MARTÍN OLMOS MEDINA

Sangre y Coca Cola

In Vampiros y licántropos on 7 de octubre de 2012 at 19:10

El Vampiro de Sacramento estaba loco de atar, se practicaba transfusiones de sangre de conejo y pensaba que su corazón se estaba pudriendo

“Richard Chase, cuyo extraño caso es poco conocido a pesar de lo horripilante de sus crímenes, constituye un ejemplo típico de asesino psicótico paranoide”
STÉPHANE BOURGOIN. Escritor.

Dick Chase contribuyó a la ciencia de la homeopatía con la teoría de la absorción por ósmosis de la vitamina C y al mundo de la coctelería con la invención del Bloody Cola, un remedio vigorizante contra la resaca del sábado. De ninguna de sus aportaciones, sin embargo, se ha guardado recuerdo.  Dick Chase nació en 1950 en el Condado de Santa Clara, en California, y sufrió una infancia sin prestigio porque mojó la cama hasta los quince años. Su madre, para acabar de arruinarle definitivamente la reputación, colgaba las sábanas manchadas en el balcón como si fueran un pendón marinero y los chiquillos del vecindario le perseguían la cresta a pedradas por meón. El chaval, para consolarse, degollaba crías de gato. Su padre, por ver las cosas desde otro punto de vista, se abrazó a la botella, pero como  le siguieron pareciendo un asco cogió una muda limpia y se largó de casa. Con el tiempo, Dick Chase fue llegando a sus propias conclusiones y comprendió que el uso del jabón erosionaba sus defensas naturales dejándole a merced de los agentes patógenos y descubrió que era víctima de un complot tenebroso. Tapió con tablas la puerta de su habitación y abrió una gatera en la pared por la que salía a comprar marihuana cuando se echaba la noche, dejó de lavarse por detrás de las orejas y cumplió 21 años. Su madre llegó a la conclusión de que tenía un hijo raro.

Nazis caníbales
A Dick Chase le costaba hacer vida social, es de suponer que porque era un saco de piojos, y en lo sentimental acarreaba problemas para poner derecho el palo mayor debido a que generalmente estaba drogado. Para ponerle remedio fue al hospital y le dijo al médico que alguien le había robado la arteria pulmonar y le había interrumpido su circulación sanguínea, le dijo que los huesos de su cráneo se movían a su antojo y pretendían agujerearle la piel. Le sentaron en un diván y cuando le dijo al loquero  que existía una conspiración para matarle urdida por su madre, por la Mafia y por Frank Sinatra le pusieron la chaqueta de las correas y le mandaron con los demás lunáticos. Con una tonelada de pastillas, un estropajo de cerdas de crin y ropa limpia, Dick volvió a parecer un ser humano y salió del manicomio por medio de un compromiso de tutela firmado por su madre. El gobierno le proporcionó una pensión de invalidez con la que se alquiló un apartamento en Sacramento y dejó de tomar la medicación. Volvió a la mugre y a la locura y empezó a dormir colocando naranjas alrededor de su cabeza porque pensaba que así la vitamina C se filtraba hacia su cerebro. El hecho de que se secaran  al cabo del tiempo confirmaba su teoría de que había absorbido su beneficio por ósmosis. Estaba convencido de que su estómago estaba podrido y de que sus órganos migraban de un lado a otro por dentro de su cuerpo. Creía que le acosaba una banda de nazis caníbales. Cuando cumplió veinticinco años se gastó 1.430 dólares en una manada de conejos a los que degolló uno por uno para beberse su sangre caliente mezclada con Coca Cola. Cuando se le acabaron mató perros, gatos y una vaca. Además de bebérsela, en ocasiones se inyectaba la sangre de los bichos en las venas con una jeringuilla jaquera. Dick Chase estaba convencido de que era un vampiro.

El vampiro de Sacramento
El cine ha representado a los vampiros como si fueran marqueses venidos a menos que se empeñan en conservar la mansión de la familia aunque amenace derribo.  Francisco Umbral decía que el vampiro es fauna de invierno, porque en verano se queda en “Rodríguez”. Dick Chase era un vampiro raquítico de la soleada California, donde los paisanos van por la calle en sandalias, enseñando los dedazos gordos de los pies, y apestaba como un gato muerto metido en un cajón, que es como tiene el deber de apestar un Rodríguez al final del verano. A Dick Chase le empezaron a llamar Drácula en el vecindario. En 1977 se compró una pistola y pensó que lo que mejor le iba a su metabolismo era la sangre semejante. Que a un tipo así le vendieran un arma sin preguntar, aunque fuese una lima de uñas, explica la alegre idiosincrasia pionera de los norteamericanos, su democracia desmedida y, si se profundiza, la razón por la que no han sido capaces de desarrollar una gastronomía decente. Al acabar el año ya había matado a un hombre, se llamaba Griffin Ambrose, era un ingeniero de cincuenta años al que no había visto en su vida y le pegó un tiro traidor en el aparcamiento de un supermercado. Disparó también contra un chiquillo que iba en bici, pero marró.

La carnicería
Un mes después, el 23 de enero de 1978, se coló en un piso y afanó quince dólares, unos prismáticos y un estetoscopio, echó una meada dentro de un cajón y se cagó en la cama de los niños. Oyó ruidos y salió pitando y por el camino se fijó en una mujer que sacaba la basura. La siguió hasta la puerta de su casa y la pegó tres tiros a quemarropa. La arrastró hasta el dormitorio y la extirpó a cuchilladas los intestinos, el hígado y un pulmón y se bebió su sangre mezclada con yogur. Cuatro días después entró en la casa de Evelyn Miroth, de veintisiete años, y se abandonó a la carnicería. Chase había ido tentando puertas y franqueó  la suya porque se la encontró abierta, la vida es una tómbola y el que maneja la rueda es un loco de atar. Evelyn atendía la visita de su amigo Daniel Meredith y de su hijo Jason, de siete años, y cuidaba a su sobrino David, de veinte meses. Chase los mató a todos a tiros en la cabeza y se tendió con el cadáver de la mujer, a la que entró por la retaguardia.  Luego bebió su sangre y le arrancó los ojos. Metió el cuerpo del bebé en una funda de almohada y se lo llevó a su guarida, pero aquella misma tarde tenía a la bofia  rodeándole la puerta. El apartamento del Vampiro de Sacramento estaba decorado con mierda, había sangre en las paredes y una colección de sus digestiones sobre la alfombra. Chase estaba a punto de merendarse el cerebro del niño. Los psiquiatras reconocieron que la observación de los derechos civiles de Dick Chase entraron en conflicto con los del resto del mundo, pero eso cualquiera lo sabía después de la catástrofe y el caso es que no le encerraron en una habitación acolchada cuando aún hubo tiempo y le vendieron una pistola. Fueron menos quisquillosos a la hora de condenarle a muerte y le mandaron al corredor de San Quintín. Le administraron pastillas de colorines para mantenerle tranquilo y durante un mes las despistó en la celda hasta que juntó despensa. La nochebuena de 1979 se las zampó de golpe y le ahorró la tarea al estado.

MARTÍN OLMOS

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