporte para la silla eléctrica. Hizo una llamada. No fue a mamá. Habló con el fiscal federal del distrito sur de Nueva York, Robert Morgenthau, y firmó el contrato del soplón: se declararía culpable de homicidio no premeditado, asumiría la cadena perpetua en régimen de reclusión solitaria, fuera del ámbito de la embajada siciliana, se libraría de los calambrazos y cantaría la serenata de la Cosa Nostra.

El concierto
A Valachi le trasladaron a la prisión de Westchester, en Nueva York, con el nombre de Joseph di Marco y durante tres meses se sometió a cuatro sesiones semanales de tres horas con el interrogador del F.B.I. John Flynn. A cambio pidió raciones de prosciutto y queso de Gorgonzola. Le prepararon para la función y en 1963 compareció ante el Congreso y estuvo un año entero largando. Echaron sus declaraciones por la tele, después de El Virginiano. Valachi era un asesino y a Robert Kennedy le preocupaba su JOE VALACHIcredibilidad, pero entendió su carisma mediático de mafioso ronco. Había nacido en 1903 en Harlem, su padre era un ferroviario napolitano, cuatro hermanos suyos estaban locos y a los dieciocho años era el conductor de la Banda del Minuto, que desvalijaba joyerías en sesenta segundos. Le trincaron y pasó cuatro años en Sing Sing, donde conoció a Alessandro Bolero, que le introdujo en la familia de Salvatore Maranzano. Valachi participó en la Guerra de los Castellamarenses, fue apadrinado por Joe Bonano cuando se convirtió en un Hombre de Honor y sirvió sucesivamente a las familias de Luciano y de Genovese. En 1932 se casó con la hija de Gaetano Reina, el capo de la familia Luchese, pero nunca pasó de ser un matón de la trinchera, generalmente un chofer que oía, veía y callaba, explotaba máquinas tragaperras y dirigía el restaurante “Lido”, que a veces servía de matadero. Valachi ofreció al Comité de Actividades Delictivas la clase de historias de macarrones y vendettas que los congresistas querían oír, identificó a más de trescientos miembros importantes de la Mafia y dibujó el esquema jerárquico de las Cinco Familias. Dijo que la Cosa Nostra era un segundo gobierno. Vito Genovese ofreció cien mil dólares por su cabeza. Hoover tuvo que cambiar sus prioridades: antes de las declaraciones de Valachi tenía a cuatrocientos agentes de la oficina de Nueva York buscando comunistas y solo a cuatro trabajando en el crimen organizado. A partir de 1963 empleó a 140 hombres en la lucha contra las bandas. Robert Kennedy estaba tan contento que pretendió mandar a Valachi a una isla desierta con un  taparrabos de hojas de palma, a vivir de los cocoteros. Valachi escribió sus memorias en cuadernos escolares y gramática parda. Era casi un analfabeto y masacró la sintaxis. Kennedy contrató al periodista Peter Maas (que más tarde escribió la biografía del policía Frank Serpico) para que las convirtiese en un libro legible. El manuscrito cayó en las manos del periódico Il Progresso, que consiguió que no se publicase por entender que denigraba a la población italoamericana y Valachi se convirtió en un estorbo. Se le acabaron las raciones de prosciutto, el queso de Gorgonzola y las islas de Robinson. Le sacaron de su celda con ventana y le metieron en un agujero federal en Michigan, en régimen de aislamiento. El Estado es ingrato. Le dieron una manta y una ducha a la semana. Los inviernos fueron fríos. Valachi se colgó con el cable de una bombilla pero se rompió y no la diñó. Más adelante le abonaron los servicios y le mandaron a la prisión de La Tuna, en Texas, a una celda con cocina americana. Una vez le dijo al agente John Flynn: “Yo ya soy un hombre muerto, pero cuanto más viva, mayor será la vergüenza para Vito Genovese”. Genovese murió en prisión, en 1969. Valachi dos años después, de cáncer de pulmón.

MARTÍN OLMOS

Blanco y negro (y una gama de grises)

In Esto es Hollywood, La Cosa Nostra on 20 de febrero de 2013 at 22:00

El bailarín Sammy Davis Jr. tuvo que casarse por la vía rápida con una chica de color para que la mafia no le sacase el único ojo que le quedaba

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“Harry Cohn le ordenó a un matón que le dijera a Davis: “Oye negro, por el momento ya te falta un ojo. ¿Te apetece perder el otro?”
TRUMAN CAPOTE

Una buena razón para casarse es que tu suegro tenga una escopeta. Otra es la ampliación de fincas y otra una falta dentro del área y se conocen casos de matrimonios por amor. Monsieur Landrú hizo del matrimonio un oficio, Enrique VIII un deporte y Porfirio Rubirosa, del que decía Truman Capote que tenía un talento de treinta centímetros, un negocio rentable. Una boda es el preámbulo de la intimidad y a uno casi le entran ganas de arrimarse a alguien de la familia, del que por lo menos sabes a qué huele, pero decía Cervantes que los casamientos de parientes tienen mil inconvenientes. Sammy Davis Jr. se casó por primera vez porque no quería estrenar unos zapatos de cemento, que no son buenos para bailar. Dos gorilas de Mickey Cohen, el hombre fuerte de Frank Costello en Los Ángeles, le dijeron que si no se casaba en veinticuatro horas con una chica de su mismo color le sacarían un ojo con un punzón, un problema en absoluto insignificante teniendo en cuenta que a Sammy ya le faltaba el otro. Mickey Cohen era judío, medio ucraniano y fue un peso pluma mediocre en Cleveland, participó en la guerra de los embotelladores de Chicago durante la Ley Seca y se hizo un sitio en la familia Genovese abriéndose paso a codazos. En 1937 Meyer Lansky, el socio de Lucky Luciano y el arquitecto de la mafia moderna, le envió a California para vigilar a Bugsy Siegel, que tenía la bragueta igual de madrugadora que el cuchillo y acabó con una bala en el ojo por dilapidar el capital de la familia en la construcción del casino Flamingo de Las Vegas. Cohen se hizo con el control del negocio en la costa oeste y se infiltró en los estudios de cine dominando el sindicato de extras y prestando pasta en términos de usura pero nunca le abandonó su aire de matón de billar y desentonaba en los restaurantes de Hollywood por su propensión a abrir la cabeza de los comensales con la culata de su revólver.

El negro
Sammy Davis Jr. nació en Harlem en 1925 en una familia de comediantes de segunda: su madre era una bailarina puertorriqueña y su padre cantaba en la legua con su socio Will Mastin. Con cuatro años debutó en el escenario, aprendió a bailar claqué y a tocar el xilófono, la trompeta y la batería y aprendió a la fuerza que los negros entraban por la puerta de atrás. Cumplió el servicio militar obligatorio durante la Segunda Guerra Mundial en la base del Fuerte Francis E. Warren de Cheyenne, en Wyoming, y los soldados blancos le obligaron a hacer la instrucción en cueros, le rompieron la nariz a puñetazos y le hicieron beber pis en un botellín de cerveza. Cuando se licenció siguió en el cabaret  y la fortuna le miró a los ojos en 1951 cuando Humphrey Bogart y Clark Gable le vieron actuar en el club Ciro´s de Los Ángeles. Davis cultivó las amistades y Frank Sinatra le ascendió a miembro de su incipiente Banda de las Ratas (The Rat Pack). La vida le empezó a ir de maravilla pero en noviembre de 1954, después de cantar en el casino New Frontier de Las Vegas, se subió a su Cadillac, tomó la autopista de Los Ángeles y se estampó contra el Chrysler de un borracho. Atravesó con la cara el parabrisas y se dejó el ojo izquierdo por el camino. En el hospital de San Bernardino casi le amputaron las piernas y durante la convalecencia se convirtió al judaísmo.

La rubia
En los años cincuenta Marilyn Monroe puso de moda a las rubias de platino y la factoría de Hollywood se puso a producirlas en serie propiciando la cuadra de las curvas sinuosas de Jayne Mansfield y Mamie Van Doren. La potranca rubia de la Columbia fue Kim Novak, a la que le decían la Señorita Témpano porque había sido la imagen de una marca de neveras. Harry Cohn, el magnate de la Columbia, era, según Truman Capote, un “gorrino criminal” que se debatía entre querer beneficiarse a Novak y sacarle un rendimiento en taquilla, pero en la intimidad la llamaba la Gorda Polaca. Kim Novak no daba un chavo por su propio talento interpretativo y se hizo amiga de Sammy Davis Jr., que pensaba que no era más que la mascota chillona del Rat Pack de Sinatra. Se dejaron ver juntos copeando en los clubes y Cohn llegó a la conclusión de que su estrella se “estaba follando al cíclope”. Harry Cohn llamó a Mickey Cohen y le pidió que matase a Davis antes de que echase a perder la carrera de la actriz. Sinatra le aconsejó a su amigo que se apartase de la rubia y dos gorilas de Cohen le hicieron una visita al padre de Sammy Davis y le dijeron que estaban pensando seriamente en hacerle daño a su hijo. Davis acudió al mafioso Sam Giancana pero éste le dijo que podría defenderle en Nueva York o en Chicago pero que su ámbito de influencia no llegaba al territorio de Cohen. Un par de tíos con traje oscuro le metieron en un coche en enero de 1958 y le dijeron que lo mejor que podía hacer era casarse con una negra en menos de veinticuatro horas a no ser que quisiese perder el ojo que le quedaba. Sammy Davis echó mano de una chica del coro y se casó con ella a la mañana siguiente. Se llamaba Loray White, había hecho de figurante en “Los Diez Mandamientos” y sacó una dote de 25.000 dólares en efectivo y 10.000 en vestidos. Pasaron la luna de miel en el hotel Sands de Las Vegas, ella en la suite nupcial mirando la tele y él en el bar, contándole a Jack Daniel que la boda le había salido por un ojo de la cara.

EL RAT PACK

Un mes escaso después, Harry Cohn murió de un ataque al corazón, que parece ser que tenía. A Harry Cohn le acabaron llamando King Cohn y no hizo muchos amigos. Cuando le preguntaron al guionista Jerry Wald por qué había asistido a su funeral respondió: “Solo para asegurarme de que ese hijo de puta está muerto”. Mickey Cohen dejó tranquilo al negro. Sammy Davis siguió en la Banda de las Ratas, se divorció de Loray White y dos años después mezcló la nata y el chocolate y se casó con la actriz sueca May Britt, que había salido en “El baile de los malditos” con Marlon Brando. En 31 estados estaban prohibidos los matrimonios interraciales y los paletos de Alabama le llamaron chimpancé. Una vez que estaba jugando al golf le preguntaron que cuál era su handicap y Sammy contestó: “Soy un negro judío y tuerto, ¿te parece poco?”. Su mujer rubia le pescó en un lío con Lola Falana y se divorciaron y, años después, le invitó a merendar a la actriz porno Linda Lovelace, la protagonista de “Garganta Profunda”, la peli verde más taquillera de la historia, que fue producida por la mafia y contaba la historia de una chica que tenía el clítoris en el gaznate por causa de una mutación genética. Con el tiempo pasó de los pitillos de marihuana a los viajes de ácido y se hizo seguidor de Anton LaVey, el Papa Oscuro de la Iglesia de Satán, y murió en 1990 de un cáncer de garganta. A la mañana siguiente Las Vegas le hizo un homenaje apagando durante diez minutos los neones del Strip. Una vez dijo: “Ser una estrella me ha dado la oportunidad de que me insulten en sitios donde los negros corrientes ni siquiera sueñan con ser insultados”.

MARTÍN OLMOS

Funeral en Chicago

In La Cosa Nostra on 27 de diciembre de 2012 at 23:28

Las honras fúnebres del gangster Dion O´Banion inauguraron la tradición de los fastuosos velatorios del hampa

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“Nunca le doy la mano a un pistolero zurdo”
JOHNNY GUITAR.

Cada uno interpreta las Escrituras como mejor le conviene y los amigos de la templanza sostienen que el vino de la Biblia era mosto sin fermentar, pero Noé se pescó una trompa, se puso a bailar en cueros y sus hijos tuvieron que correr a taparle las vergüenzas con un manto para que dejase de hacer el ridículo en el vecindario (Génesis , 21). Eso no impidió que la señora Carrie Amelia Nation, que decía de sí misma que era un bulldog que corría a los pies de Jesús, fuese arrestada en cincuenta ocasiones en la primera década del siglo veinte por entrar en las tabernas con un hacha y destrozar el mobiliario mientras cantaba himnos piadosos. La señora Carrie Amelia Nation, de soltera Carrie Moore, era natural de Kentucky, en donde cada aldeano tiene un alambique, su primer marido fue un borracho sin remedio y decía que el aliento de Dios sostenía su hacha pero, con soplo divino o sin él, la naturaleza puso de su parte, porque era una mujer terrible que pesaba noventa kilos en seco,  medía su buen metro ochenta y era capaz de echar abajo un tabique de ladrillos embistiéndolo con una carga de hombro. La señora Nation siempre se mantuvo serena como un obispo y se fue a correr a los pies de Cristo en 1910, una década antes de que el senador Andrew Volstead dictase la decimoctava enmienda a la Constitución de los Estados Unidos que prohibió la fabricación, distribución y venta de bebidas alcohólicas a excepción de la sidra de manzana, el vinagre y el vino para la misa. En el Libro de los Salmos, entre Job y los Proverbios, se anuncia que el vino alegra el corazón del hombre (Canto de la creación, 103) y la Ley Seca multiplicó por tres a los borrachos y propició la edificación de los imperios del crimen, dando la razón al emperador Adriano, que dijo que una ley constantemente transgredida es una mala ley.

Los Cuatro Pares
Los Tres Grandes del contrabando de alcohol en Chicago eran Johnny Torrio, heredero por la vía del plomo del negocio del Gran Jim Colosimo, Al Capone y Charles Dion O´Banion, que le decían Dinie el Florista. Los tres emprendedores se reunían para repartirse la tajada en la taberna de Los Cuatro Pares, en el 2222 de la avenida South Wabash, un tugurio infecto frecuentado por una alegre parroquia de ciudadanos honrados formada por los seis hermanos Genna, manufactureros de vino corriente; John Scalise y Albert Anselmi, que a pesar de ser solo dos eran conocidos como la Patrulla del Homicidio;  Sam Amatuna, que cantaba con sentimiento espirituales negros y untaba de ajo las balas para que desarrollasen una infección en el caso de que no alcanzaran un órgano vital y Earl Hymie Weiss, que contribuyó a la filología con la expresión “dar un paseo” como sinónimo de la prejubilación forzosa de un rival comercial. La alianza de los Tres Grandes tenía la consistencia de un sueño ligero (y la fragilidad de una buena intención) y se fue al diablo cuando los hermanos Genna, partidarios de Capone, invadieron los distritos 42 y 43 y la zona de la Gold Coast, que eran la cuota de mercado de Dion O´Banion. O´Banion exigió el arbitraje de Johnny Torrio, que miró para otro lado al principio y después cojeó del todo hacía la Unión Siciliana y los alegres camaradas de Los Cuatro Pares tomaron sus referencias. Los Genna, La Patrulla del Homicidio y Sam Amatuna abrazaron el partido de Capone y Hymie Weiss, Vincent Drucci el Maquinador y el Piojo George Moran se alinearon con O´Banion. La Gran Guerra de los Embotelladores de Chicago empezó con el asesinato de O´Banion el 10 de noviembre de 1924 y acabó cuando los torpedos de Capone aniquilaron a la banda del Piojo Moran el día de San Valentín de 1929. A Dion O´Banion le apiolaron en su floristería del 738 de la calle North State, cuando estaba a punto de acabar un centro de crisantemos, patentando el homicidio de la Mano Muerta e inaugurando la temporada de fastuosos funerales mafiosos en los que no se reparaba en plañideras, monaguillos, flores y concejales.

El florista
Charles Dion O´Banion nació en la comunidad católica irlandesa de Maroa, en Illinois, en 1892, era cojo de la pierna zurda porque de niño le atropelló un tranvía y si uno tenía prisa por dejar este mundo solo le tenía que llamar el Tullido. Su padre era un yesero que llevaba poco dinero al hogar y Dion creía en Dios y oficiaba de monaguillo en la catedral del Santo Nombre. El chico se empezó a torcer cuando entró a trabajar en el bar de los hermanos McGovern, en la calle North Clark del Loop de Chicago, en donde DION O´BANIONaprendió a robar a los borrachos y se juntó con Charlie Reiser el Buey, virtuoso del desvalijo de cajas fuertes. Prosperó más adelante hacia el robo con escalo y hacia la difusión de la democracia en los plebiscitos locales conduciendo a palos al electorado titubeante. Cuando entró en vigor la Prohibición tenía untado al Municipio y el dominio de los burdeles de la Gold Coast, refrendado por su banda de matones ilustres entre los que destacaban Moran, Drucci, Weiss, Frank Gusenberg el de los cuatro alias y Dos Pistolas Louis Alterie. O´Banion era ambidextro, rigurosamente abstemio, amaba las flores y la policía le tenía por un psicópata sospechado de veinticinco asesinatos que siempre llevaba encima tres revólveres: uno en el bolsillo delantero de los pantalones, lindando las joyas de la familia, otro en el sobaco izquierdo, al lado del corazón, y el tercero en el bolsillo exterior de la chaqueta. Cuando se quebró la frágil tregua de Los Cuatro Pares cada cual tuvo que defender su predio en las trincheras. Torrio se retiró de la puja cuando cogió tres tiros y le tomó aprensión al plomo, Capone fue a por el monopolio y a Dion O´Banion le aplicaron la licencia de la Mano Muerta. El 10 de noviembre de 1924 estaba cortando los tallos de un ramo de crisantemos cuando recibió la visita de tres clientes que se apearon de un sedán azul. Eran Frankie Yale, Albert Anselmi y John Scalise, que le dijeron que querían gastarse setecientos dólares en flores para el funeral de su paisano Mike Merlo, un político local tan impoluto como las botas de un porquero. O´Banion estrechó la mano derecha a Yale, que se la sujetó en torniquete impidiéndole llegar a los revólveres del corazón y del bolsillo delantero, dejándole solo el albur de la pistola de emergencia, que no pudo alcanzar porque tenía los dedos de la mano izquierda metidos en los ojales de sus tijeras de florista. Scalise y Anselmi, la Patrulla del Homicidio, le pegaron seis tiros: dos en el cuello, dos en el pecho y dos en la cara.

El funeral de Dion O´Banion dejó las exequias del Papa a la altura de un velatorio de pueblo. Durante tres días le enseñaron de cuerpo presente en un féretro de 10.000 dólares expuesto en la funeraria Sbarbaro, propiedad del fiscal adjunto del estado de Illinois, alumbrado por velas rojas que ardían dentro de cuatro candelabros de oro que sujetaban otros cuatro ángeles de plata de tamaño natural. El ataúd tenía dobles paredes de plata y bronce, estaba sellado herméticamente por una placa de cristal y sostenía al difunto sobre un lecho de seda blanca y dos cojines rojos con borlas de festón. El cortejo que le acompañó al cementerio del Monte Carmelo fue precedido por la Orquesta Sinfónica de Chicago, escoltado por un escuadrón de la Policía Montada enviado por el alcalde William Emmett Dever (que lloró con sentimiento a pesar de estar a sueldo de Capone) y seguido por veintiséis camiones cargados de flores por valor de 50.000 dólares para que nadie de los veinte mil asistentes pudiera decir que en el funeral de Dinie el Florista comió el herrero con un cuchillo de palo.

MARTÍN OLMOS