MARTÍN OLMOS MEDINA

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Puñetazos como coces de percherón

In Las doce cuerdas on 1 de febrero de 2014 at 13:14

Luis Resto acabó con la carrera pugilística de Billy Collins Junior dándole una paliza con guantes sin relleno

ILUSTRACION DE MARTIN OLMOS

“Billy Collins ha sido vapuleado durante diez asaltos a puño limpio”
HILARIO PEÑA.

Los blancos de mediana edad llevan a sus queridas al boxeo y se hacen los macarras. La mayoría de ellos no se han pegado a puñetazos desde el parvulario y, sin embargo, parece que lo saben todo. En realidad no son capaces de distinguir un crochet de un accidente de tráfico. El boxeo es el predio de los machos. Los blancos de mediana edad sacan su machismo intrínseco de paseo en las noches de velada y quieren impresionar a las queridas saludando a un tío con la nariz unidimensional llamándole campeón. Es como conocer a los gángsters. Es como ser Steve McQueen.

El antiguo Madison Square Garden levantaba una réplica de la Giralda de Sevilla. La diseñó el arquitecto Stanford White, al que le gustaba taparse el hocico con un bigote palermitano, beber champán francés y amancebarse con suripantas de coro. Stanford White fue amante de la actriz Evelyn Nesbit. A Evelyn Nesbit la pretendió John Barrymore, frecuentó los quirófanos abortistas y se casó con el millonario Harry Kendall Thaw, de los Thaw del carbón de Pittsburgh. En 1906 Harry Kendall Thaw le pegó tres tiros a Stanford White durante el estreno de “Mademoiselle Champagne” en el Madison y lo dejó para el cura. En el antiguo Madison Square Garden peleó Jess Willard y Jack Dempsey. Jess Willard medía el par de metros sin zapatos y decía que de joven había desbravado potros en Oklahoma, pero también corrió el rumor de que era  navarro de Tafalla y se llamaba Jesús Villar. Jess Willard tumbó a Jack Johnson, el negro de los dientes de oro. A Jess Willard le dio lo suyo Jack Dempsey en Toledo, Ohio, en 1919. Jack Dempsey, el Martilleador de Manassa, le tiró al suelo siete veces en el primer asalto, le rompió dos costillas, varios dientes y la nariz. Años más tarde Jack Dempsey reconoció que aquella noche aceró sus vendajes con yeso endurecido y por eso zumbó como una mula.

Un puñetazo es intuitivo y veloz. Un boxeador decente puede lanzar su puño a diez metros por segundo. Un puñetazo es energía cinética, que es la combinación de la masa con la que se impacta y la velocidad con la que se pega. El mejor puñetazo es a la contra porque suma las velocidades del pegador y del encajador. El mejor puñetazo es el que se zumba con los dos nudillos más cercanos al pulgar, alineados con el hombro. Los boxeadores no tienen manos de BILLY COLLINS JUNIORviolinista. Se provocan pequeñas roturas en los nudillos que cuando cicatrizan sacan microscópicos nódulos óseos que engordan el hueso haciendo que los puños ganen rigidez. Un puño rígido no se deforma al golpear y multiplica la energía cinética. En las peleas sucias se empuñan objetos cilíndricos para doblar la rigidez de la mano. Puede usarse un tubo de monedas, un mechero o una navaja cerrada. Los vendajes de yeso endurecido triplican la rigidez. Jack Dempsey pegó puñetazos como coces de un percherón en Toledo, Ohio. Los boxeadores no razonan los puñetazos y los lanzan por instinto. Los blancos de mediana edad que juegan a ser machos las noches de velada tienen que intelectualizar un puñetazo y lo convierten en un proceso leeeento. Los blancos de mediana edad se hacen un poquito los macarras cuando llevan a sus queridas al boxeo y se comportan como James Cagney. El nuevo Madison Square Garden era la Meca del Boxeo antes de que Don King se llevase las peleas a Las Vegas. En Las Vegas puedes llevar corbatas que no llevarías en ninguna otra parte. El 16 de junio de 1983 los blancos de mediana edad colgaron en la ofi los balances de contabilidad y se llevaron a sus chavalas al Madison haciéndose los chuletas. El combate principal medía a Roberto “Mano de Piedra” Durán contra Davey Moore por el campeonato del superwélter. La pelea de fondo era la de Billy Collins Junior contra Luis Resto en el peso de los 65 kilos.

Billy Collins Junior era medio irlandés e hijo de un boxeador profesional que una vez luchó contra el campeón Curtis Cokes. Era un producto de la clase obrera duro como el pedernal que había ganado sus primeras catorce peleas como profesional, once de ellas por K.O. Decían que podía aspirar al título contra Harold Brazier. Luis Resto era un puertorriqueño del Bronx que cuando tenía diez años se pasó seis meses en una clínica psiquiátrica por romperle la nariz de un codazo a su profesor de matemáticas. Intuyó que solo le iba a hacer falta llevar la cuenta hasta diez. Resto había ganado veinte de treinta peleas contra púgiles medio decentes, pero había perdido las importantes. No le conocía nadie fuera de Nueva York. El preparador de Resto era Panamá Lewis, un perro viejo de los gimnasios que había estado en las esquinas de “Mano de Piedra” Durán y de Aaron Pryor. Billy Collins era el favorito. Muhammad Alí se paseó por las filas del ring. Los blancos de mediana edad le saludaron. Alí les ensayó unos golpes de pega. Uno, dos. Ellos le llamaron campeón como si hubieran cenado con él la noche anterior y se pusieron en guardia metiendo tripa y crecieron un buen palmo de alto delante de sus chavalas. Las chavalas se preguntaron quién diablos era aquel negro. Así es la gloria de efímera, como la espuma de una cerveza que lleva un buen rato en el mostrador.

Billy Collins peleó con calzones verdes del color del trébol de Irlanda. Luis Resto los vistió azules con una franja blanca y adornó su nuca con una coletita estrecha como una lombriz. Pactaron la pelea a diez asaltos y Luis Resto soltó puñetazos como coces de un percherón. Collins pensó que dolían como el cemento. Panamá Lewis le gritaba a su chaval: “¡Mátalo ahora!” El árbitro Tany Pérez estaba en Babia. Billy Collins aguantó de media pieza pero no hincó y pensó que los guantes no tenían relleno. En el último asalto combatió con los dos ojos cerrados porque tenía los iris desgarrados. Los jueces dieron el veredicto de vencedor a Luis Resto por unanimidad y las apuestas se fueron por el sumidero. El padre de Billy Collins estrechó los guantes de Resto al final de la pelea y palpó sus nudillos mondos. Los guantes de Resto estaban desnudos de onzas. Resto se zafó del apretón. Hubo barullo en la lona. Panamá Lewis sacó a Resto del alboroto. Sacó al chico del follón. Collins parecía el Hombre Elefante. Luis Resto le besó. La Comisión de Boxeo de Nueva York incautó los guantes de Resto y comprobó que no tenían relleno. Resto le zurró a Collins puñetazos con los puños desnudos durante diez asaltos. Después reconoció que Panamá Lewis endureció sus vendajes con yeso seco y le administró un medicamento para asmáticos en el agua para proporcionarle más resuello durantes los últimos rounds. Un menda con los huesos de paja había apostado por él en tercera persona en connivencia con Panamá Lewis. Se anuló el combate y no recogieron la ganancia del tramposo. Panamá Lewis y Luis Resto pasaron tres años a la sombra y fueron expulsados del boxeo. Billy Collins perdió gran parte de la visión de sus dos ojos y tuvo que dejar de pelear. Se deprimió a la irlandesa y se echó al trago y seis meses después se mató en una cuneta cuando iba conduciendo trompa. Quince años más tarde Luis Resto le puso flores en la tumba. Después arrastró los pies por los gimnasios contando mentiras y pidiendo disculpas y acabó viviendo en el sótano de uno al lado de un balón de punch. Intentó volver a pelear pero la Comisión le negó la parte de la lona en la que se combate y le concedió la esquina de la escoria, en donde pudo sujetarles la banqueta a púgiles de cuarta. Un tajo para el que no tenía que saber contar hasta once.

Los blancos de mediana edad se fueron a sus casas a repasar los balances y dejaron de ser machotes. Se fueron a criar barriga y a recortar los parterres y dijeron que eran colegas de Muhammad Alí.

MARTÍN OLMOS