MARTÍN OLMOS MEDINA

Posts Tagged ‘El Lute’

Don Eleuterio (que no quiere ser El Lute)

In El cañí on 31 de julio de 2012 at 18:16

A Eleuterio Sánchez le sobra su nombre de quinqui y su leyenda

“Furtivo como el Lute cuando era el Lute”
JOAQUÍN SABINA. Músico.

En los cuentos de Calleja los amores son eternos y las casas de chocolate pero en el rutinario, en cambio, los matrimonios son eventualidades que acaban en demanda civil por el piso de veraneo y resulta que las casas se construyeron con burbujas, al contrario que el Trinaranjus. En los cuentos los sapos se convierten en príncipes y en la vida pedestre los novios de las princesas salen rana y entonces les quitan el espantapájaros del Museo de Cera del Paseo de Recoletos y lo guardan en el almacén para que lo eche a perder el polvo y el olvido. En el almacén las figuras no están en su ambiente y se van consumiendo como las velas de un cumpleaños hasta que un día se les caen los ojos de obsidiana y el peluquín. Que le escondan a uno su muñecazo de cera en el sótano tiene algo como de despido procedente sin derecho a indemnización o como que te desherede la abuelita, a la que en los cuentos le llevaba la cestita Caperucita cruzando el proceloso bosque y en el real las nietas no la quieren ni ver porque no se entera y les cuenta cosas de la posguerra. Sacar del bodegón a un monigote de cera es como reescribir la historia pero eso ya lo hacía Stalin cuando borraba de las fotos a Trotsky o a Nikolái Yezhov, al que antes ya le había borrado del paisaje acribillándole en el paredón. Una figura de cera no sale por menos de seis mil euros y a veces el modelo no se queda contento, como le pasó a Arantxa Sánchez Vicario, que dijo que le pusieron las piernas gordas. Uno entra en el museo del Paseo de Recoletos por hacer un mérito y lo sacan a la fuerza, como de las fiestas con barra libre, y sin embargo Eleuterio Sánchez, cuando no quiso ser Lute quinqui porque le gustaba más ser doctor, tuvo que meterse en abogados para que le quitaran su figura trincá de caenas, presa de la Guardia Civil. El juez le dio la razón y estimó que si estaba reinsertado en la sociedad había que indultar a su efigie de la cadena perpetua de recibir al público con cara de robaperas. Eleuterio Sánchez fue a recoger su maniquí en una furgoneta de melones, se lo llevó a un yermo y lo pegó fuego.

El mal nombre
Don Eleuterio lleva tiempo queriendo quitarse de Lute  y le pasa lo que a las golfas a las que les retira un señor, que se ponen a ir a misa de ocho y les dicen frescas a las que enseñan el canalillo. Se le debe olvidar que vivió de ser el Lute cuando lo era pero también cuando dejó de serlo y hacía la pasantía en el despacho de Tierno Galván, firmaba libros en Galerías Preciados y daba el pregón en las verbenas. Cuenta Umbral en “Crónica de esa guapa gente” que se lo encontró un verano en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander y llevaba gafas de médico del Seguro y bigote de mejicanito con modales. Los dos largaron unas conferencias invitados por Manuel Martín Ferrand y cuando acabaron le dijo Umbral: “Oye, Lute, ¿nos tomamos una copa?”, y el Lute le contestó: “A mí tú no me llamas Lute. Ni tú ni nadie. Ni Dios. Yo soy Eleuterio Sánchez, doctor en Derecho y autor de varios libros, y al que me vuelva a llamar el Lute le parto la madre”. Umbral le explicó que el que lucha contra su propio nombre está suicidándose trabajosamente pero le quedó la duda de si le entendió, y por si acaso no le volvió a decir Lute para que no le rompiera la madre. Que no hay más que una. El Lute fue vaivén de las circunstancias, como lo somos todos. El franquismo le pintó de Barrabás para asustar a los niños y después, las literaturas progres de la Transición, hambrientas de metáforas, le escribieron de Tempranillo merchero y de producto social de la chabola y del hambre de pan y sardina y se les olvidó que, culminando un atraco a una joyería de Madrid,  su banda se llevó por delante a un señor. Fue a la hora del solecito de mayo, en 1965, que el Lute, el Medrano y Juan José Agudo, quinquis de la garfiña, echaron abajo de una pedrada la cristalería de una relojería de la calle Bravo Murillo para llevarse veinte mil duros en colorao y en la escapada, al galope de una Montesa Impala, le pegaron un tiro al vigilante Tomás Ortiz Segres, que les salió a dar el alto.

Por dos gallinas
El Lute no fue ni el Hombre del Saco ni Robín Hood sino un medio calé de la merchería, quincallero valiente de ojos negros clavados en su carita de hambre, del clan de los Patapocha, que principió en el choro magro con sus hermanos el Lolo y el Toto para quitarse de la jai, para ponerle una tapa de amianto a la chabola o porque, quizás, no le gustaba varear la aceituna. Con veinte abriles le trincaron por afanar dos gallinas para echar en la cazuela y el juez, que se llamaba Ricardo Álvarez y tenía una mala tarde, le aparcó dos años en el trullo cuando podía haberle atenuado el castigo refugiándose en la figura de “delito famélico” que recogía el código penal. Unos años más tarde le condenaron al garrote por el atraco con homicidio de la calle Bravo Murillo pero un indulto le salvó la piel a cambio de treinta años. Su mito empezó cuando se fugó tirándose de un tren que le conducía desde El Dueso a Carabanchel. Cuando le cogieron salió su foto en El Caso, doblegado por dos beneméritos, carniseco de jeta, el pómulo saludado y el brazo derecho roto. Se volvió a fugar del penal del Puerto de Santa María la nochevieja de 1971 haciendo un butrón en la pared. Se escondió en las alcantarillas de Sevilla, despistó a los perros dejando rastros de pimienta y le volvieron a coger al de tres años, cuando ya era un burlador célebre con cartel de bandolero. Le juntaron casi cien causas y le condenaron a más de mil años. Le hicieron coplas en los caminos los quinquis de la calderería y en el trullo le fue a visitar Camilo José Cela. Aprendió a leer a la sombra y estudió a distancia dos cursos de Derecho, pero no se licenció ni fue doctor, como le dijo a Umbral antes de amenazarle la madre. En 1981 le concedieron un indulto general y Tierno Galván le dejó una silla en su despacho, escribió cinco libros, fue esposo de muchas mujeres, alguna de ellas ingrata, y Boney M, que era un conjunto yeyé que hacía música de bailar en la Costa Brava, le compuso una canción. A su hermano Toto lo mataron durante un atraco a una tienda y a un primo suyo le liquidó la ETA en Bermeo, por traficante y soplón. Con el tiempo le fue pesando su nombre célebre. Con la quincallería acabó el plástico y con la leyenda del  Lute sus pocas ganas de llevarla al hombro y tirar con ella como si cargase con un matrimonio, para lo bueno y para lo malo. Don Eleuterio pudo quedar de metáfora de la reinserción, que nunca sobra un ejemplo, pero se ha quedado en señor desabrido al que le sobra –y a quién no- una parte de su biografía, que si se la recuerdas te parte la madre. Que no hay más que una.

MARTÍN OLMOS